Por Luis Cino Álvarez
En la segunda mitad de la década de 1980 se hicieron sentir en Cuba los vientos de la Perestroika que, impulsada por Mijaíl Gorbachov, soplaban fuertes en la Unión Soviética y hacían temblar los cimientos del llamado “socialismo real”.
Dada la dependencia de Moscú, parecía inevitable que los cambios llegaran a Cuba, haciendo que el sistema se reformara.
Donde primero se sintieron estos aires esperanzadores de renovación fue en el arte y la cultura. Muchos creadores creyeron atisbar una salida para tomar nuevos rumbos y dejar de debatirse entre los estrechos e imprecisos márgenes del dentro o fuera de la revolución.
En 1986, en el Instituto Superior de Arte (ISA), el Departamento de Filosofía Marxista-Leninista fue sustituido por el Departamento de Filosofía y Estética, y se abandonó el programa de Estética hasta entonces vigente, que era el mismo que se impartía en la Unión Soviética.
Creadores y estudiantes de arte leían a Foucault, Humberto Eco, Morawski, Bajtin, y otros para ponerse al día con lo que pasaba en el mundo en el campo intelectual. En la difusión de esos textos, difíciles de conseguir en Cuba, jugó un importante papel la revista Criterio que dirigía Desiderio Navarro.
Artistas y creadores empezaron a familiarizarse con los estudios culturales, la teoría del arte, la teoría poscolonial, el deconstruccionismo y, sobre todo, el posmodernismo, que hizo recurrentes la apropiación, el pastiche, la parodia y la revisión y desacralización de los grandes metarelatos históricos.
Este ambiente produjo una efervescencia cultural que renovaría el arte cubano y que no pocas veces resultó irreverente y alcanzó tintes contestatarios, sobre todo en las artes visuales.
El preludio fue, en 1981, la muestra Volumen I, de artistas como Flavio Garciandía, José Bedia, Rogelio López Marín (Gory), Tomás Sánchez y Leandro Soto, entre otros. Pero en la segunda mitad de los 80, Hexágonos, Arte Calle, 4×4, el Proyecto Castillo de la Fuerza y la exposición “El objeto esculturado”, articularon un nuevo discurso que, usando profusamente símbolos y metáforas visuales, reinterpretaba la realidad y las construcciones ideológicas, a la vez que pretendía cierta autonomía de las regulaciones y directrices del aparato burocrático de la cultura oficial, al ganarse el apoyo del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, el ISA, la Fototeca y las galerías 23 y 12 y L.
Los artistas implicados en esos proyectos, además de teóricos y críticos como Rafael Rojas, Gerardo Mosquera, Rufo Caballero, Iván de la Nuez y Antonio Eligio (Tonel), intentando conceptualizar, con su destreza para debatir, terminaron exasperando al régimen, que cada vez se mostraba más aprensivo y amenazado con todo lo que estaba ocurriendo en Europa Oriental.
Recordemos que Carlos Aldana, el por entonces jefe del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista y otros altos funcionarios del régimen, no ocultaban su preocupación y disgusto por lo que llamaban “tendencia a la crítica”.
sa “tendencia”, además de en las artes visuales, se sentía en películas como Papeles secundarios, la novela de Jesús Díaz Las iniciales de la tierra, en las canciones de Carlos Varela, Polito Ibáñez y Frank Delgado y en los poemas de María Elena Cruz Varela, Raúl Rivero y Manuel Díaz Martínez, que ya iban en curso de colisión con el régimen.
El 19 de abril de 1986, moviéndose a contracorriente de la Perestroika, Fidel Castro había anunciado el inicio del llamado “Proceso de Rectificación de errores y tendencias negativas”, y proclamado que “ahora sí vamos a construir el socialismo”, haciendo que hasta los más convencidos de los castristas se preguntaran qué coño se había estado haciendo hasta ese momento.
No demoraron los cierres de exposiciones y proyectos, prohibiciones, destituciones y represalias. El clímax ocurrió en 1988, cuando una turba paramilitar agredió a golpes a los poetas que participaban en una tertulia literaria presidida por Carilda Oliver en la librería El Ateneo, en Matanzas.
Se inició un éxodo de artistas y creadores, que en parte fue propiciado por el régimen, no solo para deshacerse de los que le resultaban incómodos, sino también para internacionalizar el arte cubano y sacarle dividendos a mediano y largo plazo, como han demostrado las Bienales de La Habana que se celebran desde 1984.
A pesar de la represión contra los grupos de activistas de derechos humanos a los que Fidel Castro calificaba despectivamente como “grupúsculos”, y de la prohibición de Sputnik y Novedades de Moscú en diciembre de 1989, el llamamiento al IV Congreso del Partido Comunista, a inicios de 1990, generó expectativas e hizo a muchos pensar que al fin vendrían las reformas.
El Gobierno convocó a discutir en asambleas obreras el llamado al IV Congreso. Las reuniones se suspendieron en abril y volvieron a ser convocadas en junio. Un comunicado del Buró Político, publicado en el periódico Granma, dejó sentado que el partido único, la economía de planificación socialista y el liderazgo de Fidel Castro no estaban entre los asuntos a debate. ¡Ay de quien se atreviera a pronunciarse en las reuniones por algo que oliera a pluripartidismo y economía de mercado!
En el IV Congreso, celebrado en octubre de 1991 en Santiago de Cuba, donde en vez de la lectura del informe central, hubo un extenso discurso de Fidel Castro, se impuso el inmovilismo continuista. Los únicos cambios que hubo fueron la aprobación de algunos trabajos por cuenta propia, las elecciones directas de los diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular y que el Partido Comunista añadiera el rótulo “martiano” a lo de marxista-leninista y se declarara el encargado de “salvar la patria, la revolución y el socialismo”.
Así, no hubo Perestroika, y los cubanos que la esperábamos nos quedamos con las ganas.
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