Por Luis H. Goldáraz.
Se lo recordaba el profesor Miguel Anxo Bastos a Juan Ramón Rallo en un directo de Youtube: "No es un tipo de comportamiento nuevo". El amago de dimisión del presidente Sánchez, la petición de tiempo para recapacitar, "es una práctica común en los partidos socialistas". Ejemplos históricos los hay a montones, aunque Bastos reconoce que la peculiaridad de este último caso, al menos en España, tiene que ver con que se está llevando a cabo desde el poder y no como una forma de afianzarse para llegar a él.
Si fuesen ciertas las sospechas de la Oposición y todo respondiese a una nueva estrategia del político que más ha presumido de resistencia en los últimos años, la explicación más lógica podría encontrarse en la debilidad mayúscula de su bloque de Gobierno, conformado por una suma de partidos de orientaciones dispares que amenaza a cada poco con colapsar. "Es un mensaje a sus socios", sostiene el profesor. "Una forma de decirles: cuidado, que si yo me voy, vosotros acabáis en el paro". Y lo cierto es que, al menos de momento, el cierre de filas ha sido total. Tanto la extrema izquierda de Sumar y Podemos como los partidos nacionalistas se han unido en una petición unánime para que aguante un poco más. El "frente progresista" se ha vuelto a aglutinar.
El precedente de Fidel.
Quizá sea poco recordado, pero hubo un tiempo en el que Fidel Castro no fue el líder único e indiscutible de Cuba. Fue un tiempo breve, que se prolongó durante los primeros meses de 1959, año uno del triunfo de la revolución. Y concluyó de una forma bastante curiosa: con el amago de renuncia como primer ministro del que, a partir de entonces, se erigiría como figura incuestionable al frente de la isla.
Para ello tuvieron que sucederse varias cosas. El primer Gobierno formado a comienzos de enero de aquel año, tras la entrada triunfal de los revolucionarios en Santiago de Cuba, fue denominado "Gobierno de consenso" y ayudó, en aquel impasse inicial, a calmar los ánimos y a afianzar el nuevo régimen. El presidente de la República elegido fue Manuel Urrutia, un juez moderado, de talante democrático, que había alcanzado fama pocos años antes por defender la legitimidad de la Constitución de 1940 frente a los atropellos de Fulgencio Batista.
Fidel Castro, héroe de la guerrilla, no accedería al cargo de primer ministro hasta mediados de febrero, con la renuncia de su predecesor, el abogado José Miró Cardona. Y a partir de ese momento se desataría una lucha intestina por el poder que concluiría pocos meses después. El detonante final ocurrió el día 17 de julio, aunque había estado gestándose desde bastante tiempo atrás. Aquella mañana, el diario Revolución abrió con un titular sorprendente: "RENUNCIA FIDEL". Y añadió: "Explicará hoy al pueblo los motivos de su decisión".
Los motivos no eran otros que la insostenible pugna entre sus políticas, cada vez más extremistas, y la postura más moderada de Urrutia. Pocos días antes, el presidente de la República había concedido una entrevista. En ella se le preguntó por las denuncias contra la deriva del régimen que Pedro Luis Díaz Lanz, hasta hacía poco Jefe de la Fuerza Aérea Revolucionaria de Cuba y ahora acusado de traidor contrarrevolucionario, había proferido ante el Senado de los Estados Unidos. Las respuestas abiertamente anticomunistas de Urrutia fueron difundidas entonces como una forma de connivencia con el desertor, y sirvieron de excusa para el anuncio de Fidel Castro de renunciar a su cargo.
En el fondo, se trataba de un plebiscito. "O Urrutia o yo", era el chantaje. Y así quedó patente durante el discurso que ofreció en la noche de ese mismo día 17. En su alocución, Castro dejó claro que el desempeño de su cargo se había vuelto imposible, teniendo en cuenta las circunstancias, y señaló las dificultades cada vez más insalvables de tener que lidiar con un presidente traidor dedicado a ponerle palos en la rueda a la revolución.
Los cubanos se enfrentaban a una encrucijada, por tanto, que enfrentaba a dos instituciones del Estado. Debían escoger si se ponían de parte de su jefe de Gobierno, el primer ministro que había llegado al cargo después de batallar contra Batista; o si preferían a su jefe de Estado, un presidente anodino y sin carisma, acusado encima de inmovilismo con respecto al régimen corrupto anterior. No es necesario explayarse mucho más. Las presiones ciudadanas que se desataron obligaron a Urrutia a dimitir. Su sucesor fue Osvaldo Dorticós, figura cercana a Castro que lo primero que hizo fue rechazar su renuncia. El resto, como suele decirse, es historia.
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