Por Juan Juan Almeida García.
La mañana del viernes 8 de septiembre, día en que los devotos de nuestra patrona, la Santísima Caridad del Cobre, celebran a esta deidad, el poderoso huracán “Irma” categoría 5, arremetió con toda sus fuerzas contra el oriente de Cuba.
La embestida de inmensas olas, fuertes lluvias y vientos huracanados, provocó afectaciones que justamente por su envergadura, resultan difíciles de calcular, mucho peor de reparar. La prensa oficial reconoce la pérdida de al menos diez vidas.
El general de Ejército Raúl Castro, en un acto de sublime hipocresía, escribe y publica en el periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista, una declaración, un tanto folclórica, que tituló “Llamamiento a nuestro combativo pueblo” y termina invitando a enfrentar –cito– “la recuperación con el ejemplo del Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz”.
Está claro que la solidaridad es un principio ético universal que todos debemos practicar; pero no desde una estéril parrafada que como único objetivo persigue manipular la esperanza del pueblo, como es el caso de la arenga emitida por el gobernante.
De ojos rasgados y talento miserable, el menor de los Castro, que funge por línea de sucesión como presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba, se muestra fraternal para con miles de cubanos que lo han perdido todo y seguramente desconocen que, en la misma tarde de ese día, 8 de septiembre, mientras Baracoa y todo el norte oriental de la isla padecían el efecto destructor de los vientos que sobrepasaron los 200 kilómetros por hora, y que, además de espanto, provocaron serias afectaciones en el sistema electroenergético, las viviendas y la agricultura; la familia Castro, o al menos la parte mediática de ese clan, permanecía reunida y festejando la fecha, en la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís, en La Habana Vieja.
Si los pobladores de Gibara padecieron la desesperante angustia que provoca el terror de las inundaciones y el exasperante corte de luz, dentro del encantador edificio de arquitectura barroca ubicado en la parte vieja de La Habana, “los príncipes herederos” de la dinastía Castro, Alejandro, Nilsa y Mariela Castro Espín (hijos de Raúl); junto a Antonio, Alexis, Alex y Ángel Castro Soto del Valle, así como Fidel Castro Díaz-Balart (hijos de Fidel), disfrutaban la frescura de mojitos muy bien preparados y la encantadora delicia de unos canapé de caviar, calamares y salmón con mermelada de frambuesa que sobre una delgada capa de pan sin corteza amenizaron la ceremonia de debut y despedida a la presentación de un par de libros titulados “Fidel Castro y los Estados Unidos” y “Raúl Castro y nuestra América”.
Los primos, hijos de los dos Castro poderosos, juntos pero no revueltos, se saludaron con amor y se sentaron con distancia.
Mientras, como un matrimonio que por ciertos compromisos comparten cama sin sexo, permitirse festejar indiferentes y sin remordimientos la suerte que en ese preciso momento corrían los infortunados que recibieron el embate de Irma.
La verdad, no sabía que Raúl reflexionaba, yo creía que reflexionar era una bendición otorgada por mandato “divino” al finado Comandante en Jefe.
La presentación del evento estuvo a cargo del doctor Eusebio Leal, y la recopilación de los datos para la obra maestra, que desde ya se perfila como el próximo best seller, corrió a cargo del astuto y temperamental coronel Abel Enrique González Santamaría que, dicho sea de paso, además de doctor en Ciencias Políticas y viceasesor de la Comisión de Defensa y Seguridad Nacional, vistió una guayabera color verde olivo light o Sierra Maestra apagado.
Es natural, debemos vestir a tono con los duros días que corren para un pueblo que vio como el esfuerzo de toda una vida fue robado en segundos por la fuerza de un huracán.
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