Por Luis Leonel León.
No pocos se preguntan cómo es posible que el castrismo, a pesar de ser un sistema dictatorial, responsable de la peor y más larga crisis económica, política y social sufrida por los cubanos, haya podido triunfar más allá de la isla y esté sumiendo a Venezuela, uno de los países más ricos del hemisferio, en la más delirante miseria.
Son varias las razones por las que se ha instaurado este nefasto proyecto. Para empezar es fundamental comprender que se trata de un modelo que en su fase inicial se basa estrictamente en la estrategia de la telaraña. Ese viejo timo tan pegajoso como eficiente donde las presas, luego de que han caído, son depuestas sin que el depredador tenga que esforzarse mucho. Escapar es bien difícil. De ahí que lo principal sea hacer que la presa caiga.
Para que las personas sean cautivas de agonías tales como el castrismo, sus líderes necesitan primeramente conseguir un notable apoyo popular, basándose en el desconocimiento y la desmemoria de los pueblos, la falta de educación e implicación política, las carencias y fallas de sus partidos contrincantes y en votos comprados más con bribonadas que con dinero (aunque en nuestra región los políticos no pierden la mala costumbre de comprar votos, los comunistas y los no comunistas. De ahí que la corrupción siga gozando de tantos adeptos en las Américas, y no solo en la política).
Como hemos visto suceder en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, países del llamado socialismo del siglo XXI, el día en que llegan al poder los presidentes-dictadores afiliados al castrismo (sean chavistas, socialistas, sandinistas o como decidan denominarse) ofrecen demagógicos discursos, mezcla de una empalagosa seda y un finísimo acero, con el que logran excitar a las masas que les apoyaron y hasta crearle tenues esperanzas a quienes no les votaron pero no conocen del todo sus oscuros mecanismos. Pero paralelamente, en ese mismo instante, comienzan a desatar su maquinaria corrupta, infame y profundamente antidemocrática. Como les enseñara Fidel Castro: “Sin prisa pero sin pausa”.
El esquema a seguir es tan claro como perverso: extorsionar las libertades civiles a cambio de simuladas promesas de igualdad, satanización y confiscación de los medios de comunicación, expropiación de las grandes compañías, corrupción empresarial, coimas, favoritismos, desvíos de recursos, coerciones. Aumentan el gasto público con el propósito de expandir los poderes del Estado y sus trabajadores –cuya cifra aumentará desorbitadamente– serán perennemente chantajeados a profesarle lealtad absoluta al régimen con supuestas prebendas que en realidad no son más que estafas, bombas de tiempo.
Es preciso borrar el pasado y lo borran. Es necesario inventar una nueva historia y la inventan. Pueden llegar incluso a cambiarle el nombre al país, la bandera, alterar el uso horario y por supuesto –este es un cambio esencial que no demoran en conseguir– encoger las garantías democráticas de la Constitución. Y así no paran de cambiar, siempre para peor, “todo lo que sea necesario cambiar” en beneficio de su despótico proyecto siempre “en nombre del pueblo”.
La propaganda oficialista y las noticias falsas a favor del Estado salvador y todopoderoso también crecen paulatinamente hasta llegar a dominar los medios las 24 horas del día. Dicen que la voz del Estado es la voz del pueblo. Y el “imperialismo yanqui” no puede faltar como el mayor de los enemigos, el más oscuro de los males.
Los altos mandos militares son comprados con todo tipo de favores y posiciones económicas en las que la corrupción no será un obstáculo. El ejército también es ideologizado a favor del régimen (en esto presionan lo más posible: en Venezuela una gran parte de la Guardia Nacional lo está, mientras que en Ecuador ha sido más difícil lograrlo). Pero el propósito es el mismo: que las fuerzas militares y la policía sirvan no como defensores de la nación y controladores del orden sino como gendarmes de la dictadura y que no duden en reprimir a su gente “en nombre de la revolución” cuando sean convocados para ello por el máximo líder.
La revolución es lo primero y lo más grande. La revolución es el Estado y el Estado lo es todo. Y todo lo que esté en su contra es nada. Debe ser convertido en nada y para ello es necesario que todas las fuerzas represivas –y las paramilitares, que no pueden faltar en este esquema– estén adoctrinadas. Listas para la eterna batalla contra la libertad, la democracia, los derechos humanos, la institucionalidad.
Detrás del telón ideológico, y con estas fuerzas plegadas a su favor, está la verdadera orgía del poder: la corrupción uniformada, el clasismo más vulgar, la criminalidad vestida de justicia social, la eterna manipulación, el racismo, el…
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