Por Ernesto Aquino.
La higiene de la ciudad empeora entre la indiferencia estatal, la complicidad de religiosos y creyentes desesperados, matarifes inescrupulosos y la apatía.
Calles y esquinas de la La Habana no sólo son auténticos depósitos de escombros y basura, sino que, además, en los últimos cinco años se observa un incremento alarmante de animales muertos, desechos de comidas y otras “misceláneas”, como resultado de las ceremonias religiosas de la llamada santería.
Herminio Zaldívar, un trabajador de comunales de 51 años, que ha laborado como barrendero en cinco municipios habaneros, nos comenta que “cada día La Habana está peor”.
“Como si fuera poco el escombro y la basura que la gente vierte por todas partes, ahora está el problema del incremento de animales muertos en las calles”, se queja.
Continúa Zaldívar señalando: “Pollos, gallos, gallinas, chivos sin cabeza, cabezas de cerdo y cantidades considerables de comida y dulces caseros que se corrompen en unos días, se pudren y contaminan el ambiente con el mal olor y la proliferación de enfermedades”.
Una epidemióloga de 48 años, que prefiere no ser identificada, considera que “la comida y animales muertos (o partes de ellos) abandonados en cualquier lugar de la ciudad por religiosos, creyentes y matarifes se ha convertido en un problema que va más allá de la indisciplina social común”.
C la profesional de la salud explicando: “Ya no se trata sólo de los religiosos y creyentes arrojando animales muertos y comida por toda la ciudad, sino que además están los matarifes y ciudadanos comunes, que matan cerdos para venderlos o consumirlos y ponen las vísceras dentro de un saco y lo botan en cualquier lugar, y lo más grave es que eso ya es parte de lo cotidiano”.
Regina María Peña Duarte, de 48 años, y su esposo Joaquín Ginés, de 52, ambos cuentapropistas, son dos entrevistados que piensan que “hay que ver todos los lados del problema, porque no toda la culpa la tienen los religiosos”.
Y señala Peña Duarte que “hay muchos animales que mueren producto de accidentes (porque los accidentes automovilísticos son parte de los males que se han incrementado en Cuba), y con frecuencia te encuentras perros y gatos muertos en la calle como resultado de un accidente. ¿Y sabes qué? Que permanecen durante semanas y meses al borde de la acera o arrinconados en una esquina. Ahí se descomponen y se momifican sin que nadie le exija al Gobierno el cumplimiento de la responsabilidad que tienen con la higiene ambiental”.
“El pueblo cubano ha perdido el referente de lo que es saludable, higiénico y moral”, censura Joaquín Ginés. “Estamos tan preocupados por sobrevivir que nos hemos acostumbrado a convivir con las enfermedades, la corrupción, las ilusiones tóxicas y cualquier otro peligro, hasta el de la muerte”.
Los religiosos que aceptaron ofrecer sus opiniones prefirieron no revelar su identidad por considerar que sus testimonios pueden resultar muy polémicos y “traernos problemas con otros religiosos, o con las autoridades del Gobierno”.
Un “padrino” de la santería, de 67 años de edad y 50 como santero, confesó su descontento con el deterioro de la higiene ambiental que afecta la capital habanera y aceptó que “muchas obras religiosas de la santería, como el sacrificio de animales y ofrendas de comidas, afectan la higiene de las áreas públicas”.
“Sin embargo nosotros somos un pueblo con una cultura religiosa muy arraigada, y las religiones africanas ocupan un lugar importante. Y entonces lo que sucede es que no vivimos en un monte, sino en la ciudad, y cuando el santo dice que el animal va al pie de la ceiba, o de la palma, o las 4 esquinas, o donde sea, pues el sacrificio o la ofrenda van para donde él lo dice. Y punto”.
Una santera de 81 años, que se identifica como “hija legítima de Yemayá”, nos comenta: “Yo fui iniciada en esta religión a la edad de 3 años (…) En mi época de niña y jovencita la gente era más católica. La santería era más una ‘cosa de negros’; pero hoy… yo creo que Cuba entera está en la brujería, sobre todo los blancos, que ya son más brujos que nosotros”.
Y la “hija Legítima de Yemayá” concluye: “Es tanta la cantidad de gente que va a refugiarse en la santería que, imagínate tú la cantidad de sacrificios de animales y ofrendas de comidas a los santos que se hacen diariamente. ¿Que está bien contaminar el medio ambiente?, pues no; ¿que está bien desobedecer al santo?, pues tampoco; y yo, entre las dos cosas, me quedo obedeciendo a mis santos. Total, el medio ambiente se está deteriorando desde que yo nací y mírame aquí, con 81 años. Tú me dirás”.
Caridad Martínez Nerea, ama de casa de 37 años, es una creyente practicante que, según su testimonio, ella y sus 2 hijos (una adolescente de 12 y un niño de 9 años) “le debemos mucho a los santos. Y las obras religiosas que nos mandan a hacer van para donde los santos dicen que tienen que ir”.
Y continúa Martínez Nerea: “Si el gobierno se ocupara más de la limpieza de las calles las cosas fueran diferentes. Aunque quizá las cosas fueran diferentes si el pueblo se ocupara más de la limpieza del gobierno. No sé qué te diga”.
Dos funcionarias, una del servicio de comunales y otra del de Áreas Verdes, se refirieron al tema de “la contaminación por desechos de comida y animales muertos en las calles” como “una de esas enfermedades que uno va soportando como puede, hasta que te mata”.
“Nosotros, como institución, estamos atrapados en los problemas de siempre: La falta de recursos, de personal, los salarios insuficientes y, sobre todo, la falta de interés”, apunta la funcionaria de Comunales.
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