Por Esteban Fernández.
No vamos hoy a hablar de los esbirros ni de quienes nos hicieron las vidas imposibles en Cuba, vamos a dedicarles unas palabras a LOS SIMPATIZANTES DE LA REVOLUCIÓN, de los felices con ser esclavos.
Esta gente no sufrió los embates de la tiranía, no fueron a las cárceles, inclusive algunos ni vieron una celda por dentro. No se enteraron de la existencia de miles y miles de prisioneros políticos cubanos que había en la Isla.
No fueron fusilados, ni torturados, algunos lograron que sus hijos fueran a estudiar en Praga, en Moscú, o en la escuela vocacional Lenin. Ni de visita pasaron por Cien y Aldabó ni Combinado del Este.
Se pusieron unas camisitas de mezclilla azul, unos pantalones verdes, unas botas, y hasta pistolas en las cinturas. Un carné del Partido era la mejor patente de corso que abría todas las puertas.
Les daban identificaciones que los acreditaban como cederistas, milicianos, alfabetizadores, y eso les brindaba libertad de locomoción, les evitaba requisas, investigaciones y molestias innecesarias.
Mientras los enemigos, adversarios y contestatarios eran pulverizados, ellos gritando “Viva Fidel Castro” sobrevivían y recibían la suprema prebenda de no ser perseguidos.
Trabajos voluntarios, cortar caña, hacer guardias, cavar trincheras, no eran molestias para ellos sino formas de hacer méritos revolucionarios. Eran simplemente gajes del oficio.
Si, sufrían ciertas carencias materiales y escaseces, pero políticamente no tenían problemas. Gozaban de la única libertad y el único derecho permitido y aupado: el de ser fidelistas.
Mientras los enemigos nos veíamos en la necesidad de abandonar el país y sufrir las inclemencias de perder la patria y tener que vivir en tierras extrañas, ellos vivían en Cuba contentos de nuestros infortunios mientras lograban títulos universitarios y se ganaban la boina verde olivo subiendo a los más alto del Pico Turquino.
Pero surgen dos imponderables: uno, la bancarrota de la Unión Soviética que les pone “la caña a tres trozos” a ellos, a los fidelistas de segunda categoría, y dos, la visita de la comunidad cubana en el exterior gozando de privilegios vedados a ellos. Se enteran que el ser castristas no les otorga el derecho de entrar en el Hotel Meliá de Varadero. Las circunstancias y miseria los obligan a rendirles pleitesias a los gusanos convertidos en mariposas.
Y muchos deciden poner pies en polvorosa, venir a la Yuma, pero sin odiar ni criticar al régimen que nunca -ni a ellos, ni a sus padres ni abuelos- los tocó ni con el pétalo de una flor. Y por eso: ayer, hoy y mañana, fueron,son y serán fidelistas.
Y yo, para que ustedes sepan, los detesto porque “Tanta culpa tiene el que mata la vaca como el que le aguanta pata”.
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