Por Manuel Fernández Ordóñez.
Tienda de conservas en Lisboa.
La transición energética es un enorme reto. Nos enfrentamos a una tarea titánica e inédita en la historia de la humanidad. Nunca antes hemos conseguido migrar de una fuente energética a otra con la velocidad que nuestros dirigentes pretenden que lo hagamos en la actualidad. A pesar de ello, a nivel internacional, los gobiernos no cesan de intervenir las economías y decretar legislación ad-hoc con el fin de salvarnos a todos del futuro apocalipsis climático. Al fin y al cabo, eso es lo se les da mejor a nuestros políticos, estar permanentemente salvándonos de algo. Generalmente de cosas que nunca fueron una amenaza o de problemas que han creado ellos mismos.
Cuando la agenda política establece sus objetivos, siempre aparecen oportunidades de negocio para aquellos que sepan adaptarse a las reglas del juego. Es absolutamente indiferente si uno comulga con el relato político o no, simplemente tiene que parecer que lo haces. Así, todas las empresas se han transformado en compañías para las que el calentamiento global y la transición energética son prioridades máximas (incluso las compañías petroleras se han subido a este carro). Todas dicen ser sostenibles, pretenden ser 100% renovables y tienen mucho –pero mucho– marketing.
Vean el siguiente ejemplo. El ayuntamiento madrileño de Las Rozas acaba de adjudicar una licitación para el suministro anual de gas a los edificios municipales. Hablamos de gas, ya saben, ese combustible fósil que emite enormes cantidades de CO2 a la atmósfera cuando lo quemamos con el objetivo de encender la calefacción. Es decir, nada renovable, nada sostenible, nada ecológico, nada de nada. Gas, punto. ¿Qué empresa ha sido la adjudicataria de dicha licitación? Una compañía llamada ADX Renovables.
La sociedad está muy perdida cuando una empresa que lleva la palabra "Renovables" en el nombre de la compañía se dedica a vender gas y a nadie le extraña. No es la primera ni será la última. Recuerdo ahora el caso de Holaluz, que se presentaba como una empresa 100% renovable mientras representaba en el mercado a productores que utilizaban gas para generar electricidad. Así les va, al borde de la quiebra.
Cuela todo porque no tenemos criterio como sociedad. En Portugal, desde donde escribo estas líneas, pude ver el otro día un establecimiento de aspecto circense, multicolor, con un diseño realmente llamativo. Algo digno de ver. Resulta que venden latas de conservas: sardinas, pulpo, atún, etc. La tienda era verdaderamente bonita y estaba a reventar de gente, no cabía un alfiler. Vendían las latas de sardinas a diez euros en un país donde el salario mínimo es de 950 euros.
Ya saben, tres euros por las sardinas y siete por el marketing. Cada vez prestamos menos atención a la calidad del producto, solo queremos que nos vendan cosas bonitas que cuadren con el relato. La realidad hace tiempo que importa poco. Las empresas energéticas no se distinguen mucho de la tienda de sardinas, parece que nos da igual lo que hagan mientras nos digan lo que queremos oír. Luego no nos echemos las manos a la cabeza.
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