Por Ricardo Puentes Melo.
No se puede negar, Gabriel García Márquez es, por mucho, el mejor escritor vivo de habla hispana.
Pero también es un caradura, dueño de un cinismo de tal magnitud que no le permite sonrojarse cuando protesta porque le piden visa a él, pero que ni se inmuta porque sus amigos Fidel y Raúl Castro tienen sumida en la miseria a los cubanos al tiempo que ellos mismos viven como jeques árabes. Y tampoco dice ni mú -obviamente- por la crueldad y ferocidad animal con la cual sus grandes amigos ordenan asesinar ciudadanos latinoamericanos por medio de los movimientos terroristas marxistas que hoy son patrocinados con dinero del narcotráfico.
Lo disparatado de García Márquez lo ha conducido a respaldar abierta y furibundamente la dictadura cubana y a escribir extensísimos artículos destacando la humanidad de Fidel, su ‘amor por la justicia’ y su ‘genialidad intelectual’. Dice Gabo, como amanuense del tirano: “Lo llaman: Fidel. Lo rodean sin riesgos, lo tutean, le discuten, lo contradicen, le reclaman, con un canal de transmisión inmediata por donde circula la verdad a borbotones. Es entonces que se descubre al ser humano insólito, que el resplandor de su propia imagen no deja ver. Este es el Fidel Castro que creo conocer: Un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de palabras cautelosas y modales tenues e incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal…”
Pero si Neruda se mojó en los pantalones de la felicidad al escribir sobre Stalin, ¿por qué nuestro Nobel no puede hacer lo propio para bien patriótico de nuestra literatura?
En contraprestación, el tirano le regaló a Gabo una lujosa casa en Cubanacá, con piscina, criados de la revolución, mucamas hambrientas y mayordomo las 24 horas, conexión satelital, refrigeradores atiborrados de comidas que los cubanos jamás verán, vista preciosa hacia un paisaje donde no se ve la desgracia de los isleños. Todo un refugio para nuestro Nobel. Fue de esa casa que salió Antonio de la Guardia a la que fue para rogarle a García Márquez que intercediera por su vida ante Fidel ya que sabía que iba a ser fusilado. Gabo no movió un dedo.
Antonio de la Guardia fue uno de los fusilados en 1989 tras descubrirse que los Lucio, del M-19, eran parte del Cartel de la droga de Cuba, isla que usaban como escala para llevar drogas a Estados Unidos. El M-19, a través de los Lucio, controlaban esta ruta con el apoyo necesario de Castro. A punto de ser fusilado, Antonio de la Guardia culpó a los Lucio y al M-19 y aseguró que los guerrilleros y Castro le habían dicho que llevar droga a Estados Unidos era una de las tantas formas de lucha.
Y Gabo debió pensar lo mismo. Porque Antonio de La Guardia era su amigo cercano, pero le importó un bledo.
Es que nuestro premio Nobel ha estado casi toda su vida al servicio del comunismo, en cualquiera de sus etapas, y en contra de quienes alertan contra el peligro de este sistema totalitario. Ha tenido la desvergüenza de llamar “fundamentalismo democrático” a todo aquello que siga el modelo de la voluntad popular: “(…) Ahora estamos en el gran peligro de que estas democracias se vuelvan tan fundamentalistas que ya no permitan que haya ninguna experiencia más en la búsqueda de la felicidad (…)¿Qué clase de democracia quieren imponerle a Cuba, que a lo mejor puede lograr una democracia distinta y más justa?”
Esas veleidades con el comunismo han llevado a García Márquez a ser su propagandista falaz. Recordemos el caso de la huelga bananera de los empleados de la United Fruit, cuyo desacertado manejo ocasionó la muerte de siete empleados a manos del ejército. Este hecho fue aprovechado por el comunismo y sus aliados en la prensa, de tal manera que publicaron que la cantidad de muertos había ascendido a más de 1.000. Hasta hoy en día a ese desafortunado episodio se le conoce como “La Masacre de las bananeras” y ha sido sobredimensionado por Gabo en sus relatos. Igual hizo cuando los vietnamitas salieron huyendo de su país al triunfar el comunismo. García Márquez los acusó de apátridas y casi de estúpidos por no tener ‘una conciencia política’ a prueba del ‘expansionismo norteamericano.’ Los refugiados nor-vietnamitas, que sufrían un pavoroso drama, siempre fueron para Gabo “extremistas exagerados” mientras que a los atroces crímenes del comunismo él las da el eufemístico término de “ejecuciones de guerra”.
Discurso macabro el de Gabo, regodeándose con los placeres hedonistas de la dictadura mientras fustiga con su pluma prodigiosa a quien ose oponerse a la sevicia de su compadre, su cómplice genocida, Fidel Castro.
Gabo y el poder mediático. La fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNIP) es otra muestra más de su delirante búsqueda de poder. La FNIP no es otra cosa que una élite de periodistas de izquierda que se reúnen para premiarse entre ellos mismos. Todo con el patrocinio histórico del magnate Lorenzo Zambrano, de Cementos Mexicanos (Cemex) -que en la práctica es el dueño de la FNIP-, Julio Mario Santodomingo y familia, y el mismo George Soros. Sin olvidar mencionar a la Corporación Andina de Fomento (CAF), el Banco Interamericano de Desarrollo, el INDES, y otras entidades multimillonarias que derrochan ríos de dinero para financiar esta clase de proyectos comunistoides que por razones que saltan a la vista favorecen la acumulación de poderes, capital y recursos naturales en poquísimas manos en lo que se ha dado en llamar ‘comunismo de Estado’, que no es otra cosa que la reducción del poder (incluido el poder económico) en una selecta élite que controla bancos, medios de comunicación, fuentes de recursos naturales, etc. Estos también han sido premiados por la FNIP que benefician… es decir los benefactores se auto-premian en la clase de periodismo que apoya García Márquez. Porque el FNIP es simplemente una máquina propagandística del régimen de los Castro.
Y no podrá decirse nunca que estos desvaríos neo comunistas de Gabo son cosa nueva. Desde antes de que cayera el muro de Berlín -evento que le arrancó lágrimas al Nobel- ya venía financiando esas ideas. Cuando ganó el premio Rómulo Gallegos, en 1972, García Márquez donó los 25 mil dólares del galardón al Movimiento al Socialismo (MAS), una corriente más del Partido Comunista de Venezuela.
Luego apoyó, al unísono con las FARC, la campaña de Andrés Pastrana, a quien le aplaudió el despeje del Caguán para los narcoterroristas; ha sido furibundo amigo de los comandantes del ELN, con quienes disfrutaba a manteles, como destacados sibaritas, manjares de todos los sabores, atendidos por sirvientes cubanos cuyas familias siguen sometidas al hambre, al ofrecimiento de sus despojos sexuales a cambio de arroz, carne, huevos… delicias que rara vez prueba el sufrido pueblo isleño.
El asunto es que Gabo está enfermo. Por supuesto, es atendido en medio de los lujos de los que carecen por mucho las víctimas de sus amigos los Castro.
No sabemos si su chofer sigue siendo “Don Chepe”, ese antiguo guerrillero que siempre lo ha acompañado. Pero desde acá hacemos votos para que, si éste es el final de sus días, se le conceda la claridad mental para arrepentirse de su complicidad con el asesinato de miles y miles de latinoamericanos que cayeron por la mano de los Castro mientras él, Gabo, empeñaba su talento a cambio de sentirse cercano al poder que él dijo despreciar pero que, en realidad, toda su vida estuvo dispuesto a reptar en búsqueda de los placeres pagados con la sangre y el sudor de los humildes. Aunque hay que reconocer que García Márquez ayudó a que Castro no fusilara, al menos, a unos cinco condenados. Se le abona…!
Ah, Gabo…! Se nos puede ir con una demencia senil que le impida remorderse por su complicidad con el criminal; pero igual las generaciones presentes, pasadas y futuras seguirán siendo manoseadas por el mito de Gabriel García Márquez, un inigualable escritor pero un lúgubre ser humano que usó a las víctimas del comunismo para las vendimias de su vanidad, esas donde los míseros eran pisoteados en su lagar para producir el vino de los bacanales de aquellos tiranos que tanto admiró.
¿Realismo mágico…? ¡Qué va..! ¡Realidad cruel..!
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