En Cuba no se producen ahora manifestaciones masivas contra el régimen como ha sucedido en otros países dominados por el totalitarismo y como sucede hoy, por ejemplo, en Venezuela. Pero también es cierto que los grupos de la oposición pacífica, los periodistas independientes y los artistas libres no dejan de denunciar, atacar y desenmascarar la dictadura.
Ya sabemos lo odiosas que suelen ser las comparaciones. El escenario de la isla no admite, ni admitió nunca, ninguna equivalencia con cualquier otro país del planeta. Se instaló y se consolidó en un tiempo diferente, en circunstancias específicas y muy distantes de las actuales que le permitieron al grupo de poder matar enseguida al periodismo libre, llenar las cárceles con miles de opositores, poner en marcha un eficaz mecanismo represivo y repartir con generosidad lo único que ha repartido con abundancia el socialismo: miedo.
A ese aparato, envejecido y arruinado, aunque sostenido por la misma violencia original, se tienen que enfrentar los opositores pacíficos y los periodistas y los artistas que se han liberado del jaquimón estatal. Y lo hacen con más ilusión y esperanzas que apoyos y solidaridad de la gran mayoría de demócratas de cartel y fama internacional de Europa y América Latina porque esos personajes suelen privilegiar la presencia en Cuba de sus inversionistas en contubernios con los mandamases por encima de los sueños de libertad de los cubanos.
La acción diaria de la oposición cubana es una porfía peligrosa de pequeños grupos de ciudadanos que, si bien no consigue la atención de los corresponsales extranjeros, ni titulares en los medios de comunicación, mantiene vivo el mensaje de rebeldía que tratan de apagar la policía y las brigadas de respuestas rápida con sus acosos, golpizas, calabozos, mítines de repudio, robos de equipos y allanamientos de viviendas.
Creo que en una sociedad atemorizada y, por lo tanto, empeñada en mirar para cualquier parte que no sea su realidad, es un emblema de mucha fuerza que un grupo de mujeres como las Damas de Blanco salgan a las calles a reclamar la libertad de los presos políticos y democracia para su patria. Y que tres cubanos exhibieran el pasado 26 de julio, en el céntrico parque Céspedes de Santiago de Cuba, un letrero con esta inscripción: “58 años de engaño, hambre y miseria. Viva el derecho de expresión, opinión y de prensa”.
Puede que no sea un episodio espectacular. Es una verdad y allí hay que tener coraje para decirla. Ellos la dijeron y fueron arrestados. Pero la dijeron.
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