Por Roberto Álvarez Quiñones.
Fidel Castro escogió el Día de los Padres pasado (17 de junio) para anunciar en una de sus "mini-reflexiones", a manera de regalo a los papás cubanos, que ya no tendrán que romperse más la cabeza (y el bolsillo) para ver cómo alimentan a sus hijos.
Todos los problemas alimentarios de Cuba, explicó el comandante en el sitio web Cubadebate, quedarán resueltos si se siembra moringa desde el Cabo de San Antonio a Punta de Maisí, algo que ya había propuesto unos meses atrás, pero que ni siquiera su hermano Raúl tomó muy en serio. Y ahora insistió en su plan milagroso.
¿Qué es la moringa? Un árbol oriundo de la India que al parecer tiene altos poderes nutritivos y curativos. Fidel asegura que esas plantas son "fuentes inagotables de carne, huevo y leche", que pueden salvar al castrismo, alimentar a la gente y evitar que se enferme, todo a la vez.
Esto da risa hoy, porque ya Castro I no es el "número uno" de la nación, su otrora poder omnímodo ha venido a menos y ya casi nadie le hace mucho caso a sus ideas "prodigiosas". Pero la siembra de este árbol hace siete u ocho años habría estremecido la vida nacional en Cuba.
Ingerir bebidas a base de moringa o comer sus hojas, semillas o vainas, puede ser magnífico, pues investigadores españoles aseguran que contienen cuatro veces más vitamina A que la zanahoria, siete veces más vitamina C que la naranja, cuatro veces más calcio que la leche, tres veces más potasio que el plátano, un 25% más de proteínas que el huevo y contiene antioxidantes, Omega 3 y aminoácidos, etc.
Pero de ahí a creer que la moringa es el genio de la maravillosa Lámpara de Aladino, que por arte de magia puede compensar la desastrosa producción agrícola castrista, va un trecho galáctico.
Cuando el experimento social diseñado por Carlos Marx fue desechado en Europa, luego de 74 años de intentos infructuosos, quedó evidenciada su incapacidad para generar riqueza. Los países que lo pusieron en práctica se quedaron a la zaga del resto del Viejo Continente. Sin embargo, los hermanos Castro siguen aferrados al cadáver sepultado en las murallas del Kremlin, al que quieren "actualizar".
Cuba ha tenido la desgracia adicional de haber sido a la vez víctima de los caprichos de un "iluminado" que gobernó basándose en ideas fijas desconectadas de la realidad. Disparates como el de la moringa y otros que el ex dictador viene diciendo ahora con mayor frecuencia no son del todo novedosos. Si bien la senilidad agrava su capacidad para delirar y fantasear, lo cierto es que la hoja clínica del "hombre fuerte" de Cuba por más de medio siglo está repleta de caprichos funestos.
Recordemos la meta de producir 10 millones de toneladas de azúcar en 1970 sin tener ni la capacidad industrial instalada requerida, ni caña suficiente, ni la fuerza de trabajo adiestrada capaz de lograr la que según él sería la mayor producción azucarera en la historia mundial. Era tanto lo que insistía Castro y lo que machacaban los medios con aquella consigna de "Los 10 millones van", que el músico Juan Formell se lo creyó y creó la orquesta Los Van Van.
Las restantes industrias fueron casi paralizadas, se gastaron miles de millones de dólares, y miles de profesionales y empleados urbanos fueron enviados a cortar caña con machetes. Cuando el ministro de la industria azucarera, Orlando Borrego, le dijo a Castro que la meta no era viable, lo destituyó. Por si fuera poco, de haberse obtenido una gran producción se habría derrumbado el precio del azúcar, pues Moscú habría comprado solo 3.5 ó 4 millones, y el resto habría aumentado la sobreoferta mundial.
Finalmente se produjeron 8.5 millones de toneladas a un costo tan alto que el país entró en una recesión de varios años.
En octubre de 1967 se inventó la llamada Brigada Invasora Che Guevara, en la zona de Puente Guillén, a unos 50 kilómetros de Bayamo, Oriente. Se nos dijo a los periodistas que allí estábamos que el Comandante en Jefe quería desbrozar miles de caballerías de tierra, sembrar pangola —y otros pastos— y arroz, para aumentar la producción de leche, carne y dicho cereal, cubrir el consumo nacional y exportar los excedentes. Castro anunció que sobraría el arroz y Cuba se convertiría en exportador de ese alimento.
Unos 500 bulldozers y otros equipos con bolas de demolición gigantes, operados por el Ejército, comenzaron la mayor deforestación jamás conocida en la isla. En solo dos años desaparecieron 215.000 hectáreas de frutales, cultivos, frondosos bosques y montes. Recuerdo que las bellas palmas reales y los árboles maderables más robustos eran dinamitados por zapadores militares, y caían vencidos al grito de "!Fuego a la carga!".
El régimen no aprovechó siquiera la madera cortada. Aquello fue una de las causas de la sequía crónica que afecta hoy a las regiones orientales y de que en Guantánamo haya áreas semidesérticas. Y dos generaciones de cubanos apenas han visto en su vida un níspero, una guanábana, un caimito, una chirimoya, o un anón.
¿Y aumentó la producción de arroz? No. En 1958 Cuba fue el cuarto productor arrocero latinoamericano con 256.000 toneladas, para una población de seis millones de habitantes. En 2010, con 11.2 millones de habitantes, la isla produjo 247.000 toneladas y tuvo que importar 389.000 toneladas para cubrir el consumo nacional, según datos oficiales. Lejos de autoabastecerse el país tuvo que comprar en el extranjero casi dos tercios del arroz consumido, mientras que hace 54 años importaba solo un tercio.
¿Más leche y carne? Tampoco. Todo lo contrario. Al llegar Castro al poder Cuba contaba con más de seis millones de cabezas de ganado vacuno, o sea, una vaca por cada habitante, el triple del promedio mundial de 0.32 bovino per cápita. Hoy el país tiene 3.7 millones de cabezas, con el doble de habitantes, es decir, tres habitantes por vaca.
Otro disparate fue el llamado Cordón de La Habana. Cuba tuvo fama durante unos 160 años como nación productora y exportadora de uno de los mejores cafés del mundo. Pero con el sistema comunista la producción comenzó a caer, y de 60.000 toneladas de café producidas en 1957-1958, la producción en 2011-2012 fue de sólo 7.100 toneladas.
Cuando en los años 70 ya las cosechas habían descendido a niveles ínfimos, a Castro se le ocurrió rodear la capital cubana con cafetos de la variedad caturra, un café de sol que se cultivaba en Brasil, pero sin tener en cuenta que los suelos y el clima eran diferentes, y que las plantaciones brasileñas no eran atendidas por empleados de oficinas y estudiantes "voluntarios". El fracaso fue colosal y hubo que gastar otros millones de dólares para desmontar todos aquellos cafetos improductivos.
Pero hoy los caprichos del comandante no tienen fuerza de ley, y el régimen no tiene capacidad técnica y financiera para crear nuevas "brigadas invasoras", ni siquiera para eliminar el marabú que infecta casi la mitad de las tierras cultivables de la isla. Comer moringa será ahora voluntario y no un asunto de Estado.
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