La cosa sigue igual.
Por Iván García.
El debate encendido y la emoción por las reformas del General Raúl Castro quedaron circunscritos a las salas climatizadas del Palacio de Convenciones, donde del 16 al 19 de abril en cinco comisiones sesionó el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba.
La gente de a pie siguió de soslayo el informe central y vio en los noticieros los resúmenes del contrapunteo lingüístico, más que político, de las diferentes comisiones que discutían el futuro de Cuba. Al final, por fuerza de la costumbre, los 986 delegados aprobaron por unanimidad los lineamientos económicos propuestos por Castro II para enderezar la proa de una agrietada nave verde olivo que en su periplo sinuoso de 52 años, amenaza con irse a pique.
Los delegados comunistas pueden sentirse refocilados y sublimes por el abanico de supuestas controversias en torno al plan económico a ejecutar en los próximos cinco años.
Muchos delegados, es probable, a pie juntillas creen en el proyecto diseñado por el zar de la economía Marino Murillo y su tropa de tecnócratas que durante cuatro días trocaron las casacas militares por vistosas guayaberas blancas.
Otros prefirieron guardar silencio. Quizás tengan dudas y hayan decidido esperar para saber cuánto hay de cierto en la democracia partidista proclamada por Castro II. En Cuba, siempre es bueno actuar con cautela en asuntos políticos.
No siempre cuando los jefes lanzan el disparo de arrancada, para que los comisarios políticos, periodistas oficiales y militantes hablen y critiquen sin complejos el statu quo, es señal de un cambio de mentalidad en los líderes.
En la isla no se puede pecar de ingenuidad. Porque los mandarines que hoy dicen que no todos tienen que levantar a la vez las manos para apoyar un proyecto de la revolución, son los mismos que siempre apuntaron en una lista negra a los más críticos con sus ordenanzas y también a quienes en su afán de ser creativos, aportaron ideas de su propia cosecha.
La gente de la calle tampoco es tonta. El VI Congreso tocó puntos interesantes y el régimen prevé abrir un poco más la rigurosa mano que fiscaliza la existencia de los ciudadanos.
Pero la cosa por estos lares sigue igual. Quizás peor. El dinero no quiere aterrizar en las billeteras. La comida cada vez más cara. Y los salarios siguen congelados en el tiempo, a pesar de la inflación y la carestía de la vida.
De la cita partidista, las personas comunes sacaron en limpio la inminente autorización que permitiría vender o comprar autos y casas. Lo de las casas suena raro: aunque en la isla el 90% de las familias son propietarias de sus viviendas, por decreto oficial no podían traspasarla y si se marchaban del país, el gobierno se quedaba con ellas.
Enmendada la plana (al parecer), ahora los cubanos de a pie esperan más concesiones. Como el permiso de entrada y salida al territorio nacional, despenalizar las discrepancias políticas o, al fin, acceder a internet desde los hogares.
Dudo que Castro II cumpla esos deseos. Él no es Aladino. Sólo un político que va de vuelta y sabe que abrir demasiado la mano pudiera provocar un cataclismo que podría arrasar con la revolución personal de su hermano Fidel.
Esto, el socialismo, hay que tratar de mantenerlo a toda costa. Haciendo cambios controlados, fieramente atados por una correa, para que la bestia no se desboque.
Entonces, al final de la jornada, la gente que desayuna café sin leche, que es la mayoría en Cuba, no se vio reflejada en los "polémicos" delegados, quienes callan o desconocen un grupo de derechos y libertades a diario reclamados, no ya por la disidencia, si no por los ciudadanos en las colas, bodegas de barrio o en el interior de viejos taxis particulares.
El marketing propagandístico del régimen quiere vendernos la idea que en el Congreso se produjo un torbellino de críticas constructivas, una especie de perestroika tropical y nuevas ideas populares que nutrirán el futuro económico de la patria.
Me temo que no. Han cambiado ciertas cosas. Hay un barniz de negritud y más faldas en el comité central. Habrá menos marchas revolucionarias y teques políticos. Se extenderán más permisos para poner una quincalla o vender pan con mayonesa y discos piratas sin tanto agobio. Y para de contar.
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