Por Oscar Espinosa Chepe.
La Inversión Extranjera Directa (IED) en América Latina y el Caribe, en 2011, alcanzó 153,4 miles de millones de dólares, un 31 % más que en 2010, según informó CEPAL a principios de mayo. Esa cifra más que duplica el promedio anual del período 2000-2005. Este es el segundo año consecutivo de notable crecimiento, luego de que en 2009 se produjo una caída debido a la crisis financiera internacional.
Se destaca Brasil (66,7 miles de millones para el 43,8 % del total), México (19,4 miles de millones), Chile (17,3 miles de millones), Colombia (13,2 miles de millones), Perú (7,6 miles de millones), y Argentina (7,2 miles de millones). Cabe resaltar que en América Central los ingresos por IED se incrementaron en 36 %; son significativos los montos recibidos por Panamá (2,8 miles de millones) y Costa Rica (2,1 miles de millones). En el Caribe crecieron en 20 %, donde República Dominicana (2,4 miles de millones) resultó la más beneficiada.
La Unión Europea en conjunto fue el mayor inversionista. Desde hace años prioriza varios sectores estratégicos, fundamentalmente la energía eléctrica y la banca. Los países más importantes por su participación en el total fueron: Estados Unidos (18 %), España (14 %), y la región latinoamericana y caribeña entre sí (9 %). Para 2012, CEPAL ha vaticinado niveles altos de IED hacia la zona. En sentido negativo ese proceso tendrá por obstáculo la actual recesión en la Eurozona, aunque esta adversa coyuntura podría ser contrarrestada por los modestos avances observados en la economía norteamericana, y el incremento de los tratados de libre mercado con Estados Unidos que deben beneficiar los flujos de IED. El 15 de mayo entró en vigor el TLC con Colombia y próximamente estará vigente el de Panamá, con lo cual todos los países al sur del Río Grande con costa al Pacifico, excepto Ecuador, tendrán este tipo de mecanismo con la mayor economía del mundo, escenario que propiciará el aumento de los flujos de IED para aprovechar las oportunidades creadas con este colosal mercado.
Lamentablemente, Cuba no se ha beneficiado de este impulso. Incluso el proceso inversionista se encuentra prácticamente varado. Mientras CEPAL estima que en 2011 la Formación Bruta de Capital Fijo (FBCF) en América Latina fue del 22,9 % con respecto al Producto Interno Bruto global de la región, ascendiendo en Perú a 29,8 % y Chile a 27,5; en Cuba puede estimarse que no llegó a 9 %. En el período 2002-2010, la FBCF fue de 9,6 %, lo que indica un nivel insuficiente incluso para reponer los medios básicos consumidos, denotándose un proceso continuado de descapitalización. Si estas cifras muestran una grave situación, las perspectivas no parecen ser más halagüeñas.
El ahorro nacional es muy pobre e insuficiente para servir de base al desarrollo de la economía. En estas condiciones resulta muy importante la inversión extranjera, pero hoy se observa una apreciable disminución de los acuerdos en ese sentido. Según cifras oficiales, existían 403 empresas mixtas en 2002, pero actualmente no sobrepasan las 240, según importantes publicaciones especializadas, como el Financial Times, con una tendencia acelerada a continuar la salida del país de muchas firmas establecidas durante largo tiempo.
Todo parece indicar que con la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela, las autoridades cubanas cambiaron su política en cuanto a la aceptación de empresas extranjeras en territorio nacional, al aplicar mayores restricciones y priorizar socios de mayor importancia. A esto se añade la situación surgida en 2009 con las limitaciones impuestas a las entidades foráneas para cobrar los servicios prestados y las mercancías suministradas, así como para repatriar las utilidades. Aunque la situación parece haber mejorado, ha resultado un pésimo precedente y creado incertidumbre sobre las garantías ofrecidas por Cuba. Un ambiente complicado con el estallido de varios escándalos de corrupción en los que han estado implicados directivos extranjeros, con la consecuencia de la finalización de algunos proyectos.
Por otra parte, las esperanzas surgidas con las prometidas reformas del Presidente Raúl Castro se han disipado considerablemente, dejando en muchas personas sentimientos de frustración y falta de confianza en el alcance de las transformaciones. Ello sin soslayar que el retiro de empresas extranjeras constituye una seria dificultad para la materialización de los cambios, en particular para la necesitada restructuración laboral, sin la cual es imposible reorganizar los centros de trabajo, elemento indispensable para poder incrementar la productividad del trabajo y elevar en alguna medida los bajos salarios reales.
Al mismo tiempo, todo apunta a que se posponen la normalización de las relaciones con Estados Unidos y el posible hallazgo de petróleo en la Zona Exclusiva del Golfo de México, lo que puede influir negativamente en atraer inversiones. La dirección cubana no ha sabido aprovechar la buena voluntad de la Administración Obama y actualmente tiene paralizado el proceso de normalización debido a la renuencia a propiciar una solución al encarcelamiento de Alan Gross, condenado a 15 años de prisión bajo la acusación de entregar equipos de comunicación a la pequeña comunidad judía en Cuba. En cuanto al petróleo, el fracaso de la compañía española REPSOL durante la exploración con la plataforma Escarabeo 9, concluida en mayo, y su anunciada salida de Cuba, representa un duro golpe para las expectativas del Gobierno de mejorar ostensiblemente el crítico estado de la economía, en momentos cuando las subvenciones de Venezuela peligran, debido a la enfermedad del presidente Chávez y el proceso de elecciones, pues aunque sea reelecto podría tener que dedicar mayor financiamiento a los programas sociales en Venezuela.
En ese contexto, mientras América Latina y el Caribe incrementan los niveles de inversión, en Cuba existe una coyuntura adversa por la fuerte disminución de recursos para ampliar las capacidades productivas y la eficiencia tecnológica en sentido general. Así, la mayor de las Antillas continuará descendiendo económicamente entre los países de la región[1], con la consecuente disminución de las posibilidades de crecimiento y desarrollo.
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