En la década de 1960 la demanda de productos industriales en Cuba se hizo mayor que la oferta. Para cortar por lo sano con el pánico popular, el gobierno diseñó un plan de racionamiento que tuvo diversos capítulos. Uno de ellos fue la popular libreta de cupones.
La Libreta de Racionamiento de Productos Industriales.
Ese era su nombre real. Ponga atención a la lectura porque la explicación de este caso no es comprensible a primeras; a menos que ya usted tenga experiencia en este tipo de compras racionadas.
Aun así, el cerebro tiene estrategias para superar traumas y si llevas mucho tiempo fuera de Cuba ya habrás borrado la programación para entender esto. Vayamos por partes. Primero revisemos el concepto “productos industriales”.
Una categoría muy amplia a la hora de comprar.
El gobierno necesitaba responder a la demanda. Era imprescindible hacer un reparto igualitario y controlado. La estrategia fue aunar todas las ofertas en una categoría amplia: productos industriales. Aquí se incluye todo, o casi todo lo que se necesita para vivir en el mundo civilizado.
Es decir, si usted quería un bikini nuevo, precisaba de un cupón. Pero si necesitaba brochas para pintar también eso requería de un cupón. Todo lo que se le ocurra que puede ponerse encima, o utilizar en su vida cotidiana, tenía un lugar en la libreta de cupones.
Existían además las libretas de “canastillas” que daban derecho a adquirir artículos necesarios durante la primera etapa de vida del bebé. Libretas “de niños” con cupones para adquirir juguetes en momentos específicos del año; y desde luego, la célebre libreta de abastecimiento de víveres.
¿Cómo funcionaba la cosa con la libreta de cupones?
Al principio se podía comprar cualquier día en las hermosas tiendas cubanas. Pero aquello trajo desajustes y se hizo necesario perfeccionar el mecanismo de control.
La libreta se subdividió en grupos de compra. Estos se identificaron con letras y números (A1, A2, A3, A4; B1, B2…) y se creó un calendario en el que el cliente debía verificar sus días para gastar.
Un día la mujer trabajadora A1. Una semana después los miembros del grupo A4. El mes que viene las amas de casa B3. Debías comprar verificando que no se pasaran de fecha tus cupones anuales o semestrales.
Empezaron a llamarle María la O.
Había una libreta por persona en Cuba. Cada libreta tenía sus cupones y estos los perdías poco a poco en cada compra. Con un mismo cupón se compraban varias cosas. Por ejemplo, con el 1-M podías comprar una camisa o una botellita de pulimento para muebles. Como era una cosa o la otra, se le puso a la humilde libreta de cupones el apodo de María la O.
Así mismo, si tenías varios cupones y había mercancía, solo te podían vender por un cupón. Si tenías el cupón no había la mercancía que se correspondía; o si estaba el producto ya habías gastado el cupón. Esta situación recurrente originó la frase cubana: “Hay, pero no te toca”.
No solo estaba el dilema de escoger entre esto o aquello, además estaba la posibilidad de llegar a comprar y que se acabara lo que buscabas. Te quedabas con la frase: "Te toca, pero no hay". Aunque si tenías buena suerte conseguías un producto en sustitución de otro. Hay quienes creen que aquí se haya el origen del concepto de venta “Pollo por Pescado” que hasta hoy persiste.
Y en el 90 se formó el despelote.
Dios aprieta, pero no ahoga. Y los cubanos nos colamos por el hueco de una aguja. ¡Una libreta no nos iba a parar en el Período Especial! Ya la gente mucho antes había comenzado la lucha por debajo del telón. ¿Cómo es eso?
La vendedora del departamento de lencería, que era novia del hijo del chofer del vecino del cuarto piso, le resolvía el champú a la prima de Enriqueta que era muy amiga suya. En otras palabras, aquello se convirtió en un cáncer económico con metástasis sociocultural severa.
El tiempo es implacable y nadie aguanta tanto control. La proletaria libreta de cupones cubana se fue consumiendo poco a poco hasta que, en la década de 1990, desapareció totalmente de nuestras vidas.
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