Por Roberto Madrigal.
Desde principios de julio la obra teatral El Rey se muere, montada por Juan Carlos Cremata, fue censurada por las autoridades ideológicas de la cultura cubana. Poco después, Cremata fue removido de su trabajo como director de cine y de teatro. Que yo sepa, solamente el escritor y cineasta Eduardo del Llano en su blog, así como el cineasta y crítico de cine Enrique Colina alzaron su voz públicamente en defensa de Cremata. El resto de los cineastas y escritores cubanos hicieron un silencio cómplice. Como sabemos, el que calla otorga.
No conozco personalmente a Cremata, solamente conozco su obra y algunas de sus anteriores declaraciones públicas y me parece completamente prescindible. Ahora bien, una vez que un artista se convierte en el objeto de la censura, sin importar nuestra opinión sobre su persona o sobre su obra, merece nuestro más urgente apoyo.
Pero los cineastas cubanos, desde hace casi dos años, están empeñados en lograr que se decrete una nueva Ley de cine. Quieran más libertad y apoyo para la creación y distribución independiente del cine cubano. Es una batalla contradictoria, pues le están pidiendo limosna y condescendencia al propio censor, al organismo que ha controlado su destino artístico. Parece que se han acostumbrado a vivir de las migajas y en vez de pedir la desintegración del ICAIC, ya obsoleto y mero controlador del quehacer cinematográfico de la Isla, le piden que se mantenga ahí y que actúe como un papacito bondadoso.
A pesar de que con las nuevas tecnologías se puede hacer cine con bajo presupuesto, o de forma independiente, y algunos jóvenes lo han demostrado, los cineastas cubanos quieren oficializar los permisos una vez más. Maquillar la censura. Desean tener autorización para filmar con bastante libertad y que el censor les garantice la distribución. En los últimos meses se nota una creciente preocupación por comercializar la obra, incluso ha habido quejas porque Cuba, el ICAIC, no presentó ninguna película candidata al Óscar. Piden censura de baja intensidad a cambio de que se les propicie divulgación internacional y para ello entregan su complicidad intelectual.
En la última reunión de los cineastas con los burócratas del ICAIC, en la cual finalmente se atrevieron a redactar una declaración de condena a la censura de Cremata, dando muchas vueltas y utilizando las indirectas de siempre, se apareció el disidente Eliécer Ávila y los burócratas la emprendieron contra él, denunciando su presencia como un acto de provocación y finalmente usando los paleolíticos términos de que la crítica solamente se les permite a los revolucionarios y citando de nuevo las palabras del Comandante en Jefe en su viejo discurso de la Biblioteca Nacional.
Acto seguido, los miembros de la UNEAC, ni cortos ni perezosos, redactaron una declaración de apoyo a la postura oficial de los apparatchiks del ICAIC y volvieron a citar las famosas “Palabras a los intelectuales”. O sea, que en el campo minado de la cultura, las barricadas se mantienen en su sitio.
Después, los escritores y matarifes culturales se reunieron para buscar una posición respecto a cultura y turismo. Temen que la “gran cultura nacional de la Revolución” quede manchada por la presencia callejera de negras disfrazadas de brujeras tirándole los caracoles a los turistas con un tabaco apagado en la boca. Se alzan contra la caricaturización del folclore y expresan su preocupación. No les preocupa la censura ni los ataques a los grupos disidentes, no, la mayor afrenta a la elevada cultura revolucionaria son los reguetoneros, los tríos callejeros improvisados y los que especulan con los sacrosantos rituales afrocubanos (a pesar de que los mercenarios oficiales le prepararon, como ellos mismos dicen, una boda típica afro al cantante Usher. ¡Qué bien! ¿Qué es una boda afro?).
Por otra parte el flamante Premio Princesa de Asturias, Leonardo Padura, se presenta en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara y dice que los problemas económicos han limitado la creatividad de los escritores cubanos. ¿Qué es lo que temen? ¿Qué se les acabe el salario de la UNEAC, que ya no resuelva casi nada? Buscan garantizar el apoyo institucional, al menos para buscarse los dólares en el extranjero. Padura y Pedro Juan Gutiérrez, quienes aseguran que jamás les han cambiado una coma en sus obras, no padecen de ese problema. Han reunido bastante dinero porque se les ha permitido publicar en el extranjero a cambio de decir sandeces como esas y otras más.
¿Desde cuándo la escasez monetaria ha afectado la creación literaria? No quiero salirme de los ejemplos del patio, pero antes del 59, Lezama Lima se las arregló para sacar revistas y publicar su obra con pequeñas ayudas y sin recibir compensación monetaria por sus escritos. En el exilio Esteban Luis Cárdenas y Guillermo Rosales vivieron en la miseria sin que ello impidiera que siguieran creando.
A Carlos Victoria le tomó muchos años ser publicado y se tuvo que financiar muchas de sus obras, pero eso no lo detuvo. Heberto Padilla, Reinaldo Arenas, Manuel Ballagas y yo comenzamos revistas literarias costeándolas con nuestros propios bolsillos, cuando apenas nos alcanzaba el dinero para comer. Para colmo, fuimos atacados en los foros y revistas internacionales por la poderosa maquinaria del gobierno cubano. Nada nos detuvo.
Según Padura (lo ha dicho varias veces), hay un gran movimiento literario cocinándose en la Isla, aunque casi nadie se haya enterado. Él debe saber algo que muchos no sabemos. De sus declaraciones pudiera deducirse que en Cuba hay una inmensa cantidad de escritores que merecen atención. Sí, como no. Parafraseando el chiste ruso, diría yo que: “¡Cuán maravilloso es ver la cantidad de escritores que ha producido la revolución! Antes solo teníamos a Piñera, a Lezama y a Baquero”.
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