domingo, 24 de enero de 2010

Historia forense de tribunales, privilegios y moral socialista.

 Por Juan González Febles.

A Samuel Formell lo sancionaron a dieciocho años de privación de libertad. Fue en la época idílica del subsidio soviético. En aquel momento, hace sólo unas pocas décadas, recibir paquetes desde el extranjero era un emblema indiscutido de alto estatus y sólido confort. Una anciana que residía en El Vedado, disfrutaba de este tipo de prosperidad, típica de la Cuba de entonces. Lejos estuvo la infortunada anciana de sospechar que esta sería la premisa cierta de su desgracia…

Tres jóvenes, entre los que se contó Formell, hoy director de la orquesta Van Van e hijo de su fundador Juan Formell, decidieron hacerse de modernos equipos estéreo. Samuel conocía donde hallar los equipos y además, contaba con confianza para acceder a los mismos. ¿Quién sospecharía algo de un jovencito tan simpático? A fin de cuentas, su padre era un artista de éxito. La anciana confiaba en él, que la visitaba y con frecuencia la ayudaba en algunas cosas de la casa.

Una tarde, golpeó la puerta y la anciana, confiada le abrió. Los tres jóvenes irrumpieron en el interior, la amordazaron y dominaron de inmediato. Samuel era uno de ellos. Pasado el primer momento de nerviosismo, Formell llamó la atención de sus cómplices: -Ella me conoce; ¡tenemos que matarla!-dijo.

La anciana fue estrangulada con un cable telefónico y huyeron con su botín. Los culpables fueron encontrados y puestos a buen recaudo, tras las rejas, por el siempre eficiente Departamento Técnico de Investigaciones (DTI) de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR).

Samuel Formell fue enviado a la Prisión Combinado del Este en La Habana a purgar su horrible crimen. Pero de esta sólo conoció el área exterior. No residió en las celdas de este antro. Fue destinado a trabajar en el área exterior y autorizado a pernoctar en su domicilio. Más adelante, se le autorizó a tener una batería profesional y a recibir clases de percusión que le impartió un maestro contratado a esos efectos. El maestro, recibió la autorización para impartirle clases en la prisión.

Poco tiempo después, Samuelito fue recompensado con una licencia extra penal. Salió libre con estas limitaciones y otro tiempito después, recibió su carta de libertad definitiva. ¡Ya era un hombre libre!

Le fue bien en libertad. En armonía con la regla cubana no escrita, pero vigente, de sucesiones y nepotismos, recibió la dirección de la orquesta Van Van. Fue privilegiado en detrimento de Cesar Pedroso y Pedrito Calvo. Dos artistas que contaban con veteranía, profesionalidad y amplias simpatías populares.

En la actualidad, Samuel Formell dirige a Van Van. Ha destruido cuatro automóviles marca Mercedes Benz, que el seguro pagó sin hacer muchas preguntas, o quizás lo hizo después de obviar las necesarias. Ha viajado a muchos países extranjeros. No hubo funcionario consular que hiciera alguna que otra investigación o preguntas que comprometieran el crédito y el prestigio que ostenta.

Mientras, bajo el mismo cielo cubano, en la misma Prisión Combinado del Este de La Habana, como en cualquiera de los centenares de establecimientos de este tipo que existen en Cuba, hay otros a quienes no les ha ido tan bien.

En alguna, Osmín Zerquera Torres cumple una sanción de tres años de privación de libertad, por un supuesto delito de peligrosidad social. Nadie ha tenido a bien intervenir a su favor. Es joven, negro, pobre y rastafari. El no vive en El Vedado o en Miramar, reside en Lawton. Sus dreadlocks parecen afectar la integridad y la tranquilidad ciudadana. O al menos, eso piensa el jefe de sector de la policía. En el listado de millonarios socialistas confeccionado por el detective de dineros, Kenneth Ryjock, aparece el apellido Formell y falta Zerquera. Mala cosa.

Por supuesto, para que este final feliz y tanta buena suerte fuesen posibles, se produjo la providencial intervención de uno de los elegidos sin mancha. El demiurgo que hizo posible esta historia, fue el difunto Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, a quien Dios mantenga, en su santa gloria.

Por su parte, el ex presidente y Comandante supremo, Fidel Castro, intervino en 2003 para que fueran juzgados, condenados y ejecutados en menos de seis días, tres jóvenes habaneros. De acuerdo a su buen decir, sólo administraba justicia o repartía un cake, que para él, son operaciones similares. Aunque no mataron a nadie, eran negros. Fueron supliciados como medida ejemplarizante, la revolución lo necesitó. A fin de cuentas, ninguno era millonario. Sus nombres y apellidos eran ajenos a los listados selectos de las jet set, la revista Forbes y los detectives de dineros. Nunca frecuentaron o conocieron el Club Habana.

Todos hemos aportado a la triste y larga historia mayor de tribunales, privilegios y moral socialista que sufrimos negros y blancos. Los mismos que según José Martí, antes unieron sus almas en ascenso desde los campos de Cuba libre. Como signo de los tiempos que corren, hoy nadie sube. Todos hemos descendido a algún círculo infernal. Lo hacemos guiados o empujados, por la voluntad y la impronta de los millonarios socialistas y la élite verdeolivo. De alguna forma, también somos culpables.
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