viernes, 18 de abril de 2014

De invasores extranjeros, el marabú y otros demonios.

Por Feliberto Pérez del Sol.

Desde enero de 1959, la dirigencia castrista empezó a alertar sobre la inminencia de un ataque militar norteamericano. Pasados ya cincuenta y tantos años de aquel aviso, los cubanos perciben que un enemigo, y no precisamente norteño, ya invadió a Cuba.

Si bien los primeros reportes sobre este invasor se remontan al Camagüey de mediados del siglo XIX, la escasa peligrosidad mostrada entonces hizo que pocos controles se le aplicaran. Sin embargo, uno de aquellos estudios arrojó que era natural del continente africano, y que sus mayores avistamientos ocurrían entre los meses de abril y septiembre.

Este ocupante sojuzgó inicialmente solo las zonas rurales, por ser estas de menor acceso humano, y después ocupó poco a poco cuanto terreno pudo. Algo que logró con no muchas trabas, debido principalmente a su fácil adaptabilidad y dispersión por un país donde los contornos áridos y secos no le generaban impedimento alguno.

Eso sí, cuando sus posiciones eran víctimas de torrenciales aguaceros, se notaba que esto le era hostil, pues no toleraba vivir en terrenos inundados. No obstante esta contrariedad, establecía sus campamentos tanto en terrenos llanos como en aquellos que rondaban los 1500 metros de altura.

Con el tiempo su radio de acción creció y su figura se generalizó a todo lo largo y ancho del país, aunque nunca lo bastante cerca de sitios urbanos como para que lograran cazarlo con facilidad. Su padecimiento heliófilo le llevó a vivir lejos de las grandes ciudades, aun así, para 1930 se movía ya por un espacio de 443,190 hectáreas, o sea, el 3 % de la superficie nacional.

A finales del siglo XX este agresor dominaba tal cantidad geográfica, que sometía prácticamente la mitad del territorio nacional sin industrializar. Para entonces, sus embates sobre La Mayor de Las Antillas frisaban los 1.141.550 hectómetros cuadrados, algo más del 10 % del suelo patrio.

Cuando unos años después Raúl Castro tomó la presidencia de Cuba, mejor dicho, la heredó de su hermano mayor, y mientras realizaba un viaje al interior del país se asombró de la enorme cantidad de territorio gobernado por este usurpador foráneo. El heredero de la monarquía castrista parece que desconocía tal invasión y se alarmó de la libertad con que aquel extranjero se le mostró a uno y otro lado de la Autopista Nacional.

La dirección del país le declaró la guerra inmediatamente, y los vecinos de nuestros campos y ciudades no hallaron mejor modo de combatirlo que alistarse en un ejército de iguales y preparar la logística necesaria para eliminarlo. Con la inmediatez que exigía el caso, se movilizó la nación y se dispuso de todo el material necesario para enfrentarlo.

Pero el rival resultó más duro de lo esperado. Se le batalló de modo intenso y seguido, mas, fue solo en algunos sitios. El interés pronto decreció. Además, se esparcía con facilidad. Por ello, todavía se le ve deambular por cualquier sitio, siempre con su ropaje espinoso cubriéndole todo el cuerpo y su organismo de resistencia admirable.

Para evitar males aún mayores lo nombro: se llama Marabú y es un arbusto espinoso.

La invasión del marabú es resultado, el más visible tal vez, del desastre agrícola que vive hoy el país. Decadencia que se inició con aquel "glorioso enero", cuando el nuevo régimen centró toda su atención en evitar un ataque imperialista y descuidó a un enemigo interno que, por entonces, apenas era peligroso.

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