Por René Gómez Manzano.
El pasado sábado, este diario digital publicó un trabajo de Alberto Méndez Castelló sobre "La Nueva Clase", el libro seminal escrito por un dirigente de la antigua Yugoslavia comunista, Milovan Djilas (aunque ahora supe que también es válida la grafía Đilas). La prominencia del autor dentro de las filas rojas lo demuestra el cargo de Presidente de la Asamblea Federal (el equivalente de Esteban Lazo) que en su momento llegó a alcanzar.
Bien por la Redacción de CubaNet, y mejor aún por el colega tunero, de quien surgió la excelente idea original de dedicar un trabajo periodístico a ese libro fundamental de la literatura anticomunista mundial. Es necesario, sí, que los autores de convicciones democráticas enfoquemos los problemas actuales. Pero también es conveniente que, de tiempo en tiempo, dediquemos unas líneas a quienes nos precedieron en esta labor de esclarecimiento, y lo hicieron con trabajos de mayor volumen, importancia y trascendencia.
Junto a la mencionada obra, redactada originalmente en serbio (aunque publicada de inicio en su traducción al inglés), es justo que mencionemos otros textos fundamentales en los que se desenmascara toda la esencia criminal y mentirosa del sistema comunista, pero que fueron escritos en nuestro propio idioma. Son obras de individuos seducidos en su momento por esa doctrina perniciosa, pero que tuvieron después la honestidad intelectual suficiente para comprender su error, reconocerlo y rectificarlo.
Se trata de textos en los cuales, además, se pone de manifiesto lo que el gran Alejo Carpentier, refiriéndose a los hispanoparlantes y sin traza alguna de racismo o discriminación, llamaba “el buen humor de los de su raza”. En cualquier caso, es un hecho cierto que nuestro idioma no es segundo de ningún otro en esto de servir como herramienta para desenmascarar comunistas.
Me referiré en primer término (por haber alcanzado mayor divulgación) a "La gran estafa", obra autobiográfica del peruano Eudocio Ravines. El libro es excelente, pero, de manera curiosa, los dos pasajes que calaron más hondo en mi conciencia (tal vez por la extrema juventud que yo tenía al leerlo) son otros tantos relatos de carácter anecdótico, pero en los cuales —creo— se revela de modo admirable la esencia mendaz de la ideología roja.
Una es la visita que el autor, junto con otros comunistas hispanoparlantes, realizó a una granja soviética. Al parecer, los campesinos aprovecharon la visita de los “camaradas extranjeros” para expresar de viva voz ante los jefes locales —supuso a posteriori Ravines— su decidido repudio a los despojos y otros abusos de los cuales eran víctimas.
Mientras la indignación y el rechazo de los infelices granjeros se hacían obvios en cada una de sus palabras, la intérprete mentía con desfachatez y soltura. Olvidando los principios éticos de su noble profesión, ella traducía las expresiones de enérgico repudio y condena como entusiásticas muestras de respaldo a “la acertada Línea General del Partido” en la política agraria.
La otra anécdota se refiere a la ilusión sentida por el autor al enterarse de una noticia: al día siguiente se iniciaría la venta de “mandarinas estalinistas” en los comercios moscovitas. Este dato, que en un país normal ni siquiera sería digno de ser publicado, lo entusiasmó, y tanto, que don Eudocio, seducido por la perspectiva de consumir la sabrosa y refrescante fruta, madrugó y llegó a una de las tiendas antes que abriera.
El intercambio que, usando las pocas palabras rusas que conocía y con la ayuda de señas, sostuvo con el tendero soviético, es digno de rememorarse. De inicio, el empleado dijo al peruano no entender a qué mandarinas se refería; después, al recordar lo publicado en la prensa oficialista, expresó que “se habían acabado”, y al señalarle Ravines las que exhibían las vidrieras de su comercio aseguró que “estaban ya vendidas”. Una pequeña viñeta que refleja la desfachatez de la propaganda roja.
Otra obra escrita en castellano y que ocupa un lugar prominente dentro de la literatura anticomunista es "Mi fe se perdió en Moscú", también autobiográfica, pero del español Enrique Castro Delgado. Este autor se afilió muy joven (recién cumplidos los 18 años) al Partido Comunista Español (PCE). A partir de ese momento luchó en forma denodada por el triunfo de esa bandería, de la que llegó a ser dirigente.
Tras el triunfo del Bando Nacional en esa contienda, Castro Delgado huyó a Moscú, donde permaneció desde 1939 hasta 1945. Esa larga estancia le permitió vivir (y padecer) el estalinismo en acción. Por sus páginas desfilan sucesos importantes de aquellos años tormentosos, comenzando por el infame “Pacto Molotov-Ribbentrop”, mediante el cual los dos grandes tiranos europeos —el comunista Stalin y el nazi Hitler— se repartieron el Viejo Continente.
También: Las secuelas de las purgas estalinistas (aunque su estancia en la “Meca del Comunismo” fue posterior a la “época de esplendor” de estas, que correspondió a los años 1936-38). Su propia actuación como delegado de España en el tristemente célebre Komintern (la fatídica “Internacional Comunista”, creada por Stalin para regentear y mangonear a los rojos a escala mundial). El suicidio de su jefe José Díaz y la posterior lucha interna del PCE, que terminó con el triunfo de Dolores Ibárruri y la marginación del propio Castro Delgado. Finalmente, el escape a México, que, para bien de su vida y su libertad, logró realizar venciendo la oposición de “La Pasionaria”.
Pero volvamos a La Nueva Clase. Se trata de un profundo estudio de carácter teórico. En él, Djilas penetra las esencias del régimen comunista. Como se sabe, los rojos se presentan a sí mismos como meros “representantes del proletariado”, que sería la “clase dominante”. El serbioparlante desmonta esa retórica mentirosa, y demuestra que, en realidad, la dirigencia partidista constituye la “Nueva Clase”, que explota a sus supuestos “representados” y obtiene pingües dividendos con el ejercicio del poder.
Pero conviene hacer una salvedad (algo que, por desgracia, Méndez Castelló omite en su texto): La descrita por Djilas es la “versión clásica” u ortodoxa del comunismo. Las variantes tropicales de esa doctrina incluyen formas de mangoneo más obvias, menos enmascaradas. Aquí entran “la Piñata” sandinista y las nuevas modalidades creadas por el castrismo. En este sentido, me parece poco exacto calificar lo escrito por el yugoslavo como “retrato del castrocomunismo”.
Entre las invenciones cubanas podemos mencionar en sitio destacado al pulpo militar GAESA, que controla todo lo que aún conserva cierta importancia en la depauperada economía cubana. Para mayor escarnio, las dos letras finales de la sigla son las iniciales de “sociedad anónima”: ¡Una “empresa socialista” cuyos “desconocidos poseedores” adoptan la forma organizativa predilecta de los odiados capitalistas!
Se trata —es algo obvio— de formas de propiedad que a Marx, Engels, Lenin o Stalin ni les habrían pasado por la cabeza para su “sociedad ideal”. Pero los castristas, más imaginativos o menos pudorosos, no vacilan en convertirlas en el eje de su sistema. ¡Lo que no les impide seguir declarándose paradigmas del marxismo leninista! ¡Qué burla!
0 comments:
Publicar un comentario