sábado, 8 de marzo de 2014

Aperturas utópicas en Cuba.

Por Iván García Quintero.

Dos hombres conversan en la entrada de una casa en la ciudad de Santiago de Cuba.Bienvenido a una isla ficticia. En Cuba nada es lo que parece ser. Algunas cosas que suceden en el verde caimán superan la imaginación más retorcida. Si usted es un forastero notará que los edificios y sus calles están deteriorados y en la ciudad y en sus canales de TV no hay publicidad comercial.

Le gente gana poco más de 20 de dólares al mes y, sin embargo, hay cientos de tiendas que venden electrodomésticos, televisores de plasma o aires acondicionado a precios de Nueva York. Si recorre las flamantes agencias que ofertan automóviles nuevos o de uso, no se frote los ojos, es real: un Peugeot 508 cuesta más 300 mil dólares y 120 mil una camioneta de uso.

En el restaurante de un hotel cinco estrellas -el ministerio de turismo local es muy flexible a la hora de otorgar categorías de lujo- una cena mediocre cuesta más de 120 dólares. Te venden una botella de vino chileno de tercera como si fuese un tinto de primera francés. Y las tarifas de las llamadas celulares son las más caras del planeta.

Con toda razón, muchos turistas se preguntan qué rayo hacen con los dólares recaudados las instituciones del Estado y no le dan una mano de pintura a la ciudad, reparan sus calles o elevan el salario de los trabajadores. La mayoría de los cubanos también se pregunta lo mismo.

Y hablando de cubanos. Se pueden clasificar de tres tipos. El primero, los que no se enteran de que viven en una auténtica autocracia y creen que funcionarios dañinos y corruptos infiltrados en los organismos estatales se han puesto de acuerdo para dinamitar el sistema desde dentro.

El segundo, los que piensan que el capitalismo salvaje patrocinado por el Estado llegó sin ser anunciado. Y el tercero, los que opinan que los camaradas que visten de verde olivo o con guayaberas blancas han instaurado un clan al mejor estilo mafioso y poco les importa las aspiraciones de los cubanos humildes de tener un auto o abrirse una cuenta de Facebook desde su teléfono móvil.

Son muchos los ciudadanos que se sienten decepcionados y su lealtad al castrismo se ha ido quebrando a golpe de precios abusivos, salarios miserables y un 'futuro luminoso' ofrecido por el régimen que jamás llega.

Gente seria, intelectuales ilustrados y politólogos de toda la vida se preguntan qué estrategia se esconde tras los precios de infarto en las ventas de autos o acceso a internet desde celulares ofertados por compañías estatales.

De negocios, evidentemente no es la estrategia, pues con tales precios poco se puede comercializar. Tal vez sea por razones publicitarios, de cara a la galería, para inflar el pecho en una conferencia internacional y decir que en Cuba se puede comprar un Audi o tener una cuenta de Twitter.

Pero no me ando por las ramas. No soy un desprevenido turista ni un cubano con una venda en los ojos. Soy un periodista independiente. Esta trama alucinante de precios abultados y reformas tibias, donde lo único que ha legalizado el régimen son las transacciones que se efectuaban antes por debajo de la mesa, es una canallada notoria.

La esencia real de la autocracia criolla ha quedado expuesta con las últimas medidas. Ni les interesa que los pequeños empresarios particulares puedan comprar un auto ni les importa que los cubanos de a pie puedan acceder a internet. Esas aspiraciones van contra su naturaleza y de sus principios. Un tipo con dinero es visto con ojeriza en Cuba. Un ‘contrarrevolucionario’ en potencia.

Los sesudos que rigen los destinos de la isla piensan que el día de mañana ellos reclamarán cambios de corte político y económico e internet para todos. Para el régimen, la red es la versión digital de una bomba de neutrones.

El diario oficialista Granma una vez calificó a internet, Google, Facebook y Twitter como 'subsidiarias de la CIA'. Caballos de Troya diseñados por el tío Sam para dividir y confundir a los cubanos.

Por eso la estrategia para contener ‘las ambiciones materiales’ del otrora hombre nuevo, de ser propietario de un auto moderno o navegar libremente por internet, es colocar precios que estén al alcance de muy pocos. O de nadie.

Para los analistas locales de contrainteligencia, las redes sociales son es sinónimo de Primavera Árabe. Mientras más lejos se puedan mantener de nuestras costas, mejor.

Las últimas 'aperturas' del gobierno de Raúl Castro están ahí. Pero no hay dinero para comprarlas. Un acto de magia. Al mejor estilo de Houdini.

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