Nadie sabe ya ni siquiera el pasado que le espera por obra y gracia de la resistencia, esto es: de la bandería de quienes se resisten a creer que Trump desbancó al cartel Clinton-Obama sin otra ayuda que su campaña y los votantes.
Al juez Brett Kavanaugh, nominado por Trump para el Tribunal Supremo, no tenían por donde cogerlo cuando la senadora Dianne Feinstein (D/CA) sacó a última hora de la manga una carta de la Dra. en Psicología Christine “Chrissy” Blasey Ford que puede resumirse así:
- Kavanaugh me agredió física y sexualmente a principios de la década de 1980 en el preuniversitario. Cometió este acto con la ayuda de Mark Judge. Ambos estudiaban en una escuela privada local y eran uno o dos años más viejos que yo
- La agresión tuvo lugar en una casa de los suburbios de Maryland, donde estábamos de fiestecita yo y cuatro más [Kavanaugh, Judge, Patrick Smyth y Leland Ingham Keyser]
- Tras abandonar yo la sala y subir por una corta escalera para ir al baño, Kavanaugh me metió en un cuarto y me tiró a empujones sobre la cama
- Kavanaugh y Judge cerraron la puerta y pusieron música alta para que no fructificara ningún intento mío de pedir auxilio a gritos
- En estado de embriaguez, Kavanaugh se puso encima de mí y trató de quitarme la ropa mientras me tapaba la boca. Tuve miedo de que pudiera matarme sin querer
- Judge estaba ebrio también y de vez en cuanto saltaba sobre Kavanaugh. Lo mismo gritaba dale que aguanta, hasta que en un salto ambos no quedaron ya sobre mí y pude levantarme. Corrí hacia un baño en el pasillo y me encerré allí
- Kavanaugh y Judge bajaron la escalera dando tumbos. Mientras conversaban con otras personas, yo salí del baño hacia fuera de la casa y regresé a la mía.
- Nunca más vi a Kavanaugh y una sola vez a Judge. Por causa del asalto, recibí tratamiento médico.
Al conceder entrevista al Washington Compost, Ford no pudo precisar en qué casa ni qué día ni a qué hora ocurrieron los hechos. Dijo haber referido el incidente a su terapista en 2012, sin que hasta el momento sepamos por qué comenzó a ir a sesiones de terapia mental. En ellas nunca mencionó a Kavanaugh, pero sí el incidente con cuatro agresores. Al preguntársele por qué alegó dos en su carta a Feinstein, dijo que el terapista metió la pata al anotar.
A instancia de su abogada, la súper militante demócrata Debra Katz, Ford pasó por el detector de mentiras en agosto. La prueba arrojó que decía verdad. Aparte de que esta prueba no es infalible, se aplicó por un exagente del FBI, pero ya Olga Connor soltó en El Nuevo Herald que Ford “pasó una prueba del FBI que asegura su veracidad”. ¿Notan la diferencia?
Pasen señoras, pasen.
Y así es todo en la prensa anti-Trump. Detrás de Ford se apareció una tal Deborah Ramirez con que Kavanaugh, compañero suyo en la Universidad de Yale, acercó tanto el pene a su cara que ella lo tocó sin querer. Nadie se enteró nunca de semejante historia, pero de este modo se armó un freak show que el cirquero Michael Avenatti —abogado de la pelandruja Stormy Daniels— prometió animar con otra acusadora más, “100 % creíble” y con múltiples testigos, quien decidirá si comparece o no en las próximas 36 horas.
Ni The Washington Compost ni The New York Slimes averiguan por qué Ford fue en 2012 a terapia mental, ya que el incidente a principios de 1980 no llegó siquiera a la desnudez y no sería tan traumático como para darle taller casi 30 años y venir a decírselo al loquero. Más bien parece incidente que debió contar de inmediato a la amiga o a los padres e ir a la policía.
Pero ya no importan ni las pruebas ni la lógica, sino la toma de partido. Para desbancar a un juez nominado por Trump sólo hay que creer. “I believe Dr. Ford”, dicen a coro los senadores demócratas. Al ciberespacio salió la nave IBelieveChristineBlasey.com con la carga de que basta la alegación creíble para descalificar a Kavanaugh. La tapa al pomo vino a ponerla el académico Benjamin Wittes (Brookings Institution) en The Atlantic: “Incluso si Kavanaugh fuera inocente, lo más valioso sería dejar la nominación”.
Manigüerismo.
Desde la primavera viene andando la comparsa Demand Justice, formada por el exsecretario de prensa de la campaña de Hilaria Clinton, Brian Fallon, con Paige Herwig, asistente de la senadora Feinstein, para malear las propuestas de Trump.
Mientras Feinstein dejaba reposar la carta de Ford por dos meses, sin hacer una sola preguntica al respecto del acoso o la agresión sexual durante las audiencias de Kavanaugh ante el Comité Judicial del Senado, Demand Justice armó protestas por y presentó anuncios políticos de que Kavanaugh criminalizaría el aborto. Sobre todo en Alaska y Maine, con ánimo manifiesto de influir sobre las senadoras Lisa Murkowski y Susan Collins, respectivamente. Ambas siguieron respaldando a Kavanaugh y entonces se filtró a la prensa que Feinstein tenía una carta.
La jugada es tan repugnante como genial. No sólo se trata de postergar la votación del Senado con la esperanza de que, como resultado de las elecciones parciales, los demócratas asuman el control del Senado y terminen de escachar a Kavanaugh. Se trata de que, en virtud de la civilización del espectáculo, carimbaron al juez de por vida, aunque sea confirmado, tal y como sucedió en 1991 a Clarence Thomas, perseguido hasta su muerte por la saga de artículos y libros, conferencias y documentales de y sobre Anita Hill.
Coda:
Chrissy Ford tendrá también su saga. La gozadera mediática tiene mucho más arrastre que la obligación jurídica de que al acusador corra con la carga de la prueba.
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