Por Iván García.
Una mañana de 1958, en intricados parajes de la Sierra Maestra, después de un denso bombardeo de la fuerza aérea del dictador Fulgencio Batista a caseríos indefensos, el comandante guerrillero Fidel Castro escribía una nota a su secretaria y amiga Celia Sánchez. En ella juraba, que después del raid de la aviación y verificar que las bombas que se usaron eran Made in USA, a partir de ese momento, iniciaría su verdadera guerra contra los Estados Unidos de América.
Y así fue. El apoyo en armas, logística y preparación militar que brindó Estados Unidos a Batista, fue el punto de partida para su cruzada personal contra los gringos. Como buen amante de la historia, el joven abogado de Birán tenía antecedentes. Desde que la Isla fue colonia de España, las apetencias imperiales del coloso del norte eran claras.
Después de 1898, la ocupación militar estadounidense y la indignante Enmienda Platt, que quedó como espada de Damocles sobre nuestra incipiente soberanía, fueron el caldo de cultivo que aumentaron el odio y frustración de muchos, por la forma de hacer política exterior de sus vecinos en la otra orilla.
Enemigos políticos de Castro han visto una señal premonitoria de su guerra contra los yanquis, la carta que le envió al presidente Roosevelt en 1940, cuando estudiaba en el Colegio Dolores, Santiago de Cuba:
"Mi buen amigo Roosevelt, yo no sé mucho inglés, pero sé suficiente como para escribirle. Me gusta escuchar la radio y estoy muy contento porque he escuchado que usted será Presidente por un nuevo período.
"Tengo 12 años (lo cual no era cierto, porque él nació el 13 de agosto de 1926 y la fecha de la carta es del 6 de noviembre de 1940, o sea, había cumplido ya 14 años). Soy un muchacho, pero pienso mucho y no creo que estoy escribiéndole al Presidente de los Estados Unidos.
"Si usted le gustaría darme (o enviarme) un billete verde americano de diez dólares en una carta, porque yo nunca he vito un billete verde americano de diez dólares y me gustaría tener uno.
"Si usted quiere hierro para construir sus barcos, le voy a mostrar las minas más más grandes de hierro del país (o del mundo). Están en Mayarí, Oriente, Cuba".
Roosevelt no le respondió ni le envió la plata. Adversarios de Castro creen que ése fue el verdadero inicio de su cruzada antimperialista. No lo creo. Antes del triunfo de su revolución, la relación de Castro con Estados Unidos no era incendiaria.
Cuando al Movimiento 26 de Julio le hizo falta dinero para comprar armas, Fidel pasó el cepillo por Nueva York y la Florida, en busca del billete verde de los cubanos emigrados. Fue a partir del bombardeo en las montañas orientales, que por vez primera dejó ver cuál sería su campaña futura.
También es probable que después de su extensa gira por Estados Unidos, en abril de 1959, donde visitó universidades y monumentos; charló con la prensa, organizaciones y personalidades, y se entrevistó con Nixon a la sazón vicepresidente, pero no con el presidente Eisenhower, quien lo ninguneó, aduciendo como excusa para no recibirlo una partida golf, Castro se decidiera abrir fuego desde su isla de cañas en el Caribe.
Los motivos los explicará algún día Castro en sus Memorias. Lo cierto es que desde 1959, Fidel ha sostenido un duelo verbal agresivo con 11 mandatarios de la Casa Blanca. Y hasta llegó a ponerlos al borde de una guerra nuclear, en octubre de 1962. Ha hecho todo lo posible por despertar la ira de los americanos.
Estados Unidos ha tenido su cuota de culpa, con su guerra sucia y sus estupideces a granel. Creo que fue un senador, Jeff Bridges, que una vez comentó que a una estupidez de Castro, Estados Unidos respondía con una estupidez mayor.
Pero en enero de 2009, Barack Hussein Obama llegó a la silla presidencial. Castro no estaba preparado para Obama. Con su mente adiestrada para los presidentes de la guerra fría, no supo descifrar al mestizo de nombre raro.
Buscando pistas, se leyó de prisa dos libros publicados por Obama, El Sueño de mi padre y La audacia de la esperanza. Pero nada encontró. En ellos, Obama jamás menciona a la revolución cubana, ni a Castro ni al Che Guevara. En La audacia de la esperanza, sólo a los cubanoamericanos y sus éxitos.
Críptico Obama, pensaría Castro. Quizás por vivir gran parte de su infancia en Hawaii e Indonesia, al joven Barack, la llegada al poder de los barbudos no le provocó un salto en el estómago. Castro ha intentado seducirlo. Pero Obama no contesta ni los insultos del anciano comandante.
El punto, en mi opinión, es que Castro no entiende a Obama. Ni acaba de entender cómo fue posible que este negrito llegara a la Casa Blanca. La razón es sencilla. El comandante único aún está varado en la etapa de guerra fría. Estados Unidos y el mundo han cambiado. Y Castro sospecha que eso es imposible.
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