El 7 de diciembre de 1990, en un apartamento de New York, un hombre enfermo de SIDA puso fin a su vida dejando un memorable epitafio: “Cuba será libre un día. Yo ya lo soy”. Su nombre era Reinaldo Arenas, y aunque hoy su identidad es penosamente ignorada por casi todos los cubanos, aquel campesino pobre de Holguín, que peleó en la Sierra Maestra y estudió Contabilidad Agrícola para servir a la Revolución, saltó a la inmortalidad como figura cimera del boom literario latinoamericano.
A propósito de su aniversario luctuoso, CubaNet se dedicó a averiguar cuán desconocida es la obra de Reinaldo Arenas entre sus coterráneos; solo para constatar que si algo sabe hacer el sistema político cubano, es enterrar a los irreverentes.
El olvido ha sido lapidario hasta en la carrera de Filología de la Universidad de La Habana, cuyo plan de estudios excluye a la denominada “Generación del Mariel”, en la cual no solo figura el propio Arenas, sino otros importantes escritores e intelectuales como Juan Abreu, Carlos Victoria, Miguel Correa, Roberto Valero y Reinaldo García Ramos. Todos sufrieron el acoso y la marginación por parte del régimen cubano; todos asumieron -dentro y fuera de la Isla- una postura crítica y de confrontación ante aquella revolución declarada humanista que, desde la misma década de 1960, torció el rumbo hacia una dictadura de corte estalinista.
Reinaldo Arenas fue el epicentro de aquel grupo de “escritores malditos” que hallaron resistencia también en la otra orilla, donde había espacio para el anticastrismo; pero no para una literatura personalísima, en la cual se configuraba un nuevo arquetipo emergido de una minoría social: el sujeto gay. La sexualidad tórrida y heterodoxa, tan recurrente en la narrativa de Reinaldo Arenas, resultó un asunto demasiado escandaloso para lo que entonces se consideraba como “buena literatura”.
Expulsado de su tierra natal, rechazado en el exilio, víctima del VIH cuando se creía que el virus era una enfermedad privativa de los homosexuales, la vida del escritor estuvo signada por la controversia y la tragedia hasta el último instante. Su vitalidad y pasión por el riesgo; su estirpe de libertino incorregible; su genio literario y esa profunda sensibilidad templada en la angustia del destierro, inspiraron al director estadounidense Julian Schnabel a llevar al cine su autobiografía, titulada Antes que anochezca (2000).
Dicha mirada cinematográfica es, probablemente, el único referente que algunos cubanos -muy escasos- poseen sobre quien fuera ícono de una generación. El rencor sibilino del gobierno cubano, la censura y la voluntad, expresada por Reinaldo Arenas en su testamento, de que ninguna de sus obras publicada en Cuba, han contribuido a agrandar un vacío cultural y de información que se extiende hasta la Academia.
A juzgar por las dos entrevistas que dieron frutos, hay que ser homosexual y/o de mediana edad para saber quién fue Reinaldo Arenas; circunstancia que lo afirma como producto cultural de un segmento social específico, aún en detrimento de la literatura cubana en su sentido más amplio. El resto de los entrevistados no conoce su obra ni le interesa; como tampoco pueden nombrar otro escritor que no sea José Martí.
Lo peor, al cabo de tantos años de censura, miedo y desinformación, es la mentira. Muchos cubanos cada día saben menos, pero se niegan a reconocerlo y prefieren decir cualquier dislate. A pesar de que la obra de Reinaldo Arenas lleva 50 años proscrita de la Isla, una estudiante universitaria aseguró a CubaNet haber visto una novela suya en una librería.
Es un fenómeno repulsivo e incomprensible; pero si de algo no hay duda es de que la Alma Mater está rodeada por la misma ignorancia que comúnmente se adjudica a los residentes en los barrios de intramuros.
El año 2017 marca el cincuentenario de la publicación de Celestino antes del alba, la primera y única novela de Reinaldo Arenas que vio la luz en Cuba. Ni una sola mención se ha hecho sobre este particular en el país de las conmemoraciones. Reinaldo Arenas, junto a Lidia Cabrera, Severo Sarduy, Lino Novás Calvo y otros, continúan en el aletargado desconocimiento que emana de una realidad irreversible, donde cada fragmento removido de Cuba murió para las nuevas generaciones.
Zoeños de la Razón: Reinaldo Arenas.
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