Por Zoé Valdés.
Llevo varios días en Brasil, primero estuve en Sao Paulo, luego viajé a Paraty para participar en el magnífico evento de la Feria del Libro, la FLIP, que cumplía diez años. Allí encontré colegas que quiero y admiro, reencontré a amigos, y conocí a escritores que ansiaba conocer desde hacía tiempo.
Después de varios días compartiendo y hablando de literatura viajé a Río de Janeiro, donde me hallo ahora, para participar en el proceso de pacificación de las favelas que circundan la ciudad, en las alturas. Es un evento creado por el periodista y escritor Julio Ludermir, un hombre de una gran sensibilidad que lleva ya catorce años haciendo este hermoso trabajo en las comunidades.
Pacificar las favelas no ha sido fácil, ni es algo totalmente logrado, pero se ha avanzado enormemente. El proyecto cultural y literario de Flupp ha conseguido que dos comunidades empiecen a unirse, los de abajo y los de arriba. Los de abajo en este caso son los que, por su ubicación geográfica, se encuentra en el mejor nivel social de la ciudad; los de arriba, paradójicamente, son los pobres, los que durante años han vivido en medio de la violencia, el tráfico de drogas, el crimen, en los barrios controlados por los narcotraficantes. El encuentro, poco a poco, entre esas comunidades ha cambiado la percepción que han tenido durante años unas de otras. El arte, la cultura, con un apoyo enorme de la sociedad y de la policía, ha sido la clave.
Ayer fue uno de los días más hermosos de mi vida de escritora, porque pude trabajar directamente, impartiendo una conferencia, y dialogando con el público, un público muy atento, que también tiene mucho que entregar y que aportar, con sus historias personales; ocurrió en la favela de Santa Teresa, junto a otros escritores y activistas culturales.
Al terminar pude conversar con varios de los participantes y oyéndolos me pareció que estaba en La Habana, en uno de esos barrios calientes, olvidados en su pobreza, en los que ni la policía se atreve a entrar. Me refiero a Palo Cagao, o al Fanguito, a los barrios habaneros olvidados y despreciados absolutamente por el castrismo. Sentí una pena muy honda, porque sé que pasará mucho para que en Cuba se adecenten esos barrios, se les entregue al menos una razón para que sus vidas cambien, a través del arte, de la cultura, y del bienestar que merecen.
Después de subir a la Comunidad, y de estar un rato contemplando Río de Janeiro desde donde mejor luce, desde una de sus favelas, bajé hasta la playa, deambulé un rato solitaria y regresé al hotel.
En la habitación revisé el correo y las últimas noticias en mi computadora: mientras una epidemia de cólera azota Cuba, Castro II se pasea por medio mundo mendigando ayudas que se embolsarán él, su hermano y sus familia; anduvo por China, Vietnam, al parecer hizo escala en Italia para ver a sus nietos, los hijos de Mariela Castro con un italiano, y ahora, en el instante en que escribo la columna, está en Rusia, con Putin. Por otro lado y para colmo, la corresponsal de RTVE en Cuba muestra un reportaje donde se presta para hacer la publicidad de los viajes de los jóvenes americanos a Cuba, a través de un turismo de mochila al hombro, sin mencionar ni por asomo la ola de cólera, tan campante, con la mayor irresponsabilidad del mundo. Aunque, claro, en la página del Ministerio de Exteriores español tampoco se hace énfasis en que es sumamente peligroso viajar a Cuba en la situación actual; sin embargo, ya México declaró estado de alarma en relación a la isla.
Espero que esa epidemia no se propague hacia los barrios más pobres de Cuba; viendo fotos de los nuevos barrios que se han expandido en las provincias orientales, y teniendo en cuenta el estado infeccioso de los basureros, tupideros e inundaciones, es probable que el mal vaya a más.
¿Alguien dice algo, se le exige a los Castro por ello? No, al contrario, ya empiezan los negocitos desde Miami para sacarle lascas hasta al cólera.
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