Por Eugenio Yáñez.
En el reciente congreso de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), Raúl Castro, fiel a su estilo diferente al de su hermano, no hizo conclusiones, tarea que dejó a Machado Ventura, lo cual indica que no había nada importante que decir.
Sin embargo, tuvo un “intercambio espontáneo” con los delegados el segundo día del cónclave, que no debe ser pasado por alto. El temor de la dictadura a una revuelta popular se hizo evidente en las palabras del general-presidente: “Lo que hicieron en Libia y quieren hacer ahora en Siria, es lo que siempre han querido en Cuba desde el mismo triunfo de la Revolución, pero este pueblo no lo permitirá”.
Según Raúl Castro, “lo que hicieron en Libia y quieren hacer ahora en Siria” sería obra del malvado imperialismo y sus secuaces, y es lo mismo que siempre habrían querido hacer en Cuba. La realidad de que las protestas públicas surgieron y desembocaron en movimientos de resistencia tras cuatro décadas de crueles tiranías en Libia y Siria, donde se aplastaba la más mínima expresión de inconformidad de la población, no cuenta para La Habana. Según el régimen, no fueron los libios hastiados de su caudillo, sino la obra maligna del imperialismo, la causa de la caída del tirano. Ni son los sirios hastiados del genocida de Damasco quienes pretenden derribarlo, sino imperialistas y terroristas.
Es la misma lógica oficial que acusa de mercenarios y agentes del imperialismo a todos los cubanos que de una manera u otra se oponen a una dictadura de más de medio siglo, que reprime toda opinión diferente, que ha sumido a la mayor parte de la población en las más difíciles condiciones materiales, que ha provocado la diáspora de millones de cubanos, que ha dividido a las familias, y que ha provocado la quiebra material y moral de la nación.
Y de más está decir que eso de que “este pueblo no lo permitirá” lo que significa es que el gobierno no permitirá ninguna manifestación pública de descontento o rechazo a sus políticas, porque lo que Raúl Castro llama “este pueblo” es algo que no cuenta para nada en las decisiones del régimen y sus cabecillas.
Continuando con su interpretación autista de la realidad, el general señaló que “el enemigo no dejará de trabajar, no va a cambiar”, como si el problema fuera un enemigo externo de la nación y no la contradicción entre los intereses de la cúpula gobernante que desea perpetuarse en el poder y los del pueblo cubano.
De esa interpretación absurda de los antagonismos en la sociedad cubana, derivó una conclusión más absurda todavía, pero atrozmente amenazante, expresada en diez palabras: “Hay que cambiar los métodos de lucha, el combate no”. La dictadura tiene prisa para modernizar la represión, prisa que no muestra sobre medidas imprescindibles para mejorar las condiciones materiales de los cubanos. Y para dar más énfasis a la bravuconada, vino entonces la obligada frase de matón de barrio de que “a Cuba hay que respetarla”, lo que quiere decir que al régimen hay que respetarlo. Ya sabemos entonces lo que hay que esperar del socialismo actualizado en los próximos tiempos: más represión, y más sofisticada. No importan los disidentes que dejen viajar al extranjero o los paladares y las ventas de artesanía que se permitan. En cada cuadra un comité, con nuevos métodos de lucha, de represión. Por las calles cubanas no transitará “el enemigo”, porque tienen que estar “limpias” para que el postcastrismo pueda funcionar con eficacia.
No se confunda nadie. A pesar de las interminables campañas propagandísticas de la dictadura, para lo único que han servido los CDR en sus 53 años de existencia es para la delación política, aunque con el deterioro general de las condiciones de vida de la población cada vez son menos quienes se prestan gustosos para tales abominables conductas, aunque algunos se aferran a la miserable condición de chivatos de baja estofa. Junto a las delaciones, es un elemento fundamental del trabajo de los CDR algo que muchas veces se pasa por alto: el registro de direcciones y viviendas, donde toda persona tiene que estar censada y aprobada antes de tener acceso al carnet de identidad y la libreta de abastecimientos, base para el resto de los engorrosos trámites en que han tenido que vivir continuamente los cubanos durante más de medio siglo de dictadura de los hermanos Castro.
La lucha contra los delitos comunes nunca ha sido prioridad para los CDR, sobre todo si los delincuentes o algún familiar cercano están “integrados” a la revolución. Tampoco otras campañas colaterales de los CDR, como la limpieza de calles, la solicitud de donaciones de sangre, las vacunaciones infantiles, la recogida de materias primas o el ahorro de electricidad, que siempre han funcionado por impulsos esporádicos y logrado más o menos resultados en dependencia de las condiciones. No puede negarse que al menos las vacunaciones infantiles resultan un hecho positivo, pero siempre son tareas secundarias para los CDR, invariablemente subordinadas a la fundamental, que es la vigilancia y la represión, y nada más que la vigilancia y la represión.
El régimen alardea de que la organización agrupa a 8 millones de miembros. De hecho, toda persona al arribar a los catorce años es considerada “cederista” —infame palabreja que desluce al idioma español— aunque en realidad eso no significa mucho, pues la aplastante mayoría de los miembros se limita a pagar su membresía mensual y, cuando no queda más remedio, realizar la “guardia cederista”, ambas cosas con el propósito de no marcarse, pues el criterio del CDR puede ser decisivo para el acceso a determinados trabajos o estudios, autorizaciones para viajar al extranjero, obtener determinados permisos, o simplemente para no ser demasiado hostigado por la policía.
En las condiciones cubanas actuales, de bancarrota de los valores morales de la sociedad, y de extremas dificultades materiales para la amplia mayoría de la población, buena parte de los “cederistas”, más que preocuparse por detectar supuestas acciones enemigas o buscar agentes de la CIA bajo las piedras, se interesan más en encontrar piernas de puerco, pollos, frijoles, viandas, zapatos, útiles escolares, bombillos, o materiales de construcción, pero no para denunciar a quienes comercian con tales productos, sino para tratar de “resolver” sus propias carencias y necesidades.
Dice Raúl Castro que el formado por los miembros de los CDR “es el ejército más poderoso” con que cuenta su régimen.
Con ejércitos como ese, pocas victorias podrá obtener un general sin batallas.
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