Por Jaime Puig.
¿Qué es eso del «transbarroco»? Se preguntará el lector o la lectora que no se haya acercado nunca a la obra del cubano Severo Sarduy. Transbarroco es la etiqueta que le acabo de colocar al estilo que, en gran parte de su escritura narrativa y lírica, destila este gran autor, el cual ha sido prácticamente ignorado por la crítica debido, sobre todo, a su gran hermetismo, entre otros factores. Alguno de los otros factores bien podría ser el rechazo que su obra ha causado al sector más conservador del sistema literario. Si además pensamos en el régimen represor que supuso el castrismo en relación a la homosexualidad, podemos entender por qué las novelas o los poemarios de Sarduy no han sido reconocidos mucho más allá de la crítica filológica altamente especializada.
Pero si Sarduy ha sido reconocido más por un género, ese ha sido el novelístico, con ejemplos como Cobra, por esa poética que he llamado como «transbarroca» al condensar en un solo texto una expresión exuberantemente barroca junto a una utilización conscientemente intensa del argumento del travestismo. Pero, ¿cómo plasma el cubano esta combinación especialmente moderna en sus textos? El prefijo «trans» quizá sería una de las mejores maneras de describir este fenómeno, ya que lo trans no solo se limita a la transformación sexual o de género que sufren sus personajes, sino que también alude al carácter dinámico que revelan sus textos. Así, estos caracteres se mantienen en tránsito permanente y siempre buscan una realidad ajena, una utopía diferente a la realidad vivencial que les ha tocado experimentar.
Por otro lado, lo barroco tiene su presencia en lo hermético y en la acumulación aparentemente desordenada de lo disparatado. Las características del teatro surrealista o absurdista parecen también asomar a veces en su escritura para revelar las incoherencias del mundo contemporáneo.
Dos útiles claves para analizar la narrativa y la poesía de Sarduy —y que él mismo explica en sus Ensayos generales sobre el Barroco— son los conceptos pictóricos de «anamorfosis» y «trampantojo». Aparte de dedicarse al teatro en su juventud y cultivar el ensayo, la novela o la lírica, el cubano también es pintor, y no el típico poeta—pintor que hace dibujitos al lado de sus sonetos, sino que Sarduy ha llegado a tener una exposición de sus cuadros en diferentes museos del mundo como el Reina Sofía de Madrid. Por ello, la intersección entre pintura y literatura está casi siempre presente en sus composiciones. Con el concepto de anamorfosis se podrían explicar las transformaciones que se llevan a cabo en los textos sarduyanos. Él mismo en sus ensayos propone como modelo el cuadro de Los embajadores de Hans Holbein y la representación de una calavera que se inserta en el dibujo de forma oblicua y deformada, y que para Sarduy contiene el mensaje de la necesidad de una mirada desde un ángulo preciso para su captación original y verdadera. Aquí aparece lo que el autor llama la pulsión de la muerte y que crea una transformación entre la expectativa ante la vista previa del espectador o espectadora y el resultado final o verdadero. Este recorrido desde la «ficción artística» a la «verdad terapéutica» —pues hay un desvelamiento de zonas oscuras en términos psicoanalíticos—también toma forma en la técnica del cubano, ya que los personajes narrativos o los componentes líticos presentan una imagen inicial y deformada que evoluciona hacia una imagen completa y ordenada tras pasar por el tamiz de una adecuada lectura hermenéutica.
Este complicado proceso de recepción artística no es nada fortuito por parte del autor, pues Sarduy está muy influenciado por las teorías de Jacques Lacan, así como recibe clases de Roland Barthes en la Sorbone de París. Así, el cubano desata una suerte de fenómenos literarios que deben ser analizados desde la crítica filológica más completa y con un sentido de la intuición muy aguzado.
Algo parecido ocurre con la otra técnica que mencionábamos anteriormente, el «trampantojo» o trompel’oeil en francés. Este método suele asociarse a falsas vidrierías, simulaciones de cúpulas, profundidades ficticias de altares en las iglesias u otras construcciones, o bien en cuadros en los que el personaje parece querer escaparse y se coloca con pespectiva de relieve. Estos procedimientos que tienen por objetivo el engaño al espectador son usados también recurrentemente en la obra sarduyana.
¿Por qué leer entonces a este autor hermético, especulador de lo trans: transgenerizador, transexualizador, transatlántico, transitorio…; en definitiva, transbarroco? Pues la respuesta reside en la sentencia de su maestro José Lezama Lima: «lo difícil es estimulante». ¿Y quién mejor que este autor para estimularnos, sacarnos de la zona de confort literaria y así sumergirnos en las engañosas redes de lo real maravilloso americano?
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