domingo, 29 de abril de 2018

El fracaso del turismo en la 'Cuba sin Fidel'.

Por Sarah Moreno.

El periodista mexicano Julio Patán llegó a Cuba 38 días después de la muerte de Fidel Castro. La crónica de su viaje a La Habana, Cuba sin Fidel, recién publicada por Planeta, ofrece una visión devastadora de la ciudad y de las aspiraciones del país de convertirse en un destino turístico.

El acoso al extranjero comienza desde que elige un hospedaje privado a través de Airbnb. Su anfitriona cubana está obligada a tomar los datos del pasaporte, "llamar al Ministerio del Interior, de ser necesario cinco, seis o 12 veces, como es habitual, y reportar que el ciudadano mexicano Julio Patán Tobío, llegado el 1ro de enero de 2017, número de pasaporte tal, se hospedará ahí", cuenta el periodista sobre su propia experiencia.

Ese control le recuerda a "la España del último franquismo, donde te pedían el pasaporte hasta para comprar un paquete de cigarillos". Pronto comprobará que en lo único que ha triunfado el castrismo es en el control de la ciudadanía.

"La nómina de los represaliados es larguísima. Este libro gira en buena medida en torno a ellos", reconoce Patán, quien a su vez tiene otro motivo para escribir el libro.

Nieto de exiliados de la República española, una buena parte de su familia creyó en la "utopía marxista". Por eso Patán no es un testigo hostil, sino un observador agudo que va comprobando poco a poco la veracidad de muchas de sus lecturas sobre el fracaso del castrismo.

Un desfile que presenció el 2 de enero en la Plaza de la Revolución lo describe como "una coreografía subdesarrolladona, bananera, hubiéramos dicho en tiempos de menos corrección política". Los discursos se suceden mientras la gente se toma selfies y trata de sacudirse el calor. Quince minutos después de comenzar la marcha, se disuelve. La gente solo asiste para que los jefes los vean, le cuenta a Patán su anfitriona.

"El socialismo como un eterno pase de lista", resume el periodista.

A medida que se adentra en La Habana, Patán comprueba que no se parece en lo absoluto a lo que quieren presentar las guías turísticas. "Se cae a pedazos", dice simplemente. "Hay, sí, un puñadito de barrios o zonas equiparables al mundo desarrollado, o con las zonas privilegiadas de los países más pobretones que no han optado por el ideal igualitario como Cuba".

Y su ojo crítico no descansa: La Habana Vieja tiene unos cuantos paladares donde "sobrecocinan" la langosta; de aperitivo, ponen maní y con frecuencia se acaba la cerveza. No se salva ni el restaurante La Torre, con su vista privilegiada del Vedado desde el piso 36 del edificio Focsa. Le parece un sitio pasado de moda, carente de estilo, sin nada que ofrecer para alguien que viene del mundo normal, acostumbrado a recibir cierta calidad por su dinero.

A su muerte, Castro tenía una fortuna de más de $900 millones, según cifras de la revista Forbes, que muchos consideran conservadoras. Su legado de destrucción es lo que encuentra este hijo de la izquierda que respeta la honestidad de su pluma.

"La utopía sin cristales" la llama Patán.

El desastre que representa la revolución cubana parece estar en los detalles, según lo recoges en el libro. El ejemplo de las ventanas sin cristales es ilustrativo. ¿Cómo construyen esos detalles un retrato de la debacle?
Cuba puede entenderse como una de las mayores colecciones de disparates de la historia. Casi cada mínimo aspecto de la realidad tangible es absurdo: el dispositivo intrauterino usado, extraído tramposamente y vendido en el mercado negro, del que también hablo; los coches gringos de los 50, esos a los que tuvieron que resignarse los cubanos por obra de la utopía socialista, convertidos en atractivo turístico, con entrañas de Toyota; los manojos de cables; las goteras que no pueden taparse con bolsas de plástico porque tampoco hay bolsas de plástico; las clínicas para todos, pero sin aspirinas o jeringas o acceso a Internet para aprender un poco de tus colegas.
Un reyezuelo delirante y todopoderoso decidió hacer de esa isla su campo de juegos surrealistas, su gran museo de la aberración. El reyezuelo se llamaba Fidel Castro, y pasó durante muchos años por un benefactor de su pueblo. Por sus obras los conoceréis.
Hablas de dos ciudades: la primera impresión que vas teniendo de La Habana, y la segunda, la más profunda, que generalmente se deriva de lo que te van enseñando o contando los amigos habaneros. ¿Cómo es La Habana de la superficie y La Habana profunda?
Se parecen mucho: no funcionan, se caen literalmente a pedazos, son sucias, son caras porque las cosas son caras donde nada se produce y todo se importa. Son escenarios de la devastación. Pero se me ocurre una diferencia importante. Para cualquiera que no mire a Cuba con el filtro de la ideología, la mirada superficial sobre la ciudad es devastadora, triste, indignante. La maldita miseria y la represión, sin más. La ciudad más profunda, esa que ves con la ayuda de los amigos locales, no mejora ni tantito, más bien al contrario, pero te llega filtrada con el regalo de la ironía cubana, de la guasa habanera, tan lúcida y tan filosa.
Al ver la Cuba sin Fidel, ¿cómo ves la Cuba sin Raúl?
¿Veremos una Cuba sin Raúl? A lo mejor el que llega a los 140 años es él, tan tímido. Supongo que la biología terminará por derrotarlo. Se me ocurren entonces dos escenarios. El, digamos, optimista: Cuba se convierte en una autocracia contrapunteada por el mercado libre. Sí: una versión pequeñita y caribeña de China, tal vez de Vietnam. El pesimista: toma la estafeta un reaccionario nostálgico de los años dorados del totalitarismo sin cuentapropismo y Cuba tiene una regresión como la que está destruyendo a Venezuela, por decir. Aunque no sé si realmente podemos ver una Cuba sin Fidel. Fidel está ahí, en sus obras, jodiendo desde ultratumba. Tal vez el título de mi libro es un engaño. 
Como mexicano, como turista, como periodista que proviene de una familia de izquierdas, ¿qué fue lo que más te chocó de lo que viste en la isla?
A bote pronto, la destrucción física de la capital. Esa urbe ruinosa que asesina a sus hijos con derrumbes, de la que hablo también en el libro. Inmediatamente, lo que me chocó fue lo que vi y escuché al mismo tiempo: la degradación que produce la pobreza peor de todas, que es la pobreza inamovible del que vive en un paraíso hecho por decreto, la pobreza del que no tiene derecho a luchar contra la pobreza porque eso significa violar los principios de la Utopía. La pobreza del que no tiene siquiera el derecho a decir que es pobre, vaya. Esa pobreza que mueve a tantos cubanos a actuar como hombres que son lobos de hombres: como materialistas extremos, a la busca de los mendrugos del turismo capitalista. Terrible. La historia es irónica: eso quedó del hombre nuevo del Che, como digo también en el libro.
¿En qué sentido se distingue Cuba sin Fidel de otros libros sobre Cuba que citas y en qué modo los complementa?
Hace poco, Leonardo Padura, un autor que disfruto y cito en el libro, dijo que a Cuba llegaban muchos escritores a pasar una semana y escribir como si conocieran el país. Me parece que pasa por alto un detalle: la mirada fresca, novata y sorprendida puede arrojar luz sobre aspectos de tu realidad de un modo que no eres capaz de ver porque la cercanía prolongada quita perspectiva. Eso nos lo enseña la literatura de viajes desde siempre. El libro que escribí es un homenaje a todos esos autores a que haces referencia. Me gustaría pensar que mi aportación es la frescura.
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