Por Iván García.
Comienza en la calle Prado y termina en Galiano. Son cinco cuadras de paseo peatonal en el corazón de La Habana, repletas de tiendas en moneda dura o peso nacional. Cafeterías, barberías, heladerías, mercados, un cine para niños y una joyería en declive.
Durante todo el año, el bulevar está a tope. Diciembre, mes de resúmenes y agasajos provoca que los citadinos salgan compulsivamente de compras. Es posible que en alguno de sus comercios consiga lo que desee o necesita.
A la tienda Belinda entra un grupo de señoras, en busca de un juego de sábanas para su hogar. Con la boca abierta y sin palabras se quedan cuando se enteran de los exagerados precios en divisas.
Cerca, unos tipos pasados de copas, acompañados de alegres muchachas negras, en igual estado, miran hacia ambos lados y subrepticiamente se introducen por una puerta de hierro oxidada de lo que un día fueron los cines Duplex y Rex. Vacían sus vejigas cargadas de cerveza, ingerida en un centro nocturno de medio pelo llamado Palermo, donde suelen recalar las putas viejas y baratas que no tienen la opción de ligar un extranjero.
En el Cabaret Nacional, justo donde comienza el bulevar, en la calle Prado, una cola de hombres de unos 50 años, y un grupo de jóvenes mestizas, con el típico lenguaje corporal de las hembras cuando buscan placer, intentan que algún “temba” (cincuentón) les pague la entrada a la discoteca. La Disco Temba, como se le conoce, abre a las 4 de la tarde.
A tiro de piedra, en los portales del hotel Inglaterra, ‘vikingos’ nórdicos e ‘ibéricos’ gordos beben daiquirí, que acompañan con tapas de jamón, queso y aceitunas. Arrobados escuchan una pésima versión del Chan-Chan de Compay Segundo. Dentro del hotel, una japonesa con acné juvenil, se queja en inglés a una dependienta de lo caro del servicio de internet: una tarjeta cuesta 6 c.u.c la hora. Qué diremos los cubanos.
La tarde cae y el ir y venir de personas apresuradas aumenta. Para paliar la sed que provoca este calor de fuego de fin de año, la gente toma refrescos embotellados, de producción nacional, a 5 pesos la botella. En un quiosco venden panes sin envolver, expuestos al aire, con sus correspondientes dosis de microbios, ya sea pan con lechón, jamón o un queso de espantoso olor.
Donde quiera que te sientes, a tomarte un refresco, comerte una ración de arroz frito o un trozo de pollo ahumado, se te acercan perros sucios y sarnosos, que con cara de lástima te suplican que les des la sobra. Forman parte del ejército de canes famélicos que deambulan por toda la ciudad.
También los mendigos hacen lo suyo en estas calles de Centro Habana. Unos descaradamente e incluso con tono agresivo te piden dinero, otros con la imagen de algún santo, casi siempre San Lázaro, te piden una limosna “preferiblemente en divisas”.
Si te ven con cara de bobo, un estafador intentará pasarte la cuenta. Te ofrecen de todo: desde mierda en polvo hasta un misil tomahawk. Los vendedores ilegales le juegan cabeza a la policía, para poder vender baratijas o cinturones de cuero hechos por artesanos desesperados y sin dinero.
En el Bulevar de San Rafael se encuentra de todo. Se traman fechorías y si no te ven pinta de guardia vestido de civil, puedes comprar un gramo de coca a 35 c.u.c o un cigarrillo criollo de marihuana a 25 pesos.
Las calles adoquinadas están pintadas con grandes cuadros blancos y rodeadas de macetas con plantas mustias que los jardineros estatales no cuidan con esmero, disgustados por la escasa paga.
Ya a la salida, en la esquina de Galiano y San Rafael, un parque recuerda que en ese lugar una vez estuvo El Encanto, una de las tiendas por departamentos mas chic de La Habana. Fue devorada por un incendio, el 13 de abril de 1961, como parte de sabotajes previos a la invasión de Bahía de Cochinos. Hubo 18 lesionados y una víctima mortal, Fe del Valle, jefa del departamento infantil de El Encanto.
Una historia que no saben los niños, blancos, negros y mestizos que juegan fútbol con un balón desinflado. Un negrito tira fintas increíbles para su edad, descalzo y con una camiseta desteñida de Kaká. Sus fans, sentados en un muro, aplauden al pequeño Pelé cubano.
Puede que el Bulevar de San Rafael no tenga el encanto del de París o el de Barcelona. Pero es el único que hay en La Habana. Punto de encuentro de habaneros, nostalgia de exiliados y sede de casas de huéspedes particulares para forasteros. Si pasa usted por La Habana, no deje de visitarlo.
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