La ensayista cubana Graziella Pogolotti (GP), residente en la Isla, ha dado a conocer en el diario Granma -como toda la prensa autorizada en Cuba, en la nómina salarial del Gobierno- del pasado 27 de agosto un artículo titulado “Colores de otoño”, cuyo tema fundamental es destacar la gratuidad de la instrucción escolar en Cuba (que “educación” podría ser otro asunto).
De un total de 998 palabras, GP dedica las primeras 135 a expresar la diferencia existente entre “los habitantes del trópico” y aquellos de los “países templados”; en lo que se refiere a la carencia del otoño para los primeros y cómo “el otoño alienta una atmósfera de melancolía” en los segundos.
“Y, sin embargo, para los cubanos, septiembre tiene colorido especial”, afirma GP, pues en este mes “los uniformes escolares vuelven a invadir las calles”.
Hasta aquí el texto es bonito, idealista quizás, romántico en parte, égloga o madrigal tal vez.
Más adelante, la autora se lanza a lo que iba: “El acceso universal y gratuito a la educación es uno de los logros de la Revolución Cubana reconocidos universalmente”.
No es así como ella afirma. No es gratuita la educación en Cuba. Por la sencilla razón de que nada que se entregue a condición, es gratuito.
En Cuba el acceso a la instrucción escolar está condicionado por una ideología. De manera que podríamos afirmar que, más que gratuita, es obligatoria.
Obligatoria por cuanto el estudiante, desde niño, no tiene más alternativa que asistir a las escuelas de Estado. De un Estado totalitario que impone a los alumnos la política que le es afín.
De tal modo que, desde niño, desde el preescolar, el estudiante debe portar una pañoleta que lo destaca como alguien definido a favor de la Revolución, el castrismo, el comunismo -que todo esto viene siendo lo mismo.
Desde esa edad, además, el estudiante, cada mañana antes del inicio de las clases debe jurar con la mano en alto: “¡Seremos como el Che!”. Es decir, jurar en favor del comunismo. O lo que es lo mismo, que será guerrillero, antiimperialista, invasor de otras geografías, etcétera.
Lo antes dicho es un cobro, y bastante caro, de la educación que reciben aquellos niños. Puesto que aún tienen que mentir en caso de que sientan ser como sus padres, o como Víctor Hugo o como Rocky Marciano.
Y más caro aún. El niño, que ya forma parte de la Organización de Pioneros de Cuba, de donde se supone que algún día tomará el camino de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba, de donde se supone que algún día tomará el camino del glorioso Partido Comunista de Cuba… el niño, decía, está en el deber de asistir a las “actividades políticas” que se realizan en su escuelita. De lo contrario, su expediente podría quedar manchado desde tan temprana edad. Y con un expediente “flojo” en lo que se refiere al “aporte a la patria” (la patria es el Gobierno), el niño, ya grandecito, y ya joven, puede verse en problemas. Podría encontrarse en situación desventajosa a la hora de clasificar para determinada carrera estudiantil o para otra consecución a la que aspire.
Por lo antes dicho, es habitual que las maestras y maestros de primaria anuncien al niño que, si no viene a la “actividad” del sábado, le pondrán la falta en el expediente. El niño se lo comunica a los padres y estos le dicen al niño que asista, resista y no replique de ninguna manera.
Lo anterior no obsta para que el niño, cuando ya sea un joven, arme una balsa y emprenda la travesía por el Estrecho de la Florida. Tantos… cientos y cientos de miles lo han llevado a cabo…
De modo que la instrucción escolar no es gratuita… tiene el estudiante que asimilar por lo menos una buena porción del cartapacio político que le vayan inoculando durante el viaje (o al menos fingir que la asimila).
Pero hoy en día la educación es un poco más barata que hace unos años, cuando aún existían la Escuela al Campo y la Escuela en el Campo.
En el primer caso los alumnos de secundaria básica tenían que asistir desde 15 días a un mes, en cada curso escolar (son 3), a labores en el campo. Internados.
En el segundo, los estudiantes -y las estudiantes- de preuniversitario, de modo obligatorio, debían realizar sus estudios internados en escuelas ubicadas en zonas rurales, donde en la mañana recibían clases y en la tarde trabajaban la tierra. Les concedían pase de salida cada 15 días.
Para narrar las consecuencias negativas que ambas modalidades trajeron para la sociedad en el orden moral, ético o cívico se necesitarían cientos y cientos de cuartillas.
En el caso de los estudiantes universitarios, debían destinar 15 días de sus vacaciones (en el verano antillano) al trabajo en zonas agrícolas.
Los programas de estudios, sobre todo en las asignaturas de Historia y Humanidades en general, se hallan acomodados de tal forma que aúpen la ideología comunista y el devenir de la Revolución. Así tenemos que en estas materias se encuentran censurados autores notables mientras se sobrevaloran los que se avienen con el orden establecido. De igual manera, los hechos de la historia nacional están manipulados para exaltar las “virtudes” del comunismo en Cuba, lo cual, lógicamente, requiere la mutilación de sucesos trascendentes que no sean del gusto del Gobierno.
Aún en la actualidad ocurren expulsiones de las universidades: las de aquellos alumnos que se manifiesten, si bien de manera pacífica, en desacuerdo con los “preceptos de la Revolución”. Y digo “aún hoy” porque desde varias décadas atrás, esgrimiendo la consigna “La universidad es para los revolucionarios”, nadie podría calcular cuántos miles de estudiantes fueron “purgados” e igualmente cuántos miles no pudieron realizar estudios universitarios y cuántos debieron aceptar una carrera que no se relacionaba con su vocación.
De cualquier manera, los cubanos, en los últimos 58 años, tanto en los grados primarios como en la educación media y superior, como decíamos antes han tenido que aceptar la “educación gratuita” aplicada por un Estado totalitario que impone sus reglas, su política, su ideología.
O sea, no han tenido más opción.
De nuevo, la pregunta: ¿realmente es gratuito algo que se entrega a cambio de lo que fuere? ¿Prodigamos algo en verdad desinteresadamente si exigimos que se cumplan nuestras normas?
Eso de que “El acceso universal y gratuito a la educación es uno de los logros de la Revolución Cubana” es algo fuera de tiempo. Pasado de moda. Muy viejo. En el último medio siglo el tema de la instrucción escolar, de la educación ha sido prioridad de innumerables países. El desarrollo en este aspecto ha resultado considerable y, de ningún modo, se ha obligado a los estudiantes a profesar determinada ideología o no se la ofrecido más opción que las escuelas o universidades estatales.
En los inicios de la década de 1960 se afirmó que Cuba, en unos pocos años, alcanzaría el mismo nivel de vida que Suecia o Estados Unidos. Hoy, quisiéramos los cubanos contar en nuestro país con las condiciones materiales y de otro tipo existentes en las escuelas y universidades públicas del país del Norte; si bien, claro, en montos proporcionales.
En “Colores del otoño”, GP, en otro orden de cosas, expresa: “Opera [el poder económico del capitalismo, el neoliberalismo] también mediante la universalización del dogma (…) de formulación de expectativas de vida, de siembra de valores y de construcción de mentalidades”.
“Dogma”, “construcción de mentalidades”, “formulación de expectativas de vida”… ¿De qué lugar estamos hablando? ¿Acaso no es de Cuba?
Bueno y ya con esta me despido… Así van las cosas…
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