jueves, 9 de marzo de 2023

¿Volverán los “camellos” a La Habana?

Por Víctor Manuel Domínguez.


Nadie se dio cuenta en el minuto exacto en que las caras se volvieron alegres: un camión con un arrastre para montar personas llegó a la parada de ómnibus; pero luego de la alegría los que esperaban la guagua, que no pasó, se convirtieron en fieras crueles abordando el armatoste. Le pisaron el pie a la viejita, le metieron el codo en el esternón al joven universitario y el “masajista” se le pegó a la mujer madura.

Los policías de los estudios Keystone no pudieran haber hecho mucho en esa situación propia de los muchachos de Jack Sparrow. En medio de la crisis del transporte público, los “camellos” están volviendo a La Habana.

Nadie sabe de dónde nació el nombre, pero quedó para designar a todo transporte articulado arrastrado por un camión. El difunto humorista Carlos Ruiz de la Tejera decía que habría sido mejor que a los camellos les llamaran “mamellos” porque los nombres de todas las rutas comenzaban con la letra M (M1, M2, M3, etc.) Pero la simpática idea no cuajó en la vox populi y les siguieron llamando “camello”.

Al M-1 (Alamar-Vedado) lo llamaron, por su color, “la pantera rosa”.

Con la vuelta de los camellos, regresan los recuerdos de los años noventa: los repellos y toqueteos que calificarían como violencia de género, los carteristas, las puñaladas traperas, las broncas de cualquier  dimensión, la música escandalosa a todo volumen, las groserías y vulgaridades, los olores inenarrables en aquellos años en que faltaban el jabón y el desodorante.

Los camellos viajaban por un desierto moral. Subías como el doctor Jekyll y, al poner el pie en el estribo,  te convertías en míster Hyde. Todas las bajas pasiones encontraban espacio en ese moderno Paricutín. Y el olor era como si las negras aguas del río Quibú circularan por sus 35 metros de largo y salieran desbordadas por puertas y ventanas.

Se decía que los menores de edad no debían abordarlos, pues en su interior, como en las películas 3X, había sexo, violencia y lenguaje de adultos. Las puertas de los camellos, al cerrarse, sonaban “rastrapatrapallaaa”, como una glosa del final de los tiempos.

En esos años duros, para transportarte o usabas bicicleta o usabas el “camello”. Uno era el transporte privado, el otro el público.

¿Por qué regresan los “camellos” a la capital luego de estar extinguidos durante más de 20 años?

No hay que ser un sabio como Chencho Amargura, gran filósofo de la universidad de la calle, para saber que cada vez hay menos autobuses, que el gobierno no tiene dinero para comprar guaguas y que tampoco da oportunidad a los emprendedores para que inviertan en el transporte.

La crisis se veía venir. El primer aldabonazo lo dio el presidente designado, Miguel Díaz-Canel, cuando en el verano de 2019 habló de “un problema coyuntural” y achacó la crisis del transporte a “la falta de combustible producto del bloqueo”. Pero todos sabían que el mal era más profundo.

Luego, el coronavirus paralizó la capital durante más de dos años y no se notó la hondura del pozo. Pero cuando comenzó a normalizarse la vida citadina, la situación se volvió caótica.

A vuelo de pájaro se nota la reaparición de los “amarillos”, esos inspectores de transporte que, ubicados en las paradas o los nudos viales, detenían a los carros estatales para la recogida de pasajeros.

Hay un relajamiento de la licencia de operaciones de los taxis particulares y en el uso de los ómnibus de Transmetro. Pero no es suficiente. Como Putin necesita el arma total para poder ganar su guerra contra Ucrania, el gobierno castrista hoy necesita el transporte total. Y ese es el “camello”.

Diseñados de manera rústica a inicios de la década de 90, fueron construidos para llevar hasta 185 personas, pero en situaciones críticas cargaron 350 pasajeros o más.

Ahora, nuevamente se precisa de los camellos. Según informaciones que se filtran por aquí, por allá o acullá, hoy están parados, por falta de piezas de repuesto, las tres cuartas partes de los autobuses que había en el año 2016. Y eso que llegaron unas guaguas japonesas, pero se rompieron enseguida por el maltrato de los choferes, la falta de gomas, el mal estado de las vías y hasta un derrumbe que cayó sobre una de ellas en La Habana Vieja.

“Hay ómnibus parados por falta de gomas y de piezas de repuesto, por chapistería, por problemas en los motores”, me dice una de las secretarias de la Dirección Provincial de Transporte bajo condición de anonimato.

Volverán los oscuros “camellos”, parece decirme desde la distancia el poeta Gustavo Adolfo Bécquer. Y el viento le da la razón: Sí, parece que volverán.

Los “camellos” trotarán por La Habana, entre baches y aguas negras. Según asegura el gobernante designado: a los imperialistas eso les duele.

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