sábado, 20 de abril de 2024

Dos clases sociales en Cuba: los que comen pollo y los que no.

Por Orlando Freire Santana.

Hace alrededor de 40 años los manuales soviéticos de Economía Política que se estudiaban en las universidades cubanas insistían en que las sociedades capitalistas estaban divididas en clases sociales antagónicas: los capitalistas dueños de los medios de producción y los desposeídos que solo tenían su fuerza de trabajo para entregarla a los primeros. 

Mas, lo que nunca imaginaron los clásicos del marxismo era que aquí en Cuba sus discípulos harían un “aporte significativo” a las Ciencias Sociales. Crearían una nueva división de la sociedad en dos clases sociales: las personas que pueden comer pollo habitualmente, y aquellas que solo acceden a esa carne en muy contadas ocasiones, cuando el Gobierno logra ofertar una ínfima cantidad del producto por la libreta de racionamiento. Y hay que recordar que la carne de pollo ha sido la principal fuente de proteínas en la alimentación del cubano durante los últimos años. 

La clase social favorecida (receptores de remesas u ocupados en empleos lucrativos) acude con frecuencia a las mipymes y a otros actores económicos no estatales, donde un paquete de muslos de pollo de 10 libras cuesta alrededor de 14 dólares (unos 4.830 pesos al tipo de cambio en el mercado informal de divisas), lo que constituye algo más que el salario promedio mensual en el país. 

Mientras, el que se decida por un paquete de pechugas de pollo deberá pagar alrededor de 28 dólares (unos 9.660 pesos cubanos), o sea, casi dos veces el salario promedio mensual. 

Por su parte, los cubanos desposeídos (la mayor parte de la población), que no pueden acceder a los actores económicos no estatales, ni comprar el pollo “por la izquierda”, llevan ya cuatro meses sin recibir el pollo por la libreta de racionamiento. Tampoco ha aparecido el pollo en las últimas y espaciadas entregas del denominado “mercado controlado”, por medio del cual se reciben lo que el gracejo cubano llama “los cinco héroes”: además del pollo, el paquete de perritos, el aceite, el picadillo y el detergente.  

Así las cosas, las últimas noticias acerca de las compras de pollo por parte de las autoridades cubanas no son nada halagüeñas para los consumidores de la Isla. Ha trascendido que el pasado mes de febrero cayeron esas compras a los suministradores estadounidenses, principales oferentes de  carne de pollo a Cuba. Si en el mes de enero Cuba adquirió 30.678 toneladas de carne de pollo, en febrero solo pudo comprar 16.244 toneladas, lo que representa una disminución del 47,5%.     

Evidentemente, de seguir disminuyendo las compras cubanas de pollo en Estados Unidos, habrá una merma en la existencia de ese producto en los mercados de la Isla, y ello hará que empeore la situación de las dos clases sociales: la clase favorecida deberá pagar más para seguir accediendo al pollo; mientras que para los desposeídos, el pollo podría emular con la carne de res, en el sentido de comprobar cuál de las dos se ve menos en la mesa del cubano de a pie.  

A pesar de recientes declaraciones del gobernante Miguel Díaz-Canel Bermúdez en su rimbombante programa Desde la Presidencia, en el que aseguró que en este mes de abril se distribuirían puntualmente algunos de los productos de la canasta familiar que casi nunca llegan completos a manos de los consumidores, como el arroz, el azúcar, el aceite y hasta el propio pollo, los días avanzan y la promesa no acaba de cumplirse. 

Es posible hallar una diferencia importante entre los clásicos del socialismo y sus discípulos castristas. Mientras que Marx y Engels predijeron una bonanza para la clase capitalista a medida que explotaban más a los desposeídos, aquí en Cuba, al paso que van las cosas, ni los representantes de la clase social favorecida (los que comen pollo) podrían estar a salvo de la debacle.   

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