Por Carlos A. Montaner.
Que un proceso electoral externo, sea venezolano o estadounidense, resulte tan crucial para Cuba, dice mucho acerca de la presunta viabilidad del país.
Luego de meses de incertidumbre, ha vencido en Venezuela la opción más conveniente para el régimen de La Habana. El exgolpista Hugo Chávez consigue otros seis años de poder, después de una campaña en la que abusara de manera ventajista de los recursos del Estado.
Para Cuba esto significa la continuidad de una ayuda económica privilegiada. Venezuela es su primer socio comercial, aunque las subvenciones de todos estos años no se hayan dedicado a la modernización del país, en un guión similar al de la era soviética y con idénticos resultados.
El triunfo electoral de Chávez es, por tanto, una pésima noticia para los cubanos de a pie, pues libra a Raúl Castro de las presiones que podrían obligarlo a implementar los cambios necesarios.
La Habana se ha empleado a fondo para conseguir estos resultados electorales. Fidel Castro lo sentenció en 1990, cuando los sandinistas salieron del poder: "Nunca más perderemos una elección". De manera que quienes nunca se han sometido a un escrutinio popular no tienen reparos en intervenir en su propio favor allí donde la democracia se manifieste.
Una vez más, la suerte de Cuba parece decidirse fuera. Sin embargo, cada vez existen más ciudadanos dispuestos a reaccionar de acuerdo a sus necesidades perentorias y en contra de la indolencia de las autoridades. De modo que, más allá de lo que ocurra en Venezuela o EE UU, el régimen se verá obligado a lidiar con sus reclamaciones y exigencias.
La reelección de Hugo Chávez brinda oxígeno al castrismo, pero por poco tiempo.
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