Por Ernesto Pérez Chang.
El llamado “nuevo modelo económico cubano” promete un socialismo “próspero y sostenible” que será construido con el financiamiento de ese capitalismo que durante años cargó con la culpa de todos los males sociales. Aunque en los discursos de los dirigentes cubanos se habla de colocar a la economía en el centro de todas las cosas, en contradicción con aquel olvidado “fundamento revolucionario” donde el ser humano era el principio y el fin del nuevo proceso político, ninguno de ellos se atreve a confesar lo que sabe todo el mundo en la calle: “en Cuba vamos de cabeza, con prisa y sin pausa, hacia ese mismo capitalismo del que tanto nos quería “proteger” Fidel con sus experimentos donde siempre fue peor el remedio que la enfermedad”, dice Alejandro, un joven barbero de Arroyo Naranjo y, a la vez, se hace preguntas que coinciden con las que todos nos hacemos a diario.
Si, como afirma el discurso del régimen, la revolución la hicieron los humildes, para los humildes, y para acabar con las “lacras” del capitalismo, entonces por qué las calles de La Habana rebozan de hombres y mujeres sumidos en la peor miseria. En los parques y portales duermen multitudes de personas sin hogar y sin amparo social. Los ancianos registran los depósitos de basura; los niños persiguen a los turistas mendigándoles dinero; en los mercados las personas pelean por comida o se desesperan porque no encuentran algo acorde con sus salarios; la gente muere sin la atención médica adecuada mientras el gobierno hace planes para eternizarse en el poder, a como dé lugar.
Es irónico escuchar a los propios dirigentes cubanos explicar y legitimar sus medidas de choque con ejemplos tomados del capitalismo. Porque he sido testigo de muchísimas, sé que en las asambleas de trabajadores es muy frecuente ese tipo de táctica de convencimiento donde se justifican los despidos masivos, las malas condiciones laborales, los bajos salarios, los privilegios de los dirigentes frente a la pobreza de todo un pueblo con la frase: “pero compañeros, en el capitalismo es así”. Incluso cuando las réplicas de los obreros y profesionales indignados amenazan con transformarse en protestas, se les remata con ese hipócrita llamado del gobierno a un “cambio de mentalidades”, donde ellos, los principales responsables del caos económico y social en que actualmente vivimos los cubanos, evaden la culpa, incluso la transfieren a los sometidos.
El gobierno hace trampas, dice María del Carmen (foto del autor)
“La primera vez que escuché a Raúl hablar de los cambios económicos y el cese de las gratuidades sentí rabia”, nos dice Eovides Lamas, un anciano que recoge latas vacías en el Parque Central de La Habana y que solo cuenta para sobrevivir con una pensión de 200 pesos al mes (unos 8 dólares). Y continúa: “Hablan como si la gente fuera la culpable de toda esta mierda. Es ofensivo que hablen como si tuviéramos la culpa y que no pidan perdón por tanto engaño. Yo trabajé hasta que tuve un accidente y no pude. Me dieron primero 60 pesos y después, a los años, fue que me subieron a 200 pesos. Pero eso no alcanza, yo tengo que comer una sola comida al día y eso que vengo al comedor, donde me sale un poco más barato pero jamás pensé que en mi vejez yo tuviera que pasar por esto. No fue por esto que luchamos. Es un engaño, un abuso”.
El mismo sentimiento de ira y decepción afecta a muchísimas personas que se han dado cuenta de que no tienen lugar en el “nuevo modelo económico”. María del Carmen es una mujer de 60 años que perdió su empleo como cocinera en una empresa del Ministerio de la Construcción que aplicó el llamado “perfeccionamiento empresarial”, para ella el gobierno hace trampas para simular que prospera:
“Todos los que trabajábamos en la cocina nos quedamos en la calle porque ahora a los trabajadores le dan un estipendio para el almuerzo. Los que quedamos en la calle somos viejos, no tenemos cómo buscar otra cosa. Lo que más me molesta es que nadie dijo nada. Es como si la gente hubiera perdido los sentimientos. Todo el mundo está contento porque piensan que les han aumentado el salario. Lo que hicieron fue darles menos dinero que lo ellos mismos gastaban antes en la cocina. Ese dinero lo sacan ahora del salario de los que quedamos fuera y de la comida que dejan de comprar. Aun así les dan una miseria. ¿Cómo se explica que se gane más por el estipendio de almuerzo que por salario? Son unos tramposos. Y el sindicato no hizo nada. Por eso ya no le trabajo más al Estado. Siempre han tratado a la gente como esclavos. Fui a todos los [desfiles por el] Primero de Mayo, grité “viva la revolución” y todo eso, ahora lo que tengo es ganas de que se jodan todos. Hay días que hasta he tenido ganas de matarme”.
Se suponía que llegado el nuevo milenio, en Cuba gozaríamos de una sociedad justa donde los hombres y mujeres obtendrían los frutos por tantos sacrificios, “a cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”, como era el lema esperanzador de aquella época en que a los más jóvenes se nos hacía leer en las escuelas un discurso de Fidel Castro, dirigido a los niños, que reiteraba la frase “Hay que pensar en el futuro” y que estaba acompañado de láminas a color donde ilustraban ese porvenir “próspero y sostenible” del que no acaban aún de poner la primera piedra.
“Mis padres creían que con estudiar y trabajar honradamente el Estado les daría lo necesario para vivir felices, tranquilos, y resulta que si no robas o haces cosas peores, te mueres de hambre”, nos dice Rigoberto, un estudiante de Derecho que debe trabajar por las noches y los fines de semana para apoyar la economía de su hogar:
“Se supone que hicieron una revolución socialista para no ser igual que los capitalistas y ahora resulta que vivimos en la peor de las sociedades, porque estamos presos aquí, no podemos hablar, tenemos capitalismo, clases sociales, niveles de pobreza altísimos, los peores salarios del mundo y ni la educación ni la salud son tan gratuitas como dicen, para colmo la ciudad está feísima, la gente mal vestida y con un hambre que se comen unos a otros. Si hay algo peor que esto, no me lo imagino. Yo tengo que estudiar y trabajar, y no lo veo mal pero resulta que mis padres trabajan como mulos, yo también, y en mi casa a veces no hay nada que comer. Que me expliquen entonces por qué hay que salvar la revolución y el socialismo. No han resuelto nada en 50 años, lo que han dado es más problemas y la gente lo que quiere es que todo termine ya. Cuando vengo todos los días para la universidad vengo por la Avenida del Puerto, yo quisiera que tú vieras, todo está lleno de carteles de Abajo Raúl, Fidel, cartelones, nada de cartelitos. Más claro ni el agua”.
Mientras la miseria devora todos los rincones de la isla, los dirigentes del Partido Comunista se frotan las manos a la espera de convertirse en empresarios de una economía de mercado que elevará sus niveles de vida hasta el punto donde sea muy difícil el retorno a ese socialismo tan aburrido que tanto les sirviera como camino más corto para llenarse los bolsillos, a pesar del oportunismo y la mediocridad que los caracteriza a casi todos.
Según se infiere del discurso del propio gobierno, todas las medidas económicas actuales están encaminadas a diseñar un tipo de capitalismo “revolucionario” que contenga todo aquello que les resulta necesario para “salvar el socialismo”. Pero en estos días de “pactos” y “normalizaciones”, cuando dicen “socialismo”, todos sabemos que se refieren a ellos mismos, bien prósperos y bien sostenidos de las riendas del poder.
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