Por Oscar Pérez González.
Un simple recorrido por cualquier calle de la capital muestra el panorama ruinoso en que se encuentra este país ante la mirada indiferente de las autoridades.
Mientras los medios informativos, en manos del gobierno, resaltan las misiones humanitarias de Cuba en el exterior, hoy la nación exhibe una creciente depauperación constructiva y habitacional. Los techos de los hogares amenazan con caer, cual si fueran bombas de tiempo, sobre las cabezas de miles de ciudadanos.
Ese es el caso de un edificio ubicado en la calle Línea, entre 12 y 14, en el Vedado. La construcción data de la década de 1930, y con el paso del tiempo más la falta de mantenimiento fue declarado inhabitable años atrás.
CubaNet se personó en el edificio y pudo conversar con Oscar Pérez González, un anciano de 72 años que sobrevive junto a otras nueve familias en el desvencijado inmueble. Él nos cuenta su historia y la de sus vecinos: “Esta casona de dos plantas se enmascaró con pintura por fuera, pero todas las vigas y las losas del techo están podridas, a punto de colapsar”.
Comenta Oscar que las autoridades de este municipio siguen sordas y mudas ante las reiteradas solicitudes de reparación de este edificio, por el riesgo para la vida que representa. “Yo me mantuve durante mucho tiempo viviendo bajo el peligro de perecer a causa de un desplome del techo de mi habitación. A tanta exigencia al Departamento de Arquitectura y a la Unidad de la Vivienda, sólo logré que el SECON, una empresa que se encarga de la demolición y apuntalamiento de los recintos en mal estado, demoliera la parte de arriba del cuarto en que dormía, y hasta tuve que pagar para que me hicieran el trabajo”.
Durante más de dos años, Oscar se cobijó en la terracita de su casa, donde instaló su dormitorio. A falta de techo, cansado de esperar por la reparación prometida por el Estado, decidió reconstruir la placa con sus propios esfuerzos. Para conseguir el dinero necesario para echar la placa en su cuarto ?que lleva treinta sacos de cemento, arena, y veinte planchas de poliespuma?, vendió su ropa, la lavadora y otros equipos electrométricos, a la vez que recibió una ayuda económica de su madre, diácona en una iglesia católica de Miami.
Pasillo interior de la edificación donde vive Oscar y otras familias
Pero para emprender tal construcción se encontró frente a un cúmulo de dificultades y tuvo que recurrir al mercado negro. Como resulta muy difícil encontrar los materiales necesarios en los rastros habilitados por el gobierno y la corrupción se halla presente en dichos establecimientos de venta, al final se obtiene a sobreprecio lo que los dependientes dicen que allí no tienen. Así, en las inmediaciones del lugar, hay siempre un grupo de revendedores que oferta y traslada los materiales a un precio cuatro veces superior que el oficial.
Al preguntarle a Oscar cómo era posible esta absurda realidad, subrayó: “Esto es una epidemia generalizada por todo el país, y no sólo en los rastros. Se llama corrupción, y es producto de que un enorme segmento poblacional está viviendo en la miseria. Pero lo que más me preocupa son mis vecinos, que no han podido resolver ni una puntilla, a pesar de sus reclamos al Estado”.
Si bien este anciano, con mucho sacrificio, pudo resolver parcialmente su problema, las otras familias del recinto viven en una constante angustia por el temor a que ocurra un derrumbe. Al respecto, una residente en la planta alta que prefirió mantener el anonimato, declaró que “cuando llueve el agua penetra a chorros dentro de mi cuarto, y de igual manera a los apartamenticos colindantes. Hemos ido a reclamar al Gobierno de Plaza [municipal], al Departamento de Arquitectura, a la Reforma Urbana y nada. Ni siquiera nos dan impermeabilizante para sellar el techo. Siempre nos remiten a la delegada del barrio, María Elena, pero está visto y comprobado que nuestros funcionarios carecen de poder”.
También comenta otra inquilina, quien igualmente pidió no se mencionara su nombre: “Como verás, en esta circunscripción hay tantas viviendas con grietas en paredes y columnas, tantos techos a punto de venirse abajo; hay tantas puertas y ventanas que ya no pueden siquiera sostenerse, tantos muebles mojándose bajo la lluvia, que nuestra delegada, la pobrecita, no puede con tales ‘tantos'”.
Ahora los inquilinos están sumamente alarmados por el reciente derrumbe total ocurrido en La Habana Vieja, seguido de cerca por la prensa independiente, donde fallecieron cuatro personas ?incluyendo una niña de sólo tres años? y otras tres resultaron lesionadas. Como dice el dicho, desde hace años “La Habana está como San Lázaro, en muletas”. No son pocas las edificaciones que milagrosamente se mantienen en pie.
Así viven miles y miles de capitalinos, imposibilitados de encontrar una solución inmediata para la urgente reparación de sus viviendas. Con razón cuando llegan las lluvias que refrescan el verano, en vez alegrarse, tiemblan.
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