Por Iván García.
El viernes 9 de septiembre, como casi todos los fines de semana, Omar, 55 años, instaló en el portal de su casa, en un pasillo interior de la calle San Lázaro, barriada de Lawton, al sur de La Habana, dos bocinas con música y a partir de las seis de la tarde comenzó a descorchar botellas de ron barato entre vecinos y amigos. Cualquier acontecimiento es un buen pretexto para celebrar. Omar y su familia viven con el dinero que ganan trabajando y del que a veces le giran sus parientes en Miami. Comen lo que puedan conseguir y no se intimidan por la falta de futuro.
Cuando Omar supo que los vientos furiosos del potente huracán Irma afectarían la Isla, llamó a la empresa eléctrica y al servicio de comunales, para que le cortaran una palma de medianas proporciones en el patio de su vivienda. “Desde hace año estoy en esa pelea, sobre todo cuando se acerca un ciclón. Siempre me pelotean. Me dijero que ahorita venían, si no, en las próximas horas me enviarían una brigada. Pero todo es muela y mentira. Mira el resultado”, dice y muestra el techo de cemento de su casa, destrozado por la palma que le cayó encima en la madrugada del domingo 10 de septiembre.
Historias como las de Omar se repiten por toda La Habana. Luis, enfermero de un policlínico en La Víbora, tuvo que trabajar la madrugada del domingo, justo cuando el ciclón Irma asolaba la ciudad con sus rachas de vientos y lluvias.
“Antes, el policlínico-hospital Luis de la Puente Uceda estaba ubicado en un edificio sólido con todas las condiciones sanitarias y el equipamiento médico requerido. Después que decidieron instalar en el inmueble un centro de cirugía de mínimo acceso, donde principalmente atienden a extranjeros, trasladaron el policlínico para un caserón repleto de goteras que no tiene las condiciones idóneas”, explica Luis. Y recuerda el calvario que sufrió.
“Llovía más adentro que afuera. Como muchas ventanas están rotas, entraban trozos de maderas, latas y hojas de árboles. La planta generadora de electricidad, vieja y que no recibe el mantenimiento adecuado, a cada rato se apagaba y dejaba a oscuras el policlínico. Cuando terminé mi turno a las siete de la mañana, a pesar que ya no había viento y apenas llovía, tuve que caminar siete kilómetros hasta mi casa, pues algún ‘sesudo’ decidió interrumpir el transporte urbano”.
Casi 72 horas después del paso de Irma por La Habana, el servicio de comunales, encargado de recoger los desechos sólidos, no había realizado sus labores en amplios sectores del municipio Diez de Octubre, el más poblado de la capital. “Aquí no se le ha visto ni la chapa a los carros de la empresa eléctrica, el acueducto o comunales. Las calles están repletas de arbustos y destrozos que dejó la ventolera y la gente los apila en cualquier parte. Ese discurso del gobierno de que brigadas mixtas recogerían la vegetación y los desechos y que ya había comenzado la recuperación de la ciudad es solo en la televisión”, comenta un vecino.
Aunque los fuertes vientos al llegar a La Habana perdieron intensidad y no afectaron con violencia a municipios de la capital y la provincia Artemisa, desde el 9 de septiembre, muchos barrios sufren apagones y no reciben agua potable. “Se sabía que las mayores afectaciones del ciclón serían en los municipios costeros de Playa, Plaza, Centro Habana, Habana Vieja y Habana del Este. Tal parece que las autoridades le dedicaron todos los recursos a esos municipios y se olvidaron que los demás existimos”, se queja Migdalia, vecina de La Cuevita, barriada pobre en San Miguel del Padrón.
Las penetraciones del mar en las zonas cercanas a la costa llegaron hasta los 600 metros calle adentro. “Parecía un río desbordado. El agua llegaba hasta la cintura en áreas del Vedado, Centro Habana y Habana Vieja. Como la mayoría de las familias residentes en esas zonas fueron evacuadas, a pesar que la policía y la defensa civil informaron que serían protegidas, los ladrones hicieron zafra. En algunos puestos de venta y tiendas por divisas en Miramar, Vedado y Centro Habana se produjeron saqueos y robos”, apunta un agente desplegado para mantener el orden en sitios importantes.
Pero los peores desastres del huracán Irma ocurrieron en las provincias centrales de Cuba que por el norte limitan con el Oceáno Atlántico. Sayli Sosa, periodista del diario Invasor, de Ciego de Ávila, visitó la cayería al norte de Ciego de Ávila. Allí, en la madrugada del sábado 9 de septiembre, el ojo del huracán tocó tierra con categoría 5. Irma se ensañó con las instalaciones turísticas en esos cayos, los cuales geográficamente pertenecen a Camagüey, Ciego de Ávila y Villa Clara. Los diez trabajadores que por sus responsabilidades se quedaron en el Hotel Meliá Cayo Coco, se resguardaron en un lugar seguro, pero confiesan que pasaron el susto más grande de sus vidas. “Fue dantesco”, dijeron.
Sosa también recorrió el municipio Bolivia, Ciego de Ávila, donde conversó con Eusebio, un septuagenario que afirmaba que no le tenía miedo a los ciclones. Los vecinos se refugiaron en la única casa del barrio capaz de soportar a la embravecida Irma. Pero Eusebio, cabiciduro, quiso quedarse y cuando la cosa se puso fea ya no pudo salir. A las 3 de la madrugada el viento ensordecedor se colaba entre las hendijas de las tablas de palma de su casa y el guano mojado del techo chiflaba con unos silbidos de espanto. Pensó que el caballete le caería encima y se metió debajo de la meseta de la cocina. La meseta gris de cemento y alambrones, sin apenas terminación, fue la que le salvó la vida.
Se han visto fotos y videos y se conocen historias del ensañamiento del huracán Irma en las instalaciones turísticas de Cayo Coco, Cayo Guillermo y Cayo Santamaría, pero se desconocen cifras de los estragos causados. En agosto de 2016 estuve hospedado en el hotel Memories Flamenco Beach Resort, enclavado en Cayo Coco, archipiélago Jardines del Rey, al norte de Ciego de Ávila. De esa estancia escribí dos crónicas. En una de ellas, titulada Cayo Coco, un emporio del capitalismo militar cubano, dije: “Como ocurre con el 70 por ciento de las instalaciones turísticas cubanas, el hotel Memories Flamenco es administrado por el emporio militar Gaviota S.A., una empresa que surgió en 1989 bajo el auspicio de Fidel Castro, con el pretexto de comprobar la rentabilidad en el incipiente negocio turístico”.
A pocos meses de la temporada alta de turismo (noviembre-abril), el régimen verde olivo desembolsa importantes partidas de dinero y recursos para recuperar en tiempo récord los hoteles dañados en la cayería norte. “El grueso de las brigadas de linieros de ETECSA y la compañía eléctrica fueron enviados hacia esos cayos. Son una prioridad, aunque los turistas que allí habían los evacuaron a Varadero, tampoco habitan personas. Pero esos hoteles son un parte importante de la caja de caudales que ingresa moneda dura”, acota un ingeniero de telecomunicaciones.
No demasiado lejos de los cayos, la situación es bien diferente. Desde Yaguajay, municipio de Sancti Spiritus, provincia a 350 kilómetros al este de La Habana, Sergio, vecino del lugar, por teléfono explica que “la desolación es tremenda, como si el gordo loco de Corea del Norte hubiera disparado uno de sus misiles. Ocho de cada diez viviendas sufrieron daños en techos o las paredes se cayeron. Casi sesenta fueron arrasadas, solo quedan los cimientos”.
El panorama no es muy distinto en Esmeralda, municipio de Camagüey. En Adelante, diario local, el periodista Enrique Atiénzar relata que el huracán Irma se ensañó con Esmeralda. En la comunidad Moscú, los estragos fueron severos. De las más de 200 viviendas, la mayoría rústicas, solo diez resistieron los vientos de más de 200 kilómetros por hora. A Lyam, de 12 años, no le gustó pasar un ciclón, pero dice que en la casa de su abuela acogieron a 16 personas de los alrededores. Al día siguiente, la abuela de Lyam se sentó en el portal y empezó a llorar. “No por mí, por los vecinos”.
En Cuba, el verdadero dolor de cabeza para los cubanos de a pie, llega en los días posteriores al paso de una tormenta tropical o un ciclón de categoría uno. Ya se pueden imaginar cuando es un huracán como Irma, que tocó tierra en la cayería norte con categoría 5, luego bajó a 4 y después a 3 y cuando puso rumbo a la Florida volvió a subir a cuatro.
En precarios albergues a lo largo y ancho de la Isla viven miles de familias que han perdido sus viviendas por un ciclón u otro desastre natural. Algunos llevan veinte años esperando que el Estado les entregue una vivienda. Otros aguardan que les faciliten la compra de materiales y reparar sus casas con sus propios medios.
Omar, el vecino de Lawton, sabe bien lo que es esperar por la ayuda estatal. “En cualquier momento se me derrumba por completo la casa”, dice con una mirada triste. Para un habanero amante de la música salsa, los boleros de Olga Guillot y darse unos tragos de ron peleón con sus amigos, estos días no han sido precisamente de fiesta.
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