Por Rui Ferreira.
En La Habana compiten y sobreviven la venta de lujosos productos importados con la oferta de artesanías de humilde factura, que reflejan una época revolucionaria cada vez más lejana.
Caminando el extranjero por la calle Obispo tiene la sensación de que la ciudad ha cambiado. Es La Habana. Pero una Habana que en el siglo 21 intenta adaptarse a los tiempos nuevos, sin grandes recursos pero con muchas necesidades. Y en esta arteria emblemática de la ciudad conviven, o intentan sobrevivir, dos economías hasta no hace mucho antagónicas, la de mercado y la socializada, en una relación bastante asimétrica.
Es así como la calle Obispo surge hoy como una especie de mercado persa donde frente a frente conviven los más lujosos productos del mundo con la artesanía manual que vende la imagen de la revolución. Una enorme fotografía publicitaria de la cantante Jennifer López, a través de su perfume, aparece en una vitrina a un lado de la calle mientras que al frente una mujer intenta vender una camiseta del Che Guevara o una gorra con la bandera cubana. Al lado, detrás de otra vidriera, el simpático muñeco M&M sonríe al cliente con la esperanza de que quiera entrar en esta tienda de chocolates, algo impensable hace algunos años y donde todo se vende en moneda convertible. En este caso, el embargo económico estadounidense parece ser un detalle del cual poco o nada se habla.
Todo esto se mezcla con decenas de pequeños negocios de donde salen los más disímiles olores y sonidos, desde restaurantes a puestos callejeros de churros, venta de café o uno que otro bar donde, como en el resto de la arteria “luchan” el peso cubano (CUP) y el peso convertible (CUC), con una cotización favorable a este último. “Aquí usted puede consumir lo que quiera y paga en la moneda que quiera”, explica Carlos, un joven santiaguero que sirve de promotor del restaurante ante los potenciales clientes. Dentro, se puede consumir una buena langosta, un bistec aceptable, sándwiches de todos tipos y una generosa colección de cervezas, nacionales e importadas. ¿La diferencia? Para el visitante, si paga en CUC, la comida sale mucho más barata, a veces no excede los 10 CUC, quizá 15, por persona, nada malo teniendo en cuenta que el servicio suele estar acompañado por un grupo musical que, de vez en cuando, y en la medida que la clientela se va renovando, pasa el cepillo por las mesas porque de eso viven, de las propinas de los comensales.
Para los que solo pueden consumir en pesos nacionales, el asunto se vuelve mucho más caro. Concretamente, hay que multiplicar la cuenta por 25, porque ese es el valor de cambio entre las dos monedas, y con un salario promedio de 300 pesos cubanos, no todos los nacionales tienen esa oportunidad. “Hay una contradicción obvia. Aquí, como en el resto de la ciudad, conviven las dos monedas. Pero lo interesante es que los negocios van sobreviviendo. Se logran mantener más que menos y el Gobierno no parece muy preocupado en cómo estos empresarios, por llamarlos de algún modo, logran mantener las puertas abiertas”, explica el profesor universitario Enrique López Oliva.
De hecho, el Estado es partícipe en la mayoría de ellos, porque gran parte de estos negocios —sean restaurantes, bares, peluquerías, tiendas de recuerdos, librerías o establecimientos que reparan computadoras, celulares o electrodomésticos— se encuentran dentro de la iniciativa privada aprobada hace algunos años, o son cooperativas. Es el caso de algunos restaurantes, cuyo inmueble pertenece al Estado, pero es administrado por un grupo de cocineros, meseros y administradores, que pagan un alquiler por el espacio y abonan sus impuestos.
“La cifra de negocios de la calle es muy difícil de calcular. De momento lo importante es que sirven para abrir espacios que antes no había, dan otro color a la ciudad, y aunque eso no mejore la calidad de vida, también sirven para atraer al turista que es, todavía, una fuente importante de ingresos”, amplia López Oliva.
Marta, por ejemplo, es otro caso. Ella ha acomodado la sala de su casa, tiene un mostrador en el portal y oferta dulces, frituras y refrescos. “Todo son productos frescos. Es un negocio bueno aunque también hay tiempo muerto. No siempre es así, ahora en tiempos de Navidad la cosa va mejor”, explica al revelar que la mayoría de sus clientes son niños a quienes sus padres intentan satisfacer con una que otra golosina, cuando pagan 20 pesos cubanos por un sándwich y 10 por un refresco.
Los cubanos están descubriendo la economía de mercado, intentando desarrollarla sin poder dejar al Estado de lado y muchas veces, de una forma poco ortodoxa. Por ejemplo, la venta de pizzas, que es un negocio común, popular, tiene sus particularidades.
En un pequeño restaurante privado ubicado en las inmediaciones de la Plaza de Armas, Carlos oferta pizzas a 30,00 pesos cubanos cada una. Son de queso, solo de queso, sin nada más, pero si el cliente quiere otro ingrediente tiene que pagar aparte. Si desea que la pizza tenga bonito tiene que pagar otros 30,00 pesos cubanos (el equivalente a 1,20 CUC). “Es un agregado”, explica, y por eso lo cobra aparte.
“Ay, mi amigo, aquí el problema no es inventar. El problema son los salarios que son muy bajos. Por eso esto le puede parecer caro. Pero así es nuestro mercado”, agrega. Y explica que su mayor problema son los abastecimientos, porque si una lata de bonito solo se encuentra en 2,50 CUC, la única forma de que rinda en pesos nacionales es trasformar el ingrediente en un “agregado” y cobrar la ración a 25 veces su valor.
Aunque esto posiblemente sucede solo en Cuba, lo cierto es que así están descubriendo una forma de “levantar cabeza”.
“Este es el dilema de la dos monedas. No impide que esta calle tenga una nueva vida comercial pero enmascara todo el esfuerzo que hay detrás de ella para mantenerla viva, para hacerla rendir porque, como siempre, la calle no está fácil”, remata el profesor universitario López Oliva.
0 comments:
Publicar un comentario