Por Luis Cino.
Fidel Castro demoró 35 años en aceptar la posibilidad de que el presidente chileno Salvador Allende no resultara muerto en combate, en el Palacio de La Moneda, el 11 de septiembre de 1973, mientras resistía el asalto de los militares golpistas, como aseguraba la versión oficial cubana. Solo entonces el dictador sugirió que Allende podría haberse suicidado.
“No hay contradicción alguna entre ambas formas de cumplir con el deber”, sentenció Castro en una de las Reflexiones que firmaba como Compañero Fidel, en junio de 2008, cuando se cumplió el centenario del nacimiento del expresidente chileno.
Pero hay una insistente versión que nunca ha sido confirmada, la que apunta a que Allende no se suicidó sino que fue ultimado por el cubano Patricio de La Guardia, que formaba parte de la escolta presidencial y tenía la orden de Fidel Castro de impedir que el mandatario cayera prisionero.
Tal vez nunca se sepa la verdad sobre la muerte de Salvador Allende. De cualquier modo, es poco probable que el exgobernante hubiese aceptado rendirse y que le arrebataran la presidencia. No era su estilo, tozudo como era.
Recordemos que desde 1952, durante 18 años, Allende, a quien llamaban “el candidato eterno”, participó en cuatro elecciones presidenciales consecutivas, y no cejó en su empeño hasta que resultó electo en los comicios del 4 de septiembre de 1970.
El hecho de que Allende, a la cabeza de Unidad Popular, una coalición de comunistas, socialistas y radicales de extrema izquierda, cuyo objetivo declarado era implantar el socialismo en Chile pero dentro de las reglas del pluralismo político, hubiese sido democráticamente electo, contrarió a Fidel Castro. Le molestaba que un marxista hubiera llegado a la presidencia por las urnas, dentro de las reglas del juego de la democracia representativa y no a través de la lucha armada, como él preconizaba desde los años 60. Además, el socialismo democrático de Allende contrastaba agudamente con el régimen de corte estalinista imperante en Cuba.
Desde los comienzos del gobierno de la Unidad Popular, Fidel Castro quiso influir para que las cosas en Chile se hicieran a su manera. De esa forma, la ayuda cubana resultaría más dañina que beneficiosa para Allende.
Se suele insistir en culpar a la CIA por el golpe militar del 11 de septiembre de 1973, pero se pasa por alto la cuota de responsabilidad que tuvo Fidel Castro por su injerencia en Chile.
Castro visitó Chile a finales de 1971. Permaneció más de 20 días en el país austral y lo recorrió de punta a punta. Pronunció discursos incendiarios y opinó profusa e imprudentemente acerca de todo. Mientras trataba de convencer a los jefes militares de que el socialismo no era antagónico con los institutos armados, aconsejaba a Allende la formación de milicias obreras para “mantener la adhesión de los vacilantes, imponer condiciones y decidir el destino de Chile”.
Aquella visita, que pareció interminable, fue el catalizador de la crisis del Gobierno de Allende.
La ingobernabilidad que condujo al golpe militar se creó entre todos los que quisieron imponer sus puntos de vista a los demás, unos y otros en los extremos del espectro político chileno.
Allende tuvo que enfrentar el dilema de ser el presidente de todos los chilenos o solo de un sector de la Unidad Popular. Alejado de los métodos leninistas, sus políticas fueron rebasadas por los elementos de la extrema izquierda que exigían una mayor radicalidad.
La extrema izquierda, con los pistoleros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, la ocupación al estilo bolchevique de fábricas y latifundios, y el amago de armar las milicias obreras, sobrepasó al Gobierno de Allende, que no supo o no pudo lidiar con todo aquello, detrás de lo cual estaba la mano del régimen cubano.
Allende recibió la última carta de Fidel Castro el 29 de julio de 1973, 42 días antes del golpe militar, de manos de Carlos Rafael Rodríguez y Manuel Piñeiro, quienes viajaron a Santiago de Chile con el pretexto de asistir a la reunión del Movimiento de Países No Alineados. Su objetivo real era reiterar a Allende el apoyo cubano en la guerra civil que parecía inminente y para la que Fidel Castro se preparaba con el mayor sigilo.
“Hazles saber a Carlos y a Manuel en qué podemos cooperar tus leales amigos cubanos”, escribió Fidel Castro en aquella carta.
Allende, para evitar una guerra civil, se negó a formar las milicias proletarias como aconsejaba Fidel Castro. Pero ya era tarde. Todo había ido demasiado lejos. La injerencia cubana precipitó el golpe militar.
Allende, atrincherado en el Palacio de La Moneda, enfrentó a los militares golpistas en compañía de un puñado de sus más cercanos colaboradores y varios cubanos de las tropas élite del MININT. Cuando los carabineros hallaron el cadáver del presidente en un salón del Palacio, el fusil ametrallador que le regaló Fidel Castro estaba a sus pies.
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