Por Iván García.
Sin la solemnidad de un cónclave en el Vaticano para elegir un Papa ni la fumata blanca anunciando al nuevo Santo Padre, el jueves 19 de abril en el Palacio de Convenciones, al oeste de La Habana, se anunciaba el nuevo Consejo de Estado y su presidente, quien regirá los destinos de Cuba en los próximos cinco años.
No hubo sorpresas. La jugada estaba cantada. Miguel Díaz-Canel (MD-C) un ingeniero electrónico nacido el 20 de abril de 1960 en el caserío de Falcón, municipio rural de Placetas, provincia Villa Clara, a unos 320 kilómetros de la capital cubana,, fue premiado por Raúl Castro con el cargo de presidente del Consejo Estado y de Ministros.
Se abre un compás de espera para ver el desempeño de MD-C. En la historia de la dictadura castrista, camuflado como país en perenne revolución, hubo dos presidentes: Manuel Urrutia y Osvaldo Dorticós, manejados a su antojo por Fidel Castro.
La novedad en esta obra de teatro bufo, es que habrá una especie de cohabitación. Un presidente de la nación junto al primer secretario del partido comunista.
¿Quién tendrá mayor poder? Según la estrafalaria Constitución cubana, blindada en el verano de 2002 por Castro I con un socialismo marxista perpetuo, el papel rector de la sociedad lo tiene el partido.
Los hermanos de Birán, autócratas de libro, desempeñaron ambas funciones cuando gobernaron. Pero ahora MD-C tiene las manos atadas. Una especie de Gran Hermano lo fiscalizará desde la sede del Comité Central.
En la práctica, lo que ha sucedido, es una repartición de poderes. Un anciano amante del vodka con jugo naranja como Raúl Castro, simplemente se aburrió de controlar las finanzas internas, el trabajo por cuenta propia y el desquiciante sistema de doble moneda con sus siete tipos de tasas cambiarias que distorsionan la economía nacional.
Ese desastroso rompecabezas ahora queda en manos de MD-C. Para sacar adelante la economía en modo talibán, habrá que ser un mago o un suicida. Si los cambios alebrestaran al sector más conservador del partido, a MD-C le pasan factura. Es un político desechable. No es intocable.
Pero si dentro de cinco o diez años la situación económica y social de Cuba sigue por los mismos senderos o empeorará aún más, habrá un tiro al blanco, un culpable, que puede pagar los platos rotos.
Con el relevo presidencial, a Raúl Castro, eterno conspirador, se le acabaron los dioses revolucionarios. MD-C y la mayoría del actual Consejo de Estado, excepto Ramiro Valdés, Leopoldo Cintra Frías y Guillermo García, son prescindibles.
La misión que tiene MD-C se antoja imposible, siempre y cuando se mantenga el actual modelo económico. Pasada las nueve de la mañana, cuando irrumpió en el plenario del Palacio de Convenciones, junto a su manager político Raúl Castro, vestidos con trajes negros y corbatas rojas, el nuevo presidente parecía un conejo asustado en medio de la autopista cuando es sorprendido por las luces de un auto.
La ratificación de los cargos, seleccionados por una misteriosa comisión, era pan comido en una nación como Cuba, donde el parlamento vota por unanimidad, o casi, cualquier elección o proyecto de ley que le pongan delante.
El primer discurso de MD-C fue pésimo. Citas de Fidel Castro y el cantautor Silvio Rodríguez. Pronunciación monocorde, en un tono desabrido, sin entusiasmo. Por suerte, no tiene los problemas de dicción del primitivo Esteban Lazo, presidente de la Asamblea Nacional, ni comete errores al leer.
Miguel Díaz-Canel dejó a muchos cubanos boquiabiertos, como al niño que le prometieron un helado y luego lo engañan dándole un purgante. A Elier, taxista, sus primeras palabras lo desilusionaron. “Dijo que no venía a prometer nada y que iba a mantener la misma línea de trabajo. Vaya, que todo se mantiene igual. Esperaba que hiciera anuncios importantes o al menos se refiriera qué va a pasar con las licencias paradas en el trabajo por cuenta propia. Pero nada, el tipo no habló de eso, como si la economía que es un desastre no fuera importante. El robot de cocina este debiera ser actor de novela, no presidente de un país que está en bancarrota”.
Una brigada de albañiles que se encuentran reparando un apartamento en la barriada de La Víbora, escucharon por radio la alocución del nuevo presidente. “Se esperaba otra cosa. Por lo que escuché, el hombre no tiene nada en la bola. Su primer discurso fue pura baba a Fidel y a su compadre Raúl, a quien tiene que agradecerle que le regaló el cargo sin que ni siquiera hubiera habido hubiera una rifa”, comenta Manuel, albañil.
En un recorrido por Diez de Octubre, el municipio habanero más poblado, en busca de impresiones de la gente de a pie, un carnicero, que con un hacha cortaba trozos de pollo congelado e iba guardando en una nevera confiesa que no tuvo tiempo de ver el discurso. “¿Qué dijo?”, pregunta. Y al conocer que no manifestó nada novedoso, responde: “Me lo imaginaba. Esto no tiene arreglo. El tipo tenía fama de buena gente y liberal en Villa Clara, pero luego lo cogió la rueda del partido y ahora ni se ríe. Un camaján más. Que aproveche, pues la oportunidades se pintan calva”.
Carlos, sociólogo, no le sorprende la designación de Díaz-Canel ni su grisácea intervención inaugural. “No se le pueden pedir peras al olmo. El egocentrismo de Fidel Castro cortó las alas a la clase política en Cuba. MD-C no es creativo y está más acostumbrado a escuchar y cumplir orientaciones de ‘arriba’ que tener autonomía propia. Me sorprendería que él fuera diferente, es un satélite privado de Raúl Castro. Su misil es de bolsillo. No hará lo que él quiera. Si se sale del guion, el primer bounce (rebote) lo da en el Combinado del Este”.
Todas los entrevistados, consideran que MD-C es una marioneta. Para Douglas, vendedor de tarjetas de navegación en internet, “el socio no se manda solo, recibe órdenes del Padrino. Esta gente (el régimen) es como la mafia”.
Luisa, dependienta de una cafetería en divisas, cree que “hay que darle el beneficio de la duda. A lo mejor el hombre hace las cosas bien. Lo que sí se puede decir que tenemos al presidente mejor parecido de toda América”.
Idania, santera, recuerda que una tarde de 2013, “en la sede de la Asociación Yoruba, MD-C tiró hasta un pasillo de baile de nuestra religión. El hombre puede ser fao a la malla o sacar al país adelante. Eso sí, tendrá que cambiar muchas cosas y luchar con un ejército de burócratas cargados de prejuicios”.
Elvira, profesora, fue la única de las personas consultadas que mencionó la palabra democracia. “Mientras Díaz-Canel en el gobierno o Raúl Castro en el partido, no implementen un sistema abiertamente democrático, real, no simulado, Cuba estará empantanada en la misma ciénaga. El problema cubano es económico, pero también político”.
Al actual presidente designado le esperan tiempos difíciles. Una economía a la deriva, envejecimiento poblacional, baja productividad, apatía generalizada entre los ciudadanos, sobre todo los más jóvenes, y aspiraciones de emigrar de un sector importante de la sociedad.
Los reclamos son múltiples. Desde que bajen los precios de los alimentos y artículos que venden en las tiendas por divisas, salarios que puedan cubrir la inflación actual, mejorar el transporte público, ampliar el trabajo privado y la pequeña empresa, a dejar de extorsionar a los cubanos residentes en el extranjero con impuestos carísimo al pasaporte y permitirles que participen activamente en la vida política y económica nacional.
En términos beisboleros, Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, viene de pitcher relevo con las bases llenas sin out y en turno el mejor bateador de la liga. No lo tiene fácil.
El 20 de abril, día de su 58 cumpleaños, en su alcoba, al lado de su esposa Lis Cuesta Peraza, la primera dama, podrá analizar fríamente la dimensión del encargo que le ha dejado Raúl Castro.
Cualquier error puede sepultar el frágil sistema que sus antecesores insisten en llamar revolución. Hay regalos que pueden estar envenenados.
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