Por Ernesto Pérez Chang.
Si después del indiscutible megafraude, la ola de denuncias y condenas en todo el mundo, las manifestaciones en las calles y el aislamiento internacional -que ha incluido el abandono o distanciamiento de varios de los antiguos aliados- Nicolás Maduro lograra mantenerse en el poder, entonces sí no habrá dudas de que Venezuela se habrá perdido para siempre y, lo que es peor, que le aguarda un futuro de ruina total similar al presente de Cuba.
El chavismo -cuyos “restos mortales”, carentes de popularidad y atractivo ideológico, mejor debieran ser llamados “madurismo”- ha metido la pata hasta el fondo e intenta salir airoso del problema a fuerza de más mentiras y garrote, puesto que las soluciones inteligentes a la crisis no son alternativa para un personaje de tan pocas luces y que, evidentemente, se ajusta al guion totalitarista que aprendió en sus tantas “visitas de trabajo” a La Habana donde tampoco saben mucho de hacer prosperar un país, pero sí demasiado de cómo salvar el pellejo.
Del lado de acá, siempre cómplices de las chapucerías, lo que está sucediendo es mucho más bochornoso que en Venezuela, y extremadamente peligroso para quienes, en Cuba, aún en contra de todo pronóstico, aspiramos a un cambio democrático.
Venezuela le está sirviendo ahora mismo al castrismo “continuista” para, primero, ensayar en laboratorio ajeno y distante los límites de la represión, y comprobar cuánto más es posible resistir las presiones internacionales e internas; segundo, medir el poder de su aparato de propaganda (y sus alianzas y articulaciones internacionales en ese terreno) frente a los medios de comunicación y las redes sociales; y tercero, aumentar su presencia e influencia en Caracas con las ventajas económicas que eso supone, más en este caso de desesperación, cuando Maduro premiará muy bien a quien logre asegurarle unos años más de mandato pero, sobre todo, darle caza y muerte a los opositores más problemáticos (y de paso, amaestrar a los demás).
Esos son a grandes rasgos los objetivos del juego venezolano del lado de acá. Y los medios de prensa del régimen cubano, en su proverbial desfachatez, traducen esas “buenas” líneas de trabajo del castrismo “continuista” que, por supuesto, no puede ver con horror, sino con ansias por las expectativas que despierta entre los represores de acá, los planes de construir cárceles de máxima seguridad para encerrar como a delincuentes a toda la oposición política, acusada de terrorista y fascista.
Un viejo sueño hecho realidad para quienes usan esa misma treta criminalizante incluso contra la más mínima manifestación de disidencia. Tengamos en cuenta que en Cuba se ha encarcelado a personas por su opinión en Facebook o por sacar un cartel a la calle, por escribir un muro, por hacer una foto.
Porque si el mundo le dejara pasar este fraude a Maduro, y que además concretara esa amenaza de las cárceles -en una malísima copia de lo que ha hecho Nayib Bukele en El Salvador con los pandilleros-, entonces no habrá límites para lo que sucederá en Cuba, que es como la “niña mimada” de las izquierdas del mundo, y de las universidades, de varios congresistas en los Estados Unidos, y del Parlamento Europeo. Mucho más después que Noam Chomsky en su más reciente libro presentara a la Isla como “modelo de país socialista”.
A esa “inmunidad” y a ese “modelo cubano” es a lo que aspira el “madurismo”, simplemente porque está más que probado que el mundo siempre estará dispuesto a pasarle la mano, mucho más si las décadas acumuladas en el poder, a pesar de fraudes y represiones, a pesar de impopularidades y chapucerías, le hicieran parecer como “fruto de la voluntad popular”; a fin de cuentas los políticos, así como los grandes capitales, sean de izquierda o de derecha, lo que realmente aman es la “estabilidad”, aunque esta sea un grosero “trampantojo” como es el caso cubano.
Sin embargo, es prudente reiterar, Venezuela es para el régimen cubano (y sobre todo para los militares que se articulan en él tras bambalinas) el escenario ideal para desplegar todos esos “experimentos” sociales, policiales (y hasta económicos) que no está dispuesto a ensayar en Cuba a riesgo de hacer estallar una olla sobrecalentada con los más recientes “experimentos” económicos que, como otras veces, han terminado en despiadada cacería de brujas, y en más hambre.
La suerte de Venezuela en estos días no decide solo el futuro de ese gran país a punto de ser irreversiblemente arruinado, sino que ofrecerá una proyección de hasta dónde escalaría en gravedad la situación cubana una vez que el régimen comunista pase de sentirse seguro a comprobar que sí lo está, es decir, que no hay nada que pueda derribarlo.
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