Por Iván García.
Las boinas negras, tropas élites de las fuerzas armadas cubanas, llegaron a una zona conocida como el Mónaco, en la barriada de La Víbora, al sur de La Habana, pasada las ocho de la mañana. Tres van Mercedes Benz de color negro con una franja blanca y dos jeeps descapotables parquearon en la esquina donde una aglomeración de personas hacía cola desde la madrugada para comprar en el mercado una bolsa de pollo.
Muy cerca, en otra fila gigantesca, la gente esperaba para comprar barras de pan duro. Nilda, 66 años, maestra de una escuela primaria, a las cinco de la mañana marcó en la cola, «porque venden cuatro barras de pan por persona a diez pesos cada una y si no eres de los primeros, no alcanzas. Entonces si quieres comer pan tienes que pagarle a los revendedores 30 pesos por cada barra de pan”.
Para matar el tiempo, la gente habla de las penurias cotidianas. Dianelys, enfermera, se queja de lo estresante que resulta estar haciendo cola para comprar cualquier cosa de comer. «Es agotador vivir así, sacando cuentas para estirar el salario, mientras a los que manichean el país no les falta la gasolina, están cebados como puercos, andan en carros y viven con todas las comodidades en sus casas».
Las rondas de tres fornidos soldados vestidos con uniforme de campaña, botas relucientes y sus típicas boinas negras, provoca que la gente en la cola cambie el tema de conversación. Los militares observan a los aglomerados y transeúntes con cara de pocos amigos. Con una mirada dura, sin decir siquiera una palabra, ponen orden en la cola. La algarabía se convierte en murmullo.
Adonis, estudiante de preuniversitario, mira de soslayo la demostración de fuerza de las tropas élites. “Con frecuencia están por la zona. Si su misión es meterle miedo a la población, creo que lo logran. Por la pinta que tienen, no dudo que si se forma algo está gente le va a disparar al pueblo. Parecen robots en vez de seres humanos”. Un funcionario del Consejo Popular Sevillano, a cargo del orden en la cola, dice: “Según la información que tengo, el despliegue de boinas negras es por amenazas de actos terroristas y protestas en la calle por parte de grupos disidentes”.
En diferentes sectores de la capital hubo un inusitado despliegue de agentes policiales, oficiales de la Seguridad del Estado y boinas negras. En los alrededores del Palacio de las Convenciones, sede del octavo Congreso del Partido Comunista (16 al 19 de abril), en la Calle 146 entre 11 y 17-D, Reparto Siboney, en el municipio habanero de Playa, la presencia militar era todavía más notoria e impresionante.
Mientras, entre los cubanos de a pie, apenas han tenido repercusión las sesiones del congreso. La sensación que percibe un amplio segmento de la ciudadanía es que los dirigentes viven en otro planeta. “Un planeta donde todo es cheo, cursi, feo. Necesitan asesores de imagen. Se la pasan hablando boberías con un lenguaje enrevesado. Siempre me he preguntado si ellos se creen lo que dicen”, expresa un joven en la parada de ómnibus.
En las redes sociales, los internautas se mofan de los comentarios de algunos de los 300 delegados asistentes al evento. El escritor Miguel Barnet, con su frase “que no se equivoquen las redes sociales con la revolución” o la melodramática confesión de la periodista estatal Arleen Rodríguez, quien aseguró que “lloré mientras el general de ejército hablaba”, reciben críticas, burlas y memes.
El VIII Congreso ha sido un cónclave sin sorpresas. La única novedad llegó antes de su inauguración, cuando el jueves 15 de abril el autócrata Raúl Castro separó de su cargo al general de cuerpo de ejército Leopoldo Cintra Frías, ministro de las FAR. Dos días antes, el 13 de abril, había sido destituido el ministro de agricultura Gustavo Rodríguez Rollero, una jugada cantada, dada su impopularidad e ineficacia.
Los analistas foráneos y locales que esperaban más aperturas económicas, erraron el tiro. A la lectura del informe central, que los cubanos vieron por televisión de forma diferida, Raúl Castro, a punto de cumplir 90 años, llegó al estrado caminando con cierta dificultad, con su uniforme verde olivo de general de ejército. En las cerradas sociedades comunistas, las palabras entre líneas, los gestos e incluso la vestimenta se convierten en mensajes subliminales para especialistas y expertos.
Diez años atrás, Castro II en ocasiones usaba traje, cuello y corbata o guayabera, prenda oficial cubana. Su intención era dar la imagen de un estadista moderno y reformista. En sus discursos prometía un socialismo próspero y sostenible, pero ahora, en su ocaso, el dictador presentó un informe que nada tiene que envidiar a la etapa en la que Cuba era subsidiada por la desaparecida URSS.
“No esperaba tanta retranca. No sé si el general traspapeló sus notas. Fue un discurso para los años 80, no para este momento, donde la crisis económica, la pandemia y la mediocridad de la clase dirigente envía señales claras de franca decadencia del modelo cubano”, afirmó un ex funcionario de relaciones exteriores. Con sus gafas de armadura negra y su voz ronca, Raúl Castro puso en su sitio la basura. Reprendió a los funcionarios del partido que “ingenuamente piden mayor democracia”. Regresó al pasado. Los emprendedores privados tienen un techo. Se fiscalizará con lupa sus ganancias. Se mantiene vigente que el régimen no permitirá la acumulación de capitales y propiedades.
“Luego, cuando caigan en desgracia, que los dueños de negocios particulares no se quejen. Raúl fue tajante. Se permitirán negocios que interesen al Estado o se complementen con sus instituciones. El que haga mucho dinero, corre el riesgo de ir a la cárcel por enriquecimiento ilícito o le decomisen sus propiedades. ¿Cómo entender que se permitan PYMES y no ganar dinero? Es una incongruencia. Con esos truenos, ningún cubano residente en el exterior va a invertir en la isla”, vaticina Osmel, dueño de una cafetería de comida criolla.
El hombre fuerte de Cuba reiteró que no se autorizará a los profesionales a ejercer en negocios privados. Acusó de incautos a quienes piensan en la economía de mercado como una solución a los problemas del país o pretenden implementar un comercio interior paralelo con la importación de bienes. Repasó la vida nacional y el desempeño de los funcionarios del partido comunista. Aconsejó que al igual que los estudiantes del Instituto de Relaciones Internaciones, que pasan un año de servicio militar haciendo guardia en las inmediaciones de la base naval de Guantánamo, desde 1903 ocupada por Estados Unidos, debería ser obligatorio el servicio militar para los jóvenes de los dos sexos que ingresen en la universidad.
Un profesor universitario jubilado, considera que esa medida, “además de ser una aberración, en su intento de querer depurar o pasar por un filtro a los futuros universitarios y apartar a los que no apoyan al sistema, se hace con la intención de que ingresen a las carreras universitarias jóvenes comprometidos con el sistema o que aparentan que lo apoyan. Los que renuncien al servicio militar no podrán estudiar en la universidad. Ojalá sea una intención que no se haga realidad. Es una flagrante violación de los derechos humanos que afectaría el acceso a la universidad a aquellos estudiantes que tengan otra ideología o piensen distinto”.
Y desde luego, si en algo no ha cambiado el anciano régimen, es en realizar aperturas políticas. Continuará un solo partido. El socialismo seguirá irrevocable. Y los que disienten, además de mercenarios, traidores y formar parte de un plan siniestro de los servicios especiales estadounidenses para ejecutar un golpe blando, pueden ser sancionados con años de cárcel.
Durante los cuatro días del encuentro comunista, por lo menos a una veintena de activistas, periodistas y artistas independientes en La Habana, no se les permitía salir de sus casas y si intentaban salir, eran detenidos. A otros, como en mi caso, nos cortaron el servicio de internet de datos.
El VIII Congreso daba la impresión que se celebraba en Finlandia. Los apparatschiks del partido discutieron temas relacionados con la política de cuadros, el modelo económico social cubano, el control en las redes sociales, la errática tarea ordenamiento y las impopulares tiendas en divisas. Apenas debatieron sobre el desabastecimiento generalizado, una salida creíble a la crisis económica o se aportaron soluciones para la alarmante escasez de alimentos, medicinas y artículos de aseo. Ni siquiera le guardaron un minuto de silencio a los más de 500 fallecidos por el Covid-19 en la Isla.
En un artículo publicado en Diario de Cuba, el economista cubanoamericano Emilio Morales, advertía: «El traspaso de poder no va a significar ningún cambio imporante en Cuba. No van a producirse cambios estructurales profundos en la economía. Seguirá rigiendo el sistema de economía centralizada y el Estado seguirá a cargo de las empresas estatales improductivas e ineficientes. Los militares continuarán dominando los sectores más lucrativos de la economía cubana. Tampoco se vislumbran cambios significativos que llamen la atención de Estados Unidos para aventurarse en un nuevo deshielo. Así las cosas, se prevé un aumento considerable de la represión y las libertades ciudadanas, además de un deterioro aún mayor de la economía, la cual se encuentra atrapada en la ineficiencia del modelo y el efecto directo de la pandemia, situación que ha puesto al país al borde de la hambruna».
El lunes 19 de abril, se corroboraba lo que era vox pópuli: que Raúl Castro, quien ya en 2019 había elegido a dedo a Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, ahora le traspasaba el cargo de primer secretario del Partido Comunista de Cuba. También en la última jornada se anunciaban los 14 nombres del nuevo Buró Político (3 mujeres y 11 hombres), de los seis hombres integrantes Secretariado y de los 115 miembros del Comité Central (53 mujeres y 62 hombres). Si algo quedó claro en ese congreso, es del divorcio entre la narrativa oficial y las aspiraciones de los cubanos de a pie.
La presencia de fornidos agentes de tropas élites en la barriada del Mónaco y por muchas zonas de La Habana, es señal de que el régimen cubano apuesta por regresar a la trinchera, reprimir al que piensa diferente y seguir manteniendo controlada y atemorizada a la población. Con la jubilación de Raúl Castro no termina el castrismo.
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