Por Humberto Fontova.
"Estoy orgulloso del camino de Osama bin Laden," espetó desde una cárcel francesa en 2002 Ilich Ramírez Sánchez. Ramírez fue también conocido durante la década de los 70 como "Carlos el Chacal", y "el terrorista más buscado del mundo". En 1967, Ramírez-Sánchez era un recluta entusiasta en los campamentos de entrenamiento de "guerrilleros" (terroristas) creados en Cuba por el Che Guevara en 1959. "Bin Laden ha seguido un sendero que yo también incendié", continuó diciendo durante una entrevista con el diario pan-árabe radicado en Londres Al-Hayat. "Seguí sin parar desde el principio las noticias del 11 de septiembre en los Estados Unidos ¡No puedo describir esa maravillosa sensación de alivio!".
"Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa" -deliraba el ídolo y mentor espiritual de Carlos el Chacal, el Che Guevara, en su Mensaje a la Conferencia Tricontinental en 1966- "Llevarla a sus lugares de diversión; hacerla total. Hacerlo sentir una fiera acosada por cada lugar que transite".
Afortunadamente, el 17 de noviembre de 1962, el Buró Federal de Investigaciones, FBI, encabezado por J. Edgar Hoover frustró la "guerra" que Castro y el Che habían planeado lanzar contra los norteamericanos en algunos de sus "lugares de diversión" favoritos.
En la mañana del sábado 17 de noviembre 1962, cuenta el historiador William Breuer, el cuartel general del FBI en Washington DC reunía "todas las características de un puesto de mando militar".
Y así tenía que ser. La noche antes, había sido resuelto un rompecabezas de inteligencia. Y la imagen resultante había estremecido a los hombres del FBI, muchos de los cuáles habían visto bastantes horrores en sus vidas, por haber prestado servicio durante la Segunda Guerra Mundial y en el apogeo de la Guerra Fría. Y ahora tenían apenas unos días para frustrar un crimen contra su país capaz de competir con los cometidos por el general y primer ministro del Japón Hideki Tojo, incluyendo la Marcha de la Muerte en Bataan.
Los agentes y sus oficiales estaban demacrados, con los ojos enrojecidos, y sumamente tensos. Como halcones desde su percha habían estado contemplando nerviosos el desarrollo del complot. Se acercaba la hora de lanzarse contra sobre los agentes Fidel Castro y el Che Guevara, involucrados en una conspiración terrorista que décadas más tarde habría hecho babearse de gusto a Bin Laden.
Alan Belmont era por entonces el segundo de J. Edgar Hoover. Raymond Wannall dirigía la Division de Inteligencia del Buró. Aquella crispada mañana los dos estaban en la oficina de Belmont, situada un poco más allá de la de Hoover en el mismo pasillo. Ambos sacaban chispas a las líneas telefónicas llamando a sus agentes en Nueva York. En un teléfono se encontraba el Agente Especial John Malone, que dirigía la oficina de terreno de Nueva York. En otros, se comunicaban con varios vehículos cargados de agentes del FBI que se desplazaban por Manhattan. Estos mantenían una vigilancia discreta, pero constante, sobre los cabecillas del plan terrorista cubano.
Los agentes de Castro se proponían plantar la semana siguiente una docena de artefactos incendiarios y 500 kilos de TNT en las tiendas Macy’s, Gimbels y Bloomingdales, y en la Estación Central de Ferrocarriles de Manhattan. Tal proyecto de holocausto estaría listo para su detonación al día siguiente del de Acción de Gracias.
Un poco de perspectiva: Para las 10 explosiones en el metro de Madrid, que en marzo del 2004 mataron o mutilaron a casi 2.000 personas, la red al-Qaida utilizó un total de 100 kilos de TNT. Los agentes de Castro y el Che planeaban liberar cinco veces esa potencia explosiva en las tres mayores tiendas por departamentos del mundo, todas abarrotadas de gente hasta la asfixia y palpitantes de alegría navideña en el día en que se registra la venta más grande del año. Solamente Macy’s recibe ese día a unos 50.000 compradores. Miles de neoyorquinos, incluidos mujeres y niños iban a ser incinerados y sepultados ese día; y considerando la fecha y los objetivos escogidos, probablemente la mayoría habrían sido mujeres y niños.
Por esa época el FBI dependía en gran medida de inteligencia humana, lo cual les permitió penetrar hábilmente el complot. Uno por uno fueron emboscados los cabecillas. El primero y más importante se llamaba Roberto Santiesteban y fue capturado mientras caminaba por Riverside Drive. Al ver que los agentes se le aproximaban, Santiesteban echó a correr, y mientras corría, se metía papeles en la boca y los masticaba furiosamente.
Pero tras él iban seis agentes del FBI, todos ellos de pies ligeros. Finalmente cerraron el cerco y "triangularon" al sospechoso. Santiesteban cayó al suelo, furioso y maldiciendo, agitando los brazos y tirando codazos como un loco. Justo cuando iba a sacar su pistola los agentes lo agarraron por un brazo y se lo torcieron a la espalda.
Mientras este grupo capturaba a su presa (tras un vigoroso ejercicio), otro equipo del FBI tenía la tarea mucho más fácil de detener a una pareja, José y Elsa Gómez Abad, al salir de su apartamento en la calle 71 Oeste. Estos dos se entregaron sin resistencia. El Buró especulaba que hasta 30 personas podrían formar parte del complot, pero éstos tres eran los jefes. Si los detonadores se hubieran disparado, el atentado terrorista del 11 de septiembre podría ser recordado hoy como el segundo más mortífero en perpetrado en suelo estadounidense.
Santiesteban y los Gómez pertenecían a la Misión de la Cuba de Castro ante la ONU, y reclamaron "inmunidad diplomática". Otros complotados pertenecían al Capítulo de Nueva York del "Comité Juego Limpio para Cuba", un nombre que se hizo mucho más conocido en la misma semana, pero del año siguiente, [cuando al presunto asesino del presidente Kennedy, Lee Harvey Oswald, se le ocuparon folletos de la organización].
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