Por Vicente Rodríguez.
Gabriel García Márquez contó que, "un domingo sin frenos, después de un almuerzo en forma (Fidel Castro) se tomó dieciocho bolas de helado". Castro tachó esta revelación de Gabo como una "de sus deslumbrantes exageraciones". Sin embargo, el pasaje se torna plausible por conexión con la infancia de Castro, que suele dar claves de su personalidad. En Biografía a dos voces (2006) Castro narra que emigró de su finca natal (Birán) a casa de la familia Hibbert-Feliú, de origen haitiano, en el barrio El Tívoli (Santiago de Cuba). Allí quedó colgado con la cantina de "la prima Cosita" (página 71) y pasó tanta hambre que, al rebasar el sarampión y visitarlo su madre, fue con sus hermanos Angelita y Mongo a la cafetería La Nuviola y "creo que todo el helado que había allí nos lo comimos" (página 73).
Otra peripecia de Castro en aquella casa podría explicar su proclividad a disparar cifras y más cifras. Dice Castro que allí pasó más de dos años sin que la maestra Eufrasia Feliú le enseñara mucho, pero él se puso con ahínco a "estudiar las tablas [aritméticas] del fondo de una libreta [con] carátula roja" (página 70). Parece lógico que, ya en el poder, esa pasión se conjugara con su autoridad carismática para desfogarse en arrebatos de cuantofrenia.
Esta noción fue acuñada por Pitirim Sorokin para designar "la rabiosa epidemia" de investigación sociológica por encuestas, que dan impresión de objetividad científica por simple despliegue "de tablas, fórmulas, índices y otras evidencias [estadísticas]" (Achaques y manías de la sociología moderna y ciencias afines, 1957, páginas 257 s). Aquí subyace la ilusión pitagórica de comprender y dominar la realidad en términos numéricos, que Castro atiza haciendo la cuenta que le da la gana para justificar sus asertos.
Gabo mismo aludió a la deuda externa de América Latina como ejemplo de que "las reiteraciones son uno de sus [de Castro] modos de trabajar", pero guarda silencio sobre el abuso de poder que implica bombardear a los demás con las vueltas obsesivas alrededor del mismo tema. Otro amigo de Castro, Tomás Borge, oyó la reflexión acaso más ilustrativa de Castro en trance cuantofrénico: "Fíjate que nuestro país es uno de los países que exporta más alimento per cápita en el mundo; ningún país del mundo exporta tanto alimento per cápita como Cuba con tan poca superficie de tierra (…) Nosotros, por cada ciudadano, hemos estado exportando alimento para cuatro". Aquí la jugada aritmética de Castro estriba en multiplicar las exportaciones cubanas de azúcar (en aquel entonces y medidas en libras) por 1 700 u otra equivalencia aceptable de calorías por libra de azúcar. Así obtiene fácil la cantidad pantagruélica que cubre la demanda calórica de 40 millones de personas, sin importarle que los azúcares comestibles son ya sólo carbohidratos en más del 95% de su composición ni mucho menos que, además de casi 3 mil calorías diarias, la norma básica de alimentación (ONU) exige 99 gramos de proteínas y micro-cantidades precisas de vitaminas y minerales.
Justamente el azúcar dio pie al quizás peor desafuero cuantofrénico de Castro, por transfigurar una prueba crucial del castrismo (producir 10 millones de toneladas de azúcar) en compromiso de honor nacional y prueba de carácter del pueblo cubano.
Entretanto la intelligentsia cubiche acompaña cada trance cuantrofrénico de Castro con bembés científicos o humanísticos que justifican lo mismo un crecimiento económico de 11.8% (2005) que 751 mil 360 millones de dólares en daños económicos directos por causa del bloqueo o embargo de los EE. UU. y, desde luego, 638 planes de atentado contra Castro mismo. La ironía histórica reside acaso en que, además de las estadísticas de la zafra de 1970, otras muchas cifras pueden retorcerse contra Castro para fijar los límites de su carisma.
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