Ya el cerdo asado comienza a oler y en la cocina todo es ajetreo. De fondo, en contra de la voluntad de los más jóvenes que piden bailar reguetón con Chocolate MC cantando Bajanda, se escucha al brasileño Roberto Carlos interpretando Detalles.
Los hombres beben ron en el patio y juegan dominó tirando las fichas sobre un tablero de madera. Rosalía, 78 años, ama de casa, ejerce de directora de orquesta dando órdenes y velando que los niños no se roben los dulces y trozos de cerdo del horno.
“Tienes que darle más tiempo a la yuca mi’ja. Estas naranjas agrias son una mierda, apenas tienen zumo”, le decía a una de sus nueras. A su espalda, los pequeños pasaban como si fueran aviones, comiendo chicharrones o cucharadas de la ensalada fría de atún que reposaba en un estante de la cocina.
“Este 24 de diciembre, recuerda Rosalía, mis tres hijos, cinco nietos y sus esposas durmieron en casa con nosotros. Diciembre es el mes más feliz del año. Se reúne toda la familia a comer, bailar y beber ron hasta que amanezca. El próximo 31 el fiestón será mayor, porque se suman dos hermanas mías que vienen de Estados Unidos”.
Como todos los cubanos, Rosalía se queja de las penurias cotidianas, las colas y altos precios de los alimentos. “Olvídate lo que sale en el Noticiero y el Granma. La caña está a tres trozos. Gracias a Dios que mis hijos tienen buenos trabajos y mi familia en Estados Unidos me tira un cabo al mandarme algunos dólares. El gobierno no tiene solución a nuestros problemas. Son sesenta años con el mismo déficit de siempre. Si esta revolución dura cien años, los que se salven quedarán locos”, expresa con un amago de sonrisa.
Niurka, enfermera, tampoco espera nada nuevo para 2019. “Lo mismo con lo mismo. Colas, desabastecimiento y el precio de los alimentos por las nubes. En sesenta años tenemos salud para todos, pero la verdad es que llevamos una existencia repleta de carencias e incomodidades. Cuando hay pan falta el huevo. O al revés. O faltan los dos”, se queja mientras espera en la parada un P-6 que la lleve a su casa en el Reparto Eléctrico, al sur de La Habana.
Le pregunté a once cubanos nacidos después de la llegada al poder de Fidel Castro sus impresiones sobre el acontecimiento y cómo repercute en su vida cotidiana el extravagante socialismo tropical.
Ocho coinciden que cada año que pasa viven peor. Tres han logrado prosperar gracias a su trabajo en el sector privado. La lista de hechos positivos es corta. Educación, salud pública, acceso a la cultura y el deporte y “una Defensa Civil que funciona cuando hay ciclones Cuba es de los países que menos personas fallecen”, apuntó uno de los encuestados.
El inventario de situaciones negativas es amplio. Las once personas catalogan los servicios públicos de regular a pésimo y coinciden en que conseguir comida es el más grave de los problemas. Y consideraron como agobiante el déficit de viviendas, los bajos salarios que condenan a los cubanos a vivir precariamente y la falta de futuro.
Jimmy, estudiante de preuniversitario, opina que “las cosas buenas del sistema como educación y salud han perdido calidad. El gobierno se ha quedado conectado con esos logros y no mira la cantidad de problemas sin resolver. Sesenta años después, la pobreza sigue presente en un alto segmento de la población, los sueldos no alcanzan para vivir con dignidad y los servicios estatales son muy malos. Yo creo que se hace otra revolución o se cambia el sistema que tenemos”.
Pepe, taxista particular, está convencido que “los mayores problemas de Cuba son de carácter económico y social, aunque en lo político pudiera haber más democracia. Pero si de algo estoy seguro es que el sistema es el que no funciona, compadre.”.
La casta gobernante piensa diferente. Trazan planes con miras al 2030 y en la futura Carta Magna han hipotecado el futuro, condenando al pueblo cubano a cargar de por vida con el ineficiente sistema socialista.
Diego, 78 años, confiesa que “hasta hace poco confiaba en que el gobierno pudiera resolver nuestras dificultades. Reconozco los efectos dañinos del bloqueo yanqui, pero es inadmisible que en sesenta años el Estado no haya podido garantizar un salario decente y comida suficiente. Muchos de los que gobiernan llevan sesenta años viviendo del cuento y diciendo mentiras. Pedirle más sacrificio a la gente, después de lo que hemos pasado, me suena a burla”.
Clara, maestra de una escuela primaria, ha escuchado decir que si las producciones no crecen, “el país podría entrar en un nuevo Período Especial. Y los cubanos sabemos lo que eso implica”.
Un militante del partido comunista, que opta por el anonimato, no cree que “volvamos a esos años duros con apagones de doce horas diarias y gran escasez de alimentos. Hay situaciones como el desabastecimiento, porque habrá una reducción en 400 millones de dólares para la compra de insumos en las tiendas por divisas. Pero se piensa garantizar lo que sea prioritario. El gobierno sabe que si comienzan los apagones mucha gente podría tirarse en la calle. Lo más probable es que a corto plazo se precipiten cambios en materia económica”.
Seis décadas después de que Fidel Castro ocupara el poder a punta de carabina, la mayoría de sus promesas se han incumplido. Desde el acceso a una vivienda, sueldos decorosos hasta ser autosuficientes en la producción de alimentos.
En sus extensos discursos, el comandante único repetía que Cuba iba producir tanta carne de res, leche y queso que el país se convertiría en una nación exportadora de esos rublos.
Sesenta años después, Antonio, sentado a la entrada de un solar en Centro Habana, mientras recoge las apuestas de sus clientes que juegan a la bolita, una suerte de lotería ilegal que se practica en la Isla, sonríe con sorna recordando aquellos tiempos. “Ahora nadie quiere acordarse de la pila de mentiras que nos sopló el barbudo. Siempre existieron dos Cuba. La de los funcionarios, donde tenían de todo, y la del pueblo donde no había nada”.
Cuando usted a un cubano de a pie le pregunta hasta cuándo considera que pueda durar el proceso iniciado por Fidel Castro en 1959, opta por encogerse de hombros y repetir frases trilladas esculpidas por la indiferencia ciudadana como, ‘esto no hay quien lo aguante, pero tampoco quien lo tumbe’.
De no suceder un milagro, en 2059 se celebrarían cien años del castrismo en el poder. Un número tan redondo que asusta.
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