Por Iván García.
Con una barba de seis días, espejuelos de pasta negra y un corte de pelo moderno que le da un toque de farandulero, llamémosle Yander, representante de un reguetonero de segunda clase, cuenta ciertas interioridades de ese mundo.
“La mayoría de los reguetoneros son marginales de barrios duros donde predomina el lenguaje violento, las malas palabras y los hechos delictivos. Muy pocos han estudiado música. La llevan en sus genes, como muchos cubanos. Se inician en el mundo del reguetón como una forma de triunfar y hacer dinero. Pero es mejor que ir a la cárcel”, dice y añade:
“La gente piensa que las guerras entre ellos, donde se tiran puyas, se ofenden y hasta se fajan unos con otros es una estrategia comercial para vender más. No, es real. Esos tipos constantemente se ponen zancadillas, tienen más ego que talento y viven en un mundillo rodeado de guatacas, matones, mujeres de vida fácil y consumen cantidades industriales de drogas. No son un buen ejemplo para los más jóvenes”.
Todo lo contrario. Su manera de vestir, poses y estribillos vulgares son imitados por miles de adolescentes en la Isla. Y que de ya sea con comentarios en Facebook Live o aplaudiendo en trance las agresiones verbales de su reguetonero favorito contra otro en algún recital en cualquier provincia, le añaden más combustible al fuego.
El reguetón no es una moda pasajera. Llegó para quedarse. Pero no trascenderán como los Beatles o los Rolling Stones. Intelectuales y expertos en distintos países, sobre todo en América Latina debaten si ese género es música y una mayoría apuesta que en un siglo o menos, esas grabaciones caerán en el olvido.
Habrá que esperar. De momento, esa epidemia musical se ha convertido un fenómeno que no se puede minimizar. En cualquier barrio de Cuba o en los viejos taxis colectivos, el reguetón se escucha a todo volumen, para molestia de quienes lo detestan.
Jorge, ingeniero agrónomo, se considera una persona tolerante, pero “no me molestaría que dictaran una ley prohibiendo el reguetón. Los reguetoneros son un mal ejemplo. Incitan a la violencia, el machismo y el matonismo barato”, señala.
En sus canciones, las mujeres casi siempre salen mal paradas. Eso no impide que muchas féminas sean fervientes seguidoras del reguetón. Dunia, estudiante de preuniversitario, explica con por qué le gusta: “Porque el reguetón describe la vida real, la que se vive en la calle. Lo del maltrato a la mujer en sus textos yo no lo veo así. Los reguetoneros tienen su sabrosura, pinta de machotes, de tipos cabrones. Y a las cubanas nos gusta ese tipo de hombre”.
Pero más allá de los valores que transmite el reguetón, hay que mencionar la auténtica ‘guerra civil’ que se ha desatado en una sociedad donde los valores se cotizan a la baja y la indiferencia permea a un sector mayoritario de la sociedad.
En Cuba se vive en estado de guerra desde enero de 1959. Fidel Castro siempre buscó un enemigo como tiro al blanco. Ya fuera el imperialismo yanqui, la contrarrevolución interna o los que se enriquecían con su trabajo.
A paso de conga, permitió que verbalmente se ofendiera a la prensa libre en 1960. Se gritó paredón a los que pensaban diferente. Se golpeó y humilló a los que deseaban marchase de Cuba en 1980. Y el Estado totalitario denominó ‘gusanos’ a los cubanos radicados en el extranjero.
El régimen, con sus medidas absurdas, prohibiciones, limitaciones a la libertad de expresión y el juego democrático, montó una guerra contra los compatriotas que hacen dinero en sus negocios y limita al ciudadano en el ámbito político y económico. Después, esas proscripciones por decreto se traducen en frustración personal y violencia verbal entre familiares, vecinos y amigos.
“Salir a la calle en La Habana es como estar en una trinchera. El otro día pisé sin querer a un joven en la guagua y el tipo me dijo hasta del mal que iba a morir. Ni con mil disculpas pude aplacarlo”, cuenta Ramiro, empleado bancario.
Carlos, sociólogo, considera que esa escalada de violencia ciudadana nos involucra a todos. “Desde el gobierno hasta el ciudadano común. La mayoría de las personas hablan gritando y no tienen el menor ápice de respeto a las diferencias, cualquiera que éstas sean. Hemos involucionado como sociedad. Cada vez somos menos solidarios, respetuosos y civilizados”.
Las escaramuzas de esta guerra civil entre compatriotas, que lo mismo le roban en el peso a un cliente en un agromercado o lo maltratan en un restaurante estatal o un trámite legal, se han expandido a la diáspora.
Miami, ciudad donde reside más de un millón de cubanos, también ha sido asaltada por el mal gusto, el brete y las directas en Facebook, linchando verbalmente a una persona que consideran enemigo.
Miles de fans, con demasiado morbo y no pocos pidiendo sangre, desde las pantallas de sus teléfonos inteligentes siguieron las arremetidas del reguetonero Chocolate contra el músico David Calzado y otro cantante del género.
“Ese tipo está fuera del nailon, me decía recientemente con una pizca de admiración un cubano residente en la Florida. Tiene miles de seguidores, su aguaje le gusta a los cubanos”, afirmó, generalizando. No lo creo.
Las directas por Facebook y el dime que te diré, entre reguetoneros y donde también se involucró al pelotero Yunel Escobar, fueron para coger tribuna.
Es una enfermedad contagiosa que ya practican incluso los opositores cubanos, que aprovechan las redes sociales, para arremeter contra todo aquello que huela a diferencia.
Es de mal gusto leer o ver en las redes sociales esas ‘guerritas personales’ donde el único ganador es la autocracia verde olivo. Cualquier postura moderada es atacada con una violencia verbal inusitada y hasta te acusan de comunista.
Hay que parar esa beligerancia. Los cubanos no somos el enemigo. Al menos eso creo.
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