Por Martin hutchinson.
Las modestas reformas anunciadas en el Congreso del Partido Comunista de Cuba celebrado esta semana siguen dejando a la economía de Cuba lejos de ser libre. Los cambios no parecen suficientes para un despegue al estilo chino, y es más probable que generen una economía aletargada y corrupta como la de Ucrania.
Sin un liderazgo reformista que diluya atascos, cualquier mejora se verá obstaculizada por las normativas y la corrupción como en los años noventa. En sistemas así, los únicos capitalistas que prosperan son los amiguetes.
Incluso con la planificación central, Cuba, que cuenta con la ventaja de su situación geográfica, de unos abundantes recursos naturales y del turismo, no es tan pobre. Su PIB per cápita, en paridad del poder adquisitivo, es actualmente superior al de China o Ucrania. Aun así, la experiencia en la antigua Unión Soviética en los años noventa indica que los cálculos del PIB suelen caer abruptamente cuando se introduce un mecanismo de precios, ya que dejan de producirse grandes cantidades de artículos poco rentables.
La experiencia de China cuando se suprimieron los controles de los precios agrícolas en 1978 demostró que con el firme empujón de Deng Xiaoping desde arriba, crear un mercado libre de productos agrícolas podía propiciar una enorme mejora de la calidad de vida incluso sin una plena liberalización económica. Por el contrario, la experiencia de Ucrania y otros ex Estados soviéticos a partir de 1991 demostró que la liberalización parcial también podía desembocar en un capitalismo de amigotes y en una caída en picado del nivel de vida para la gente corriente.
Parece probable que la experiencia de Cuba siga el modelo ucranio en vez del chino. El liderazgo está decidido a "garantizar la continuidad e irreversibilidad del socialismo" y el nombramiento del octogenario José Machado Ventura como segundo de Raúl Castro denota que no se alentarán la flexibilidad y el reformismo en la aplicación de las nuevas reglas.
Un campo más amplio para la empresa privada y una reducción del sector estatal serán beneficiosos, al igual que cualquier incremento en las importaciones, que en la actualidad suponen un 6% del PIB. No obstante, cabe la posibilidad de que los despidos a gran escala en el sector público, junto con la abolición gradual de la ración alimentaria universal que se reparte cada mes, reduzcan la calidad de vida de los pobres, y es probable que los chanchullos aumenten gracias a la mayor libertad de la que gozarán las empresas de propiedad estatal.
En un sistema así de mercados libres combinados con una planificación central y la manipulación de las normas, las cosas les van bien a los que están bien relacionados, pero la gente de a pie sigue siendo pobre. Y esos no son ni mucho menos los objetivos de ninguna revolución.
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