Por Verónica Vega.
El título alude a la pregunta que cierra el post “Devaluación”, de Yoani Sánchez, acerca de cómo se podrían reparar los profundos y visibles estragos causados por la revolución del 59 a la sociedad cubana.
Sin ánimo de polemizar, pienso que hay causas tan innegables como el irrespeto institucionalizado por razones ideológicas, la “meritocracia”, el cultivo intencional de la vulgaridad y la ignorancia con fines de manipulación política. Pero, puesto el dedo en la llaga, la pregunta crucial ahora no es tanto quién tiene la culpa sino cómo remediar el inmenso daño.
Más de una vez he oído el criterio lapidario de que sólo la extinción total de las actuales generaciones puede dar comienzo a un gradual saneamiento moral en Cuba. Pero el no poder participar de ese renacimiento le quita a uno hasta las ganas de opinar, ¿no creen?
Así que empecé a imaginar qué se podría hacer de existir una voluntad legítima de cambio (no solo del pueblo, claro, sino del mismo gobierno), y estas fueron las premisas que se me ocurrieron:
-Salarios acordes a los precios actuales. Cuando cada ciudadano experimente que puede vivir, (no sólo sobrevivir) sin necesidad de desviar recursos, “luchar”, o delinquir abiertamente, irá recuperando el sentido de la ética y apreciando el valor de la honestidad.
-Que se valore al trabajador por su capacidad y rendimiento y nunca por su lealtad política. Esto reajustará el orden natural de las cosas y hará que los trabajadores se sientan estimulados, ayudará a desarrollar proyectos y eliminará un mal tan omnipresente en la isla como la mediocridad.
-Que se eliminen las degradantes verificaciones basadas en testimonios de directivos de los CDR o miembros del PCC para legitimar el derecho de un ciudadano a obtener una plaza laboral, un viaje o lo que sea.
-Que se destierren ipso facto los mítines de repudio.
-Que se sancione con todo el peso estipulado por la ley vigente (o se creen y aprueben leyes para este propósito), a toda persona que exprese discriminación a otra por raza, sexo o pensamiento.
-Que se reivindiquen oficialmente los sustantivos “señor”, señora, “señorita”
-Que todo ciudadano sea tratado con respeto, en cada oficina o institución del país, por parte de cada funcionario o agente de la policía.
-Que los maestros y profesores mantengan una conducta y vocabulario apropiados ante los estudiantes, que las visitas no sean anunciadas, que la verdad se haga presencia en los pasillos, las aulas y los lemas…
-En los espacios institucionales donde se reúnen jóvenes para consumir reguetón, que se vayan incluyendo otras alternativas de música bailable.
-Que se limpien las calles y se pongan multas a los que arrojan desperdicios en la vía pública, por ventanas o balcones.
-Que se articulen y apliquen leyes contra la música alta, la violencia doméstica, el acoso sexual, el maltrato a los animales, el abandono de éstos, que se hagan respetar mediante multas las áreas de restricción para fumar…
La mayoría dirá que soñar no cuesta nada, pero pensar y expresar la Verdad puede debilitar la mentira institucionalizada, los malos hábitos asumidos por falta de opciones, temor, apatía.
Hace poco, en una reunión de mi CDR, un vecino alentaba a asistir a las reuniones para definir estrategias de convivencia (el pago a la persona que pone el motor del agua y chapea los alrededores del edificio, por ejemplo), y enfatizaba:
-Yo no convoco por motivos políticos, a mí no me interesa las ideas políticas de nadie, si las tiene, sino para resolver asuntos que nos afectan a todos los vecinos.
Y es que la realidad es más fuerte que las construcciones mentales. A estas alturas, visto y experimentado con creces el descalabro moral y económico, la gente tiene hambre, sino de verdad, al menos de progreso.
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