Por Félix Luís Viera.
El pasado 26 de julio, Día de la Rebeldía Nacional, se rebelaron tres opositores. Allá en Santiago de Cuba. Tres opositores del Comité de Ciudadanos Defensores de los Derechos Humanos (CCDH).
Para eso hay que tener valor. Mucho.
Acciones como esta se enmarcan entre las excepciones que confirman la regla.
La regla: a la mayoría de los cubanos que viven en la Isla les importa poco que el castrismo permanezca otros 160 años en el poder. Cometen robo de hormiga sin parar. Contrabandean hasta los caránganos. Hablan mal del Gobierno entre bambalinas; lo maldicen sin descanso. Pero asisten a las marchas por el 26 de Julio o las del 1 de Mayo. Según las informaciones, a la mayoría ni siquiera se le ocurre fingir una gripe feroz para no asistir; o, con toda razón, argumentar que con hambre o mal alimentado es imposible participar en una marcha bajo el sol isleño.
Participan en las manifestaciones; en las asambleas de “rendición de cuenta” del delegado del Poder Popular y mientras escuchan el informe cansino, cuajado de retórica vieja -valga la redundancia-, muchos de ellos tienen la mente puesta en la próxima remesa que deben enviarles sus familiares allende los mares.
De acuerdo con el parte, a ninguno de los antes citados siquiera se les ha ocurrido preguntar hasta cuándo es el martirio; dónde el vaso de leche pendiente; cuando exonerarán a los niños de la escuela primaria de jurar, mañana tras mañana del curso escolar, que serán asesinos. Etcétera.
“Como está de mala la cosa… hay que vivir, hermano”: asentir, levantar la mano aprobando la continuidad del martirio; “tallar” un trabajito en un almacén para ejercer el “robo autorizado”, o en una farmacia para lo mismo (ambas labores son de las ideales para la subsistencia).
Y si eres escritor, por ejemplo, venderte con sabrosura patria por el acceso a la Internet (aunque limitada, muy limitada, y lenta) o por la publicación de un libro o la posibilidad de un premio, dejando siempre en claro que aquellos de tus compatriotas y colegas que se han ido de la Isla, son unos canallas o al menos resultan innombrables, o más: inexistentes.
La regla: a una mayoría, que casi es casi toda la totalidad de los aproximadamente dos millones de cubanos que se han marchado de la Isla, poco les importa lo que en ella está ocurriendo, según se advierte.
Se tomaron la Coca-Cola del olvido. Tamaño familiar.
Muchos envían algún dinerito para sus familiares en Cuba, que de carambola va a parar a las arcas del castrismo.
Otros viajan a la tierra que los vio nacer con cierta constancia… a la pachanga, a visitar los clubes nocturnos del Gobierno y solazarse con sus compatriotas que habitan en la Isla consideradas las prostitutas más cultas del mundo, entre otros placeres.
Si usted mira las páginas de ellos -y de ellas- en Facebook, rara vez hallará algún comentario o post que aluda a la dura situación que atraviesa la sociedad de su país o algo así como un quejido por el sufrimiento de aquella.
Eso sí, en abundancia encontrará fotos de ágapes diversos -estancias en las playas, las montañas, los parques nacionales- y ciertas líneas sentimentales como “extraño el dulce de arroz con leche que me hacía Aurora mi vecina”, o “¿qué será de Aidita mi peluquera allá en Bejucal?”, “o qué lástima que no pude traer el primer bate con que de niño jugué a la pelota”. Y así… otras referencias a la cultura nacional.
Hace poco se quejaba un colega, amigo y compatriota que habita por acá de que había puesto un post convocando a la crítica de algún reciente desmán del castrismo, y recibió solo 18 “likes”, no obstante contar con casi 5000 amigos en Facebook, la gran mayoría cubanos.
Es que sienten un miedo muy justificado. Le argumentaba yo. Algunos y algunas temen que no les dejen entrar de nuevo en Cuba, en donde están sus familiares de primera línea. Otros y otras ese pánico a que les prohíban arribar a la Isla, eufóricos, a presentar sus libros. Y así… hasta los que padecen de abulia política.
Bueno, allá en Santiago de Cuba -Ciudad Heroína de la República de Cuba, “Cuna de la Revolución”-, en los balcones de la Catedral, frente al parque Céspedes, el pasado 26 de julio, Día de la Rebeldía Nacional, los miembros de la opositora -y proscrita, claro- CCDH, Leonardo y Alberto Antonio Ramírez Odio y José Carlos extendieron par de pancartas pidiendo libertad para Cuba; “58 años de engaño, hambre y miseria”, decía una de ellas. Fueron filmados por su compañero Alberto de la Caridad Ramírez.
Esperemos. A veces una golondrina sí hace verano.
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