Protagonizada por el inmenso Fernando Fernán-Gómez, y el talentoso niño actor Miguel Lozano, ambientada en los amargos días iniciales de la Guerra Civil Española, acabo de ver una hermosa y tristísima película del realizador castellano José Luís Cuerda, La lengua de las mariposas (España, 1999). Hermosa porque narra la tierna relación de un maestro de pueblo con sus alumnos de primaria; tristemente familiar para mí, porque termina con un escalofriante “mitin de repudio” de los franquistas apedreando a indefensos y acorralados simpatizantes de la izquierda republicana.
Vociferantes y aterradoras turbas, similares a las que aparecen casi día a día, en lo que queda de mi empobrecido país, contra cualquier manifestación de desacuerdo con la dictadura, y que tuvieron su origen en las que se organizaron durante la fatídica Revolución Cultural en la China maoísta, en la Rumania de Ceausescu o en Corea del norte; y eso por no mencionar las atrocidades estalinistas en la URSS donde, huyendo de la arremetida del generalísimo se fueron a refugiar tantos partidarios de aquella bazofia de sistema que no pocos de aquellos republicanos pretendían instalar en la entrañable tierra de Miguel de Cervantes, Salvador Dalí o Manuel de Falla.
Hispano-Soviéticos fue el repulsivo nombre de aquel engendro migratorio, que algunos de ellos, años más tarde fueron a dar a Castrolandia como “técnicos extranjeros”.
Tampoco fue fácil la vida bajo el puño de acero del “militarote” del Ferrol; pero, aunque soy liberal y contrario a cualquier tipo de estado totalitario, siempre me pregunto el porqué, en todo este tiempo, no ha surgido —que yo sepa— un novelista o cineasta español que en vez de repetir hasta la saciedad la misma historia de horror ya harto conocida, se planteara honestamente lo que hubiera sido de España si en lugar de las poco útiles cuatro décadas de sangrienta dictadura franquista, se hubieran quedado los totalmente inútiles pro-comunistas que habían llegado al poder en aquellos días aciagos.
Quizás una buena forma de hallar la respuesta sea que los españoles cometieran la imperdonable torpeza de votar —probablemente por última vez— masivamente por Pablo Iglesias Turrión en las próximas elecciones.
Solo habría que agregar una cierta dosis de intolerancia, hambre, colas interminables, impericias y un ligero toque de esa vulgaridad chavista tan afines al candidato del Podemos, que servirían de condimento para lograr ese saborcito a cambio tan en boga hoy día.
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