La terminal 2 del Aeropuerto Internacional José Martí en el municipio Boyeros, a 35 minutos en automóvil del centro de La Habana, es lo más parecido a un andén de ferrocarril de cualquier paraje distante en Centroamérica.
El piso sucio. Taxistas depredadores cobran por una carrera tarifas similares a las de Nueva York. Personas bebiendo cerveza como cosacos mientras esperan la llegada de sus parientes de Miami.
Cuando por la puerta de la terminal aérea comienzan aparecer los cubanos residentes en la Ciudad del Sol, cargados de paquetes, televisores de pantalla plana como Santa Claus en Navidad, los familiares agitan sus manos y gritan su nombre para que los reconozcan entre la multitud que se arremolina a la salida del minucioso control aduanal.
Luego de besos, abrazos y caras de circunstancia, abordan un auto alquilado rumbo al antiguo domicilio del recién llegado. Es el caso de Roberto, quien cinco o seis veces al año viaja a Cuba.
Dueño de una pequeña flota de camiones de carga, Roberto regenta un negocio de frutas en la Florida. La primera vez que viajó a La Habana, después de veinte años sin visitar su patria, cuando aterrizó el avión y tras los habituales aplausos de los pasajeros, comenzó a llorar.
“Men, la primera impresión fue muy negativa. A la gente la veía empercudida, las calles de la ciudad desbaratadas y mi familia pasando necesidades materiales. Los muebles de la casa eran los mismos que cuando me marché en 1998. Regresé a Miami sin un dólar y sin ropa: les dejé hasta mis calzoncillos. Cuando las cosas comenzaron a irme bien allá, pude ayudar de manera más efectiva a los parientes cercanos”, recuerda Roberto.
El cubanoamericano ha ayudado a reparar la casa de un tío y dos hermanos. También aportó el dinero para un negocio familiar de comida criolla y entrepanes (sandwiches) y todos los años compra el material escolar, mochilas y tenis de sus sobrinos que cursan el nivel secundario.
Magia, su hermana, está convencida que “sin la ayuda de mi hermano estuviéramos comiéndonos a Nicolás por una pata. Todo lo que tenemos, desde los electrodomésticos hasta los teléfonos móviles, no los envía Roberto de la yuma”.
A través de Western Union o de agencias privadas que en Miami se dedican a enviar paquetes y dinero a la Isla, Roberto le gira a sus familiares de 500 a 600 dólares mensuales, además de alimentos, medicinas y ropa
Por si no bastara, en cada viaje carga paquetes de culeros desechables, bolsas de nailon para botar la basura y hasta palitos de tendedera. “Brother, es que en Cuba todo escasea”, apunta sentado en short y chancletas en el balcón de su otrora apartamento al este de la capital.
Hace tres años, el habanero Armando emprendió un peligroso maratón terrestre que inició en Quito, Ecuador y terminó en la frontera sur de Estados Unidos. Logró llegar a Miami, pero las cosas no le han ido bien.
Trabaja ocasionalmente en empleos mal pagados y reside en un piso mínimo y húmedo de Hialeah. A pesar de que hace siete meses su segunda esposa dio a luz una bebita, de contar el dinero por centavos, recibir ayuda federal y bonos de comida, a los dos hijos que dejó en Cuba les recarga el móvil y mensualmente les manda 50 dólares “para que al menos puedan comer pollo y carne de cerdo”, escribe en un correo electrónico.
Uno de sus hijos, de 15 años, fue internado en un reclusorio de menores. “Tengo que enviar 20 o 30 dólares extras para que su madre le pueda llevar la jaba”, indica Armando.
El régimen verde olivo, dirgido desde hace seis décadas por los hermanos Castro, ex profeso y cínicamente, no ofrece datos estadísticos del capital que aportan los emigrados cubanos residentes en el extranjero.
“Es normal ese comportamiento, porque durante muchos años, los cubanos que se marchaban del país eran considerados contrarrevolucionarios. Cuando el éxodo por el Mariel, Fidel les llamó ‘escoria’, pero ya el gobierno los tildaba de ‘gusanos’. El cambio de actitud no fue por cargo de conciencia, fue por necesidad económica. Necesitaba los dólares de los ‘gusanos’ para mantener la revolución”, comenta un ex funcionario de Inmigración.
El trato de la autocracia hacia la diáspora tiene un alto componente de mentalidad gansteril. Como si fueran una vaca, el régimen intenta ordeñar a los emigrados, aprovechándose del dinero y ofreciendo muy poco a cambio.
Carlos, sociólogo, puede entender que al principio de la revolución, “tras la confrontación con un sector opuesto a Fidel Castro y que se vio obligada a exiliarse, el trato fuera distante y enconado, aunque la mayor parte de la emigración está más disgustada con el sistema por razones económicas que políticas. En 1978 se inició un acercamiento con la emigración en Estados Unidos, pero siempre las reglas las ha impuesto La Habana. No es un intercambio justo. Es un trato extorsionador, donde el Estado impone aranceles absurdos a los cubanos que residen en el exterior. Por ejemplo el pasaporte, para que sea válido, nuestros compatriotas deben gastar más de 800 dólares. Es inadmisible que un cubano necesite pasaporte para poder viajar a su patria. Fíjate si el Estado manipula el tema de la emigración, que además de no ofrecer estadísticas de la cantidad de remesas en dinero, medicinas y paquetes que ellos envían a la Isla, los incluye como turistas cuando divulgan la cifras de viajeros que visitan el país”.
Según The Havana Consulting Group que dirige Emilio Morales, en 2017 solo los cubanos residentes en Estados Unidos enviaron 3.575 mil millones de dólares, 131 millones más que en 2016 (3.444).
Ada, ingeniera de ETECSA, única empresa de telecomunicaciones de Cuba, reconoce que “el flujo de dinero fresco que aportan los cubanos residentes en el extranjero es clave para mantener sin números rojos la empresa. El año pasado, mediante las recargas de celulares e internet, el monto de dinero se aproximó a los 200 millones de dólares. Es algo inédito. Los cubanos emigrados, sin ser clientes nuestros, casi mantienen financieramente a ETECSA. Por eso varios de nuestros servicios están diseñados para que los cubanos en el exterior se los financien a sus parientes en la isla. Antes de que termine el mes de agosto comenzará a funcionar internet en los teléfonos móviles y el esquema es igual: los emigrados podrán recargar las cuentas a su familia”.
La autocracia castrista ha creado cientos de empresas pantallas dirigidas por una cúpula militar -tiendas, restaurantes, cafeterías, centros turísticos- destinadas a capitalizar los dólares y euros girados por la emigración cubana. Según un economista que trabaja en una de esas empresas, “gracias al aporte de los ‘gusanos’, el monto de dinero que generan las cadenas administradas por GAESA, es superior a la entrada neta que deja el turismo”.
No es exagerado decir que los dólares y euros de la emigración cubana apuntalan financieramente al régimen. Ahora mismo es la segunda industria detrás de la venta de servicios médicos al exterior. Y va camino de ser la primera.
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