Por Jesús Juan Aznárez.
Buena parte de los empresarios de origen español afincados en Cuba a finales de los cincuenta financiaron al guerrillero Fidel Castro sin sospechar que el barbudo de Sierra Maestra habría de imponer en la isla un sistema comunista que expropiaría sus propiedades. La contribución empresarial al sostenimiento de la milicia sublevada contra Fulgencio Batista es una realidad apenas divulgada, de la que fue testigo y parte José Félix Llopis, de 83 años, nacido en Madrid, exiliado en París al estallar la guerra civil española, correo en Francia del activismo antinazi, mecenas y delegado de Christian Dior en América Latina.
Inevitablemente, la novelesca vida de este republicano católico, mensajero del glamour y del champán francés en naciones acogotadas por la violencia y el hambre, embajador de Panamá ante la Unesco, debía recogerse en unas memorias, que ha escrito el periodista Manuel R. Mora en el libro Violencia, perfume y humo (Turner). Pocos pueden emular a Llopis, domiciliado en la panameña isla de Contadora, enemistado con el dictador Manuel Antonio Noriega, interlocutor del Che Guevara y Castro, y anfitrión de gobernantes intelectuales y artistas, desde los ex presidentes francés y estadounidense Georges Pompidou y James Carter hasta el científico Luc Montagnier y Pablo Picasso.
El hombre de confianza de Dior, que fue dueño de una fábrica de puros, llegó a Cuba en las vísperas revolucionarias de 1958 para establecer en Matanzas un centro regional de distribución de la empresa. Su primer contacto fue Ramón Zapico, director financiero de la principal cadena de comercios de la mayor de las Antillas, El Encanto, algo parecido a El Corte Inglés en España, fundado en 1888 por dos asturianos, José y Bernardo Solís,
"En una reunión me sorprendió ver que Solís, al final, pasaba su sombrero panamá a quien tenía más próximo: este dejó unos billetes y así siguió la ronda, cada uno echando dinero en el sombrero. Yo, claro, también puse dinero, pero sin saber para qué", recuerda Llopis. "Cuando pude se lo pregunté a Zapico, quien me informó de que aquel dinero era una contribución para los grupos guerrilleros de Fidel Castro. Hasta ese punto los tenía engañados Castro a todos. A mí el engaño me duró hasta que, un año después de que los castristas tomaran La Habana, pude hablar con el Che Guevara". El Encanto fue expropiado a finales de 1960.
La entrevista con el argentino-cubano se desarrolló en abril de ese año, en una sala amplia y desangelada, sin adornos. El Che vestía el uniforme verde oliva de campaña y fumaba un puro cuando saludó al español, que no imaginaba un escenario de partido único y economía centralizada en uno de los mercados más potentes de Dior, con una burguesía de gran poder adquisitivo. Quienes avizoraban el comunismo, viajaban semanalmente a Miami con el equipaje repleto de dólares, joyas y cuadros, temiendo las medidas radicales del directorio revolucionario.
José Félix Llopis planteó al Che Guevara su proyecto de abrir una zona franca en el puerto de Matanzas en la que Parfums Dior operaría como una sociedad limitada legalmente establecida, pagando los correspondientes impuestos. "Lo de constituir una sociedad limitada era lo que les interesaba a ellos, pero para eso nosotros teníamos que garantizar que podríamos sacar libremente de Cuba los beneficios. Y ahí fue donde el Che empezó a no ser nada claro. Cuando terminó la entrevista, que duró una media hora y en la que, en verdad, estuvo muy simpático, yo estaba convencido de que no teníamos nada que hacer en Cuba". Al llegar a la Embajada francesa, le comentó al embajador: "El Gobierno cubano no nos va a dejar sacar ni un dólar".
Años después, en la década de los noventa, Llopis regresó a Cuba en varias ocasiones y fue invitado al Palacio de la Revolución, donde se vio con Castro, pero nunca pudo levantar en Matanzas el almacén regional. La biografía del español, a quien la violencia persigue desde niño, en España, en la Francia de la II Guerra Mundial y en la América Latina incapaz de gobernarse, siempre de golpe en golpe militar, recorre el siglo XX y se adentra en peripecias extraordinarias. Llopis aún recuerda el traslado, con otros dos, de una vieja gramola a una dirección de Montmartre, en el París ocupado. En cada esquina se topaban con una patrulla alemana. Cuatro o cinco kilómetros sin saber que transportaban una emisora clandestina de la resistencia francesa.
Amigo de Eddy Barclay y Zino Daviddoff, dueño de una colección de arte constituida en fundación desde 2003, Llopis recuerda su relación con las hermanas María y Araceli Zambrano, la intervención de su hermano Álvaro para salvar la vida de Victoria Kent, o la petición de crear un periódico clandestino en España que le hizo el escritor católico François Mauriac, Nobel de literatura. Contrario a la cercanía de la jerarquía católica española con la dictadura franquista, el autor francés estaba convencido de que esa complicidad con un régimen tan represivo habría de pasar factura. No se equivocó.
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