Por Alberto Roteta Dorado.
Se nos fue el 2018, un año en el que tuvieron lugar una serie de acontecimientos trascendentales desde el punto de vista político, los que, sin duda, pueden ser definitorios para el mundo en este 2019.
Cuba no es pues la excepción. Una serie secuencial de hechos han dejado su impronta en un pueblo cada vez más necesitado de cambios radicales que lo puedan sacar de las profundidades abismales que, como consecuencia directa de casi 60 años de sometimiento castrista, lo han conducido a un estado de estatismo pasivo, amén de una precaria situación económica que alcanzó su clímax en los últimos meses del 2018 en los que hasta poder tener el pan diario se convirtió en una odisea.
Unas supuestas elecciones en marzo fueron el preámbulo para una sonada tenida del “Parlamento” de la isla en la que se designó – no fue verdaderamente electo según los procedimientos generales adoptados por la mayoría de los países del mundo, sino designado por la Asamblea Nacional previo acuerdo con el Partido Comunista de Cuba, PCC, entidad rectora de todo el acontecer nacional– “democráticamente” a un nuevo presidente.
Cuba tenía de la noche a la mañana, y sin previa difusión de una candidatura presidencial, un nuevo mandatario, quien a pesar de garantizar el necesario continuismo político para asegurar la permanencia del régimen comunista castrista, no pertenece a la estirpe de la familia Castro, lo que hubiera sido un paso de avance; aunque su actitud de sumisión, resultante de un “buen” adoctrinamiento durante su etapa juvenil, le han esquematizado sobremanera como para enfrentarse a los anquilosados personajes históricos de la llamada revolución y ser el Gorbachov cubano que tanto se necesita en la isla.
De modo que el cambio presidencial solo fue una sustitución de imagen, pero esencialmente todo siguió igual o peor en todos los aspectos que suelen ser considerados para medir posibilidad de desarrollo económico, índice de democracia, estados de satisfacción popular, etc.
Un trágico accidente aéreo a solo unos días de que Miguel Díaz-Canel asumiera el mando político de Cuba estremeció a la comunidad internacional. A pesar de su pronta presencia en el sitio de los hechos no pudo librarse de una fuerte dosis de culpabilidad atribuida a descontrol por parte de las autoridades supervisoras de la calidad de las aeronaves, aunque si vamos a analizar las cosas con mayor objetividad, en última instancia debe ser culpado el presidente anterior, toda vez que su brevedad en el poder pudiera exonerarlo de la evidente falta de control gubernamental para estas acciones. De cualquier modo su estreno como primer mandatario estuvo matizado por la desgracia toda vez que perecieron 112 personas de las 113 que pretendieron volar en una caduca aeronave con casi 40 años en explotación.
Por otra parte una profunda crisis en el Sistema de Salud de Cuba se experimentó durante este 2018, lo que alcanzó su clímax ante la incontrolable epidemia de dengue, una enfermedad infecciosa que llegó años atrás, pero llegó para quedarse en un país en el que las condiciones higiénico-sanitarias son cada vez peores, lo que facilitó la fácil propagación de la enfermedad de un territorio a otro; amén de la aparición de muchos casos con la variante hemorrágica (de mayor gravedad y con compromiso para la vida) de dicha enfermedad.
Por suerte el viejo comandante ya no está entre los vivos para culpar al “imperialismo yanqui” de la responsabilidad de la epidemia, y a las autoridades sanitarias de la isla no les quedó otra opción que admitir su culpabilidad de la pérdida del control ante la epidemia de dengue, aunque como es lógico, y como era de suponer, todo quedó entre sutilezas y justificaciones.
Pero la Salud Pública de Cuba no solo se sintió sacudida por la fuerte epidemia de dengue, sino por un escándalo de repercusión internacional ante la retirada sorpresiva de más de 8.000 médicos del Programa Mais Medicos, idea surgida a partir de las andanzas entre el dictador Fidel Castro y Luiz Ignacio da Silva, actualmente en prisión, aunque materializado como convenio durante el gobierno de Dilma Rousseff, destituida deshonrosamente de su cargo presidencial.
Con la llegada al poder de Jair Bolsonaro, el actual presidente electo democráticamente, la perspectiva del contingente médico en aquel país podía haber cambiado definitivamente, por cuanto el mandatario propuso que los profesionales cubanos ganaran su salario de manera íntegra, con lo que le impediría al régimen cubano la apropiación del 75% de su paga, así como la posibilidad de que sus familiares permanecieran en Brasil mientras durara su contrato.
Como era de suponer el régimen tergiversó su propuesta y ofrecieron una versión que lo ponía como una fuerte amenaza para la integridad de la “misión” médica, forzando una retirada sorpresiva de más de 8.000 profesionales cubanos, de los cuales, más de 800 se quedaron en territorio brasileño. De esta forma Cuba salió del Programa Mais Medicos toda vez que el régimen castrista se vio bajo la amenaza de una masiva pérdida de sus galenos por la posibilidad de que se pudieran quedar en Brasil ante la tentativa propuesta de Bolsonaro.
Pero si un asunto resultó verdaderamente polémico en Cuba durante este 2018, que se nos fue de modo sorpresivo ante la aparente rapidez del tiempo, ha sido todo lo relacionado con el Proyecto de Constitución, el cual ya fue recientemente aprobado por la Asamblea Nacional este 21 de diciembre, y será ¿sometido a “referendo”? en este 2019 para luego ser aplicado de manera oficial como nueva Carta Magna.
Recordemos que en el borrador inicial del Proyecto se había suprimido el término comunismo. Según se expone en el capítulo I, Fundamentos políticos, sociales y económicos del Estado, artículo 5 de la Constitución de 1976: “El Partido Comunista de Cuba, vanguardia organizada marxista-leninista de la clase obrera, es la fuerza dirigente de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista”.
Lo que fue modificado en el Proyecto, quedando de esta forma: “El Partido Comunista de Cuba, único, martiano, fidelista y marxista-leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, sustentado en su carácter democrático y la permanente vinculación con el pueblo, es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado. Organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia la construcción del socialismo. Trabaja por preservar y fortalecer la unidad patriótica de los cubanos y por desarrollar valores éticos, morales y cívicos”.
Con lo que se suprimió la absurda idea de la edificación de un proyecto comunista, que al parecer alguien de la “comisión” encargada de la conformación del Proyecto de la Nueva Constitución sugirió modificar al comprender lo inalcanzable de algo existente solo en la mente de los fundadores del comunismo científico contemporáneo, pero imposible de aplicar en el orden práctico.
Para sorpresa de muchos, luego de los debates de la Asamblea Nacional, el término comunismo se reinserta nuevamente para que figure en la Carta Magna nueva de los cubanos. Según se dio a conocer, 1.800 participantes –cifra que no es representativa si se tiene en cuenta los millones de cubanos que fueron obligados a participar en el “análisis” y “discusión” del Proyecto de Constitución– en los debates populares pidieron el retorno del término, lo que unido a la estrafalaria concepción acerca de que Cuba: "no volverá jamás al capitalismo como régimen sustentado en la explotación del hombre por el hombre (…) solo en el socialismo y en el comunismo el ser humano alcanza su dignidad", servirá para la prolongación conceptual de la agonía socialista cubana.
Por eso las cosas andan tan mal por la isla caribeña. Mientras se mantenga cualquier vestigio comunista el país no podrá salir adelante. Tal vez el 2019 nos depare la existencia de una pequeña luz al final de un angosto camino de penurias y vicisitudes que los cubanos ya se han sentido demasiado. Se impone un verdadero cambio radical y definitivo que pueda conducir a la nación cubana a la recuperación de sus inigualables valores, y de modo muy especial la democracia.
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