domingo, 4 de agosto de 2019

Esperando a Robespierre.

Por Andrés Reynaldo.


Desde hace meses abundan las referencias a la Revolución Francesa en la prensa y la academia de EEUU. De alguna manera se presiente que estamos abocados a un gran vuelco social y político tras las elecciones presidenciales del 2020. Gane quien gane.

Lo inquietante es que el referente sea la colosal masacre de 1789 y su siguiente década de terror. En un artículo publicado el 27 de julio en The Wall Street Journal, Peggy Noonan hablaba sobre la transformación totalitaria del lenguaje llevada a cabo por los "guerreros de la justicia social y sexual". Algo comparable, según ella, al asalto de los jacobinos contra el sentido común y las costumbres de los franceses de la época.

Aquellos que hemos vivido el totalitarismo sabemos lo que esto significa. Cuando las cosas no pueden ser llamadas por su nombre, la guillotina que corta las palabras puede empezar a cortar los cuellos.

Noonan hablaba de la amenaza a las libertades implícita en las directivas de lenguaje y conducta que se han ido imponiendo. Citaba como uno de sus ejemplos la guía del Grupo de Tarea de Comunicación Inclusiva de la Universidad Estatal de Colorado. A fin de no contribuir a la erosión de otras culturas, la guía prohíbe identificar como norteamericano a una persona nacida en Estados Unidos. Tampoco puede describirse a nadie como loco o lunático. En este caso, los términos adecuados serían "sorprendente/salvaje o triste". El saludo a un grupo nunca será "Hola, chicos (You guys)", sino "todos o gente (all/folks)". En lugar de "macho o hembra" debe decirse "hombre o mujer o género no binario". Por razones de espacio me ahorro la lista de 63 nuevos pronombres que deben aprender en muchas escuelas los estudiantes de Inglés como Segunda Lengua.

Un actual dilema de los departamentos de recursos humanos consiste en establecer la nomenclatura adecuada para los baños de los empleados. Rechazada por excluyente la idea clásica de los respectivos baños para mujeres y hombres, quedan tres opciones: un baño general; tres baños con la designación de hombre, mujer o no binario; y dos baños de acceso libre, sin designación.

Al baño general se resisten quienes prefieren la idea clásica. A su vez, los tres baños arrojan un inmediato estigma sobre los no binarios. Por último, a los dos baños sin designación se oponen las mujeres que no quieren acicalarse delante de los hombres, así como los hombres que temen convertirse en un fácil blanco del movimiento #MeToo. To pee or not to pee: that is the question.

En un reciente discurso en la Conferencia Nacional Conservadora, Christopher DeMuth observaba que el progresismo actual se opone ferozmente a los preceptos esenciales de la tradición liberal norteamericana, tales como la igualdad de oportunidades y las libertades de expresión, religión y empresa. Para nuestros jacobinos, el presidente Barack Obama ya se va deslizando hacia el trumpismo y hasta el mismo Bernie Sanders muestra las taras del "hombre blanco". Una palabra fuera de los nuevos códigos, dicha ahora o hace 20 años, puede arrojarte al ostracismo, hacerte perder un empleo o llevarte a los tribunales.

Como otras tantas revoluciones, es una ruptura sicótica, una absurda rebelión contra la realidad. La destrucción del ámbito civilizado del debate, que permite a los ciudadanos reconocerse por encima de las diferencias, acrecienta la potencialidad de la violencia.

Simon Schama comentaba en su estudio de la Revolución Francesa que la violencia no es un desafortunado efecto secundario de la lucha de los revolucionarios. La violencia, dice, es la fuente de la energía colectiva de la Revolución; lo que hace revolucionaria a la Revolución.

Cierto, los guerreros de la corrección política no han tomado las armas. No menos cierto es que cada día ganan más control sobre las artes, la educación, los medios y las estructuras de administración local. Lenin estaría pasmado. No han disparado un tiro y ya han cerrado el libre debate en la academia, han coartado la objetividad de la prensa y han reducido la capacidad de gobiernos y parlamentos para velar por el interés, el orden y la justicia de la mayoría.

Al final de su artículo, Noonan se asombra del poder que tiene el Robespierre de hoy. ¿Pero cómo -se pregunta-  consiguió su poder el Robespierre de ayer?
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